Realizado en 1497, este magnífico icono se conserva en el monasterio-museo de San Cirilo del Lago Blanco, en el norte de Rusia. En este domingo de Ramos le acompañará en la meditación del Evangelio, que narra la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén.
Cuando se extiende la noticia de la resurrección de Lázaro, los habitantes de Jerusalén supieron que Jesús se acercaba a la Ciudad Santa: salían en masa a recibirle para darle una acogida triunfal (Cf. Juan 12, 12-13). A la sombra del Monte de los Olivos, símbolo de la presencia divina, Jesús avanza. Las profecías (Cf. Zacarías 9, 9) y los Evangelios (Cf. Marcos 11, 2) le describen montando en un asno. Este animal, sin embargo, era desconocido en las regiones nórdicas de Rusia, motivo por el cual la hagiografía le sustituye, como sucede en esta imagen, con un caballo.
Siguen al Señor los apóstoles, entre los cuales se encuentran en primera fila, como sucedería después en la tumba, Pedro y Juan. Volviendo el rostro hacia ellos, con la mano señala la ciudad, haciendo referencia al episodio en el que le habían suplicado que no volviera a Jerusalén (Cf. Juan 11, 7-16).
El árbol de vida que se arraiga en la montaña santa está colocado en el centro del icono, al igual que en el paraíso terrestre. Ofrecerá sus ramos para exaltar al nuevo Adán, al igual que facilitará la madera de la cruz. Divide el icono en dos partes, simbólica separación entre la antigua y la nueva Alianza.
El Salvador tan esperado
A la derecha, saliendo de la Ciudad Santa, se presenta ante Jesús la muchedumbre de los justos del Antiguo Testamento, llevando un ramo en las manos. Han vaticinado al Salvador y han deseado de su venida con tanto ardor que le acogen triunfalmente.
Les preceden Elías y Moisés, designando a Jesús como el Mesías. Junto a ellos se encuentran los judíos contemporáneos de Jesús que creyeron en Él. Como vanguardia de la muchedumbre de hijos de la promesa, unos niños limpian el camino con sus mantos, actualizando la profecía del Salmo 8, 2-3.
Señor, dueño nuestro,
¡qué admirable es tu nombre
en toda la tierra!
Quiero adorar tu majestad sobre el cielo:
con la alabanza de los niños y de los más pequeños,
erigiste una fortaleza contra tus adversarios
para reprimir al enemigo y al rebelde.
Los niños cantan tu esplendor
Tras haber entrado en la ciudad, Jesús se dirigirá al Templo. Allí, los sacerdotes y escribas se escandalizarán al ver a los niños aclamándole nuevamente “¡Hosana al Hijo de David!”. Jesús les dejará callados citando precisamente el Salmo 8 (Cf. Mateo 21, 15-16). Ya había explicado a sus discípulos que el escándalo más abominable consiste en escandalizar a los pequeños que se le acercaban (Cf. Mateo 18, 6). E insistía: “Cuídense de despreciar a cualquiera de estos pequeños, porque les aseguro que sus ángeles en el cielo están constantemente en presencia de mi Padre celestial” (Mateo 18, 10).
Al comenzar esta Semana Santa, contemplemos este icono que subraya el regocijo de los niños al bendecir a Aquel que viene en nombre del Señor y redescubramos por qué el Reino de los Cielos pertenece a quienes se les parecen (Mateo 19, 14).
Artículo publicado por cortesía de Magnificat.