La sed es una necesidad que inevitablemente acompaña nuestros días. En el viaje, en el camino, podemos perder muchas cosas, pero nada es más necesario que el agua.
En nuestros días se ha convertido incluso en una moda: junto al celular siempre tenemos una botella de agua.
Si lo miramos bien resulta ser una imagen nuestra vida: hay cosas sin las que no podemos vivir.
Esto también se aplica en nuestro viaje espiritual, porque, al igual que a la mujer samaritana, Jesús nos pide que presentemos nuestro deseo más profundo ante Él.
¿Qué sacia en verdad?
Por estos días se nos hace imperativo buscar en el corazón y darnos cuenta que hemos estado intentando saciar nuestra sed en las fuentes equivocadas.
En lo cotidiano estamos inmersos en el ruido y la actividad. No prestamos atención. No vamos adentro.
Pero, ahora que todo se acalla, que todo se pone en silencio y en pausa; ahora que todo se despeja, se subraya la diferencia entre lo que verdaderamente importa y lo que no.
Es el momento en que hay más luz. Es el momento en que vemos mejor. De hecho, esté es el momento en el que Jesús se deja ver, si tú quieres.
Te necesito
Solo se llega al corazón de una persona cuando ella acepta que la vean en necesidad.
Hoy estamos más necesitados que nunca. Es imperativo que nos descubramos así ante Jesús.
Y a su vez, Jesús, se muestra indefenso ante nosotros como con la samaritana: ¡tiene sed! Jesús tiene sed de nuestra felicidad, de nuestra salvación.
Él quiere responder a ese deseo de vida plena que cada uno de nosotros lleva en el corazón.
No tantas justificaciones
Frente a esta propuesta podemos reaccionar defendiéndonos.
Esto nos sucede a cada uno de nosotros cuando, en oración y en especial en estos momentos, el Señor nos invita a mirar dentro de nosotros mismos.
Para evitar encontrar la verdad, comenzamos a perdernos en reflexiones teológicas de "porqués" que tienen el único propósito de paralizar el verdadero encuentro con Jesús.
Para nuestra sorpresa, su poder es tan grande que, incluso a través de esa maraña de razonamientos, sabe cómo presentarse y se deja ver en toda su belleza: soy yo quien te habla. Soy Jesús. Estoy aquí. No tengas miedo.
Poderoso Jesús
Y Él se muestra no necesariamente para hacer algo. Se muestra para ser Él. Su acción no está premeditada al milagro, está para que tengamos fe.
"¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?".
Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia Ti y confiar en Ti.
En esta Cuaresma resuena tu llamada urgente:
"Convertíos", "Volved a mí de todo corazón" (Jl 2,12).
"Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección.
No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás".
Todo es para bien
Podemos elegir vivir desde la fe y desde la esperanza. Podemos creer -con esa fe que a veces parece ingenua- no que las cosas van a cambiar, pero que en nuestro interior pueden vivirse diferente.
Es en este momento donde cobran sentido las palabras de Jesús: que te suceda como has creído, dice en varias ocasiones en el Evangelio.
Todas las cosas contribuyen al bien de los que aman. Si lo creemos, así lo experimentaremos.
Siempre contamos con esta posibilidad: la de hacer de lo que nos quitan (lo que nos quita la vida misma, las circunstancias o los demás) algo que ofrecer.
Exteriormente no se aprecia ninguna diferencia, pero en el interior todo se transforma. De este modo el destino se convierte en una elección libre.
El amor es la respuesta
La libertad posee esa grandeza: gracias a ella, no es que tengamos el poder de cambiar lo que nos rodea, pero sí que disponemos de la capacidad de darle un sentido, incluso a lo que carece de él.
Aunque no siempre seamos dueños de lo que pasa en nuestra vida, sí lo somos del sentido que le damos.
"Esta ha de ser para nosotros una certeza firme, una certeza liberadora y llena de consuelo en medio de esta prueba de impotencia: si yo no puedo hacer nada, desde el momento en que creo, espero y amo, algo ocurre en el plano de lo invisible, y sus frutos se manifestarán antes o después, en el tiempo de la misericordia divina.
El amor, aunque pobre e impotente en apariencia, siempre es fecundo y no puede no serlo porque participa del mismo ser y de la vida misma de Dios.
Y la esperanza no quedará confundida, pues el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado".
Y ese amor derramado, que nos ha sido dado y que podemos dar, es el que saciará nuestra sed. Se convertirá en lo único necesario.