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Por qué esta Semana Santa será más intensa que nunca

CROSS

ePi.Longo-(CC BY-SA 2.0)

Carlos Padilla Esteban - publicado el 08/04/20

Me arrodillaré en mi casa, en mi cuarto, en mi sala de hospital para besar la cruz bendita que sostengo entre mis manos

Será otra semana Santa. No saldrán las procesiones, ni los oficios serán completos. No habrá gente en el viacrucis. Ni tampoco en los oficios.

El jueves santo celebraré el mandamiento del amor sin poder lavar los pies a nadie. Será una última cena en silencio. Y en medio de la vida habrá muchos hogares en los que se cene junto al Señor. En cada casa, en cada familia.

Se vivirá un jueves santo cada uno en la intimidad. Como el pueblo judío que se pertrecha en familia, con las sandalias puestas, esperando a que Dios pase tocando sus puertas en esa primera Pascua en Egipto. El cordero cebado, los panes ácimos.

Algo de urgencia tiene este tiempo. Algo de anormalidad. Y al mismo tiempo en la última cena celebro ese deseo íntimo de Jesús: quiere dar su cuerpo y verter su sangre por amor. Mi corazón se alegra.

Ese jueves santo Jesús estaba conmovido. Había esperado tanto ese momento. Este jueves santo Jesús en muchas casas dará a beber su cáliz.

Lo tomaré en mis manos, en el dolor de tantos enfermos que vivirán este momento en soledad en los hospitales, en soledad en sus casas.

Jesús pasará lavando los pies con bata de enfermero. Calmando los miedos, sosteniendo el vacío.

Porque este jueves santo en la noche del Monumento tal vez todo esté vacío. Pero no será así en cada casa en la que rogaremos que pase de nosotros el cáliz y un ángel vendrá a consolarnos.

Estará vacío el viacrucis, ese que recorro simbólicamente tantas veces. Pero ahora será real. Será un viacrucis de enfermos. De cruz en cruz, de dolor en dolor.

De una estación en otra llorando con los que lloran. Y suplicando que Jesús tenga misericordia de mí, porque me ha salvado. Y su vida en el vía crucis de mi vida me estará dando la vida.

Saldrá la procesión del silencio, de ese silencio del viernes santo en tantos enfermos que luchan por respirar. El silencio de los que esperan pacientes, impacientes, el desenlace de la vida, con miedo en el cuerpo y en el alma.

No besaré la cruz de madera como otros años. Ese leño que no me duele, porque no es mío. Me arrodillaré en mi casa, en mi cuarto, en mi sala de hospital para besar la cruz bendita que sostengo entre mis manos.

Esa cruz del enfermo por el que rezo, la cruz de mi miedo que me quita la paz, la cruz del silencio que está lleno de presagios. El alma inquieta.

La procesión de mi silencio recorrerá los pasillos de mi casa, de mi hospital. Escucharé el silencio de este viernes con más fuerza que nunca a las tres de la tarde. Cuando Jesús grite y muera, después de pronunciar sus últimas siete palabras.

Y me da miedo sentir que sus palabras van dirigidas a mí, o pronunciadas por todos esos rostros que van perdiendo la vida ante mi impotencia.

Saldrá ese Cristo yacente a recorrer las calles, en ataúdes que me hablan de una enfermedad sin freno, de una incapacidad para guardar la vida.

Claro que habrá procesiones ese viernes santo. La del santo sepulcro recorrerá mi alma llenándome de esperanza, mezclada con mi llanto.

El silencio de María me aguardará el sábado. La madre que llora con su hijo en su regazo. Tantas personas han llorado a sus seres queridos sin poder tocar siquiera su cuerpo muerto. Y sólo rezar ante las cenizas de sus seres queridos.

El dolor más grande de este sábado de espera. Un silencio tan hondo dentro de mi alma. Y ese día guardaré silencio, más que nunca en mi vida porque esta Semana Santa hay muertos que me hablan de la muerte. De ese final que me duele muy dentro. De ese temor que enturbia mi esperanza.

Y añoraré con rabia que llegue el sábado de gloria. En una vigilia sin fuego. Porque no habrá fuego en la noche de ese sábado, en esa Vigilia Santa. No habrá fuego para quemar mis pecados, mi hombre viejo.

Pero ¿acaso el fuego de este incendio mundial no está quemando mi anterior vida para dar paso a una nueva forma de entenderlo todo?

Sí, el fuego sucede en los hospitales y en los hogares. Que están cambiando mi forma de mirar, de amar, de entender la vida y una luz penetra el sepulcro sellado.

Una luz que me muestra con Gloria que la piedra está corrida y que hay vida después de la muerte. ¿Acaso no creo que detrás de tanto dolor y tanta muerte hay un canto de esperanza que me habla de un cielo nuevo y de una forma nueva de vivir mi vida?

No habrá misa festiva esa noche, ni la mañana del domingo. Cada uno en su casa la verá por internet. Y seguirá el momento de la gloria en el que aclamo a Dios que ha vencido en su muerte, en mi propia muerte.

Mis miedos han muerto. Sólo reina la esperanza. El sepulcro está vacío. El cielo abierto para siempre. Sí, definitivamente este año habrá Semana Santa. Más viva que nunca, más profunda, sin duda.

Mi alma añora la vida eterna, y la esperanza. Quiero gritar al cielo suplicando que venga ese Cristo que vence mi muerte, la de tantos. Y trae la vida.

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