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El Papa agradece heroicidad de quienes tratan a los enfermos

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faboi | Shutterstock

Ary Waldir Ramos Díaz - publicado el 24/03/20

En la misa de Santa Marta, Francisco reza por el personal médico y los sacerdotes cercanos al coronavirus y lamenta que hay otro tipo de enfermos, los enfermos en el corazón

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En la misa en Casa Santa Marta desde el Vaticano vía streaming live el 24 de marzo de 2020, el papa Francisco rezó por el personal médico y por los sacerdotes que atienden a los pacientes con coronavirus arriesgando sus propias vidas.

«Recibí la noticia de que en estos días algunos médicos, sacerdotes murieron, no sé si algunas enfermeras, pero se infectaron, se llevaron el mal porque estaban sirviendo a los enfermos. Rezamos por ellos, por sus familias y agradezco a Dios el ejemplo de heroicidad que nos dan al tratar a los enfermos«.


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Enfermedades espirituales

Asimismo, en su predicación, lamentó que hay otro tipo de enfermos, los enfermos en el corazón, que como el enfermo en la piscina de Betsaida, viven dolencias «en su alma», achaques «de pesimismo» y de «pereza», quejándose de que los otros les pasen por delante. 

En la homilía, Francisco comentó el Evangelio según San Juan (5,1-16) en el que Jesús cura a un enfermo en la piscina de Betsaida.

Jesús cura, pero hay quien elige esperar demasiado para ser sanado, eligiendo una vida «gris», influida por el «espíritu maligno que es pereza, tristeza, melancolía«.

El agua, símbolo de salvación

El Papa reflexionó sobre el significado del agua: «el agua como símbolo de salvación, porque es un medio de salvación, pero el agua también es un medio de destrucción: pensamos en el Diluvio… Pero en estas lecturas, el agua es para la salvación».

Hay un agua lleva a la vida, que sanea las aguas del mar, una nueva agua que cura.

Y, en el Evangelio, la de la piscina, esa piscina donde iban los enfermos, llena de agua, para curarse. Porque se decía que de vez en cuando las aguas se movían, como si fuera un río, porque un ángel bajaba del cielo para moverlas, y los primeros que se arrojaban al agua se curaban.

Enfermo durante 38 años

Y muchos -como decía Jesús- muchos enfermos, «yacían, una multitud de enfermos, ciegos, paralíticos y lisiados, que esperaban la agitación del agua», allí, esperando la curación, que el agua se mueva.

Había un hombre que había estado enfermo durante 38 años. 38 años allí, esperando la cura.

Te hace pensar, ¿no? Es demasiado… porque un hombre que quiere curarse se las arregla para tener a alguien que le ayude, se mueve, es un poco rápido, incluso un poco inteligente…

Pero este, 38 años allí, hasta el punto de que no sabemos si está enfermo o muerto…




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Jesús, viéndolo allí tendido, y conociendo la realidad, que estaba allí desde hace mucho tiempo, le dijo: «¿Quieres curarte?».

«Y la respuesta es interesante: no dice que sí, se queja. ¿Sobre la enfermedad? No. El enfermo respondió: «Señor, no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua comienza a agitarse; mientras yo voy, otro desciende antes”.

Un hombre que siempre llega tarde. Jesús le dijo: «Levántate, toma tu camilla y camina”. Instantáneamente ese hombre se recuperó.

La enfermedad del pesimismo, la tristeza, de la pereza

Nos hace pensar, la actitud de este hombre. ¿Estaba enfermo? Sí, tal vez tenía alguna parálisis, pero parece que podía caminar un poco.

Pero estaba enfermo en su corazón, estaba enfermo en su alma, estaba enfermo de pesimismo, estaba enfermo de tristeza, estaba enfermo de pereza.

Esta es la enfermedad de este hombre: «Sí, quiero vivir, pero…», se quedó allí. ¿Pero la respuesta es «sí, quiero curarme?». No, se está quejando: «Los otros son los primeros, siempre los otros».

La respuesta a la oferta de Jesús de curarse es una queja contra los demás. Y así, 38 años, quejándose de los demás. Y sin hacer nada para sanar.




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Fue un sábado: oímos lo que hicieron los doctores de la Ley. Pero la clave es el encuentro con Jesús después. Lo encontró en el Templo y le dijo: «He aquí que estás curado. No peques más, para que no te pase algo peor».

El pecado de la tristeza que es la semilla del diablo

El hombre estaba en pecado, pero no estaba allí porque había hecho algo grande, no. El pecado de sobrevivir y quejarse de la vida de los demás: el pecado de la tristeza que es la semilla del diablo, de esa incapacidad de tomar una decisión sobre la propia vida.

Pero sí, mirando la vida de los demás para quejarse. No para criticarlos: para quejarse. «Ellos van primero, soy la víctima de esta vida»: las quejas, ellos respiran quejas, estas personas.




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Si hacemos una comparación con el ciego de nacimiento, ¡con cuánta alegría, con cuánta decisión había tomado la curación, y también con cuánta decisión fue a discutir con los doctores de la Ley!

Sólo fue y les informó: «Sí, ese es». Eso es todo. Sin compromiso con la vida…

Me hace pensar en tantos de nosotros, tantos cristianos que viven en este estado de pereza, incapaces de hacer nada más que quejarse de todo.

Y la pereza es un veneno, es una niebla que rodea el alma y no la hace vivir. Y también es una droga porque si la pruebas a menudo, te gusta. Y terminas siendo un «adicto triste«, un «adicto perezoso«…

Es como el aire. Y ese es un pecado bastante habitual entre nosotros: tristeza, pereza, no quiero decir melancolía, pero se acerca.

Una vida gris

Nos hará bien releer este capitulo 5 de Juan, para ver cómo es esta enfermedad en la que podemos caer.

El agua es para salvarnos. «Pero no puedo salvarme a mí mismo.» – «¿Por qué?» – «Porque otras personas tienen la culpa». Y me quedo 38 años allí…

Jesús me curó: ¿no ves la reacción de los demás que se curan, que toman la camilla y bailan, cantan, dan gracias, se lo dicen a todo el mundo? No: continúa.

Los otros le dicen que no debe hacerse, él dice: «Pero aquel que me curó dijo que sí», y continúa. Y entonces, en lugar de ir a Jesús, darle las gracias y todo, les informa: «Fue ese».

Una vida gris, pero gris de este espíritu maligno que es pereza, tristeza, melancolía.

Pensemos en el agua, en esa agua que es un símbolo de nuestra fuerza, de nuestra vida, el agua que Jesús usó para regenerarnos, el bautismo.

Y pensemos también en nosotros, en si uno de nosotros tiene el peligro de resbalar en esta pereza, en este pecado neutro: el pecado del neutro es este, ni blanco ni negro, no sabemos qué es.

Y este es un pecado que el diablo puede usar para aniquilar nuestra vida espiritual y también nuestras vidas como personas. Que el Señor nos ayude a entender lo feo y lo malo que es este pecado.

Finalmente, Francisco concluyó la celebración con la adoración y la bendición eucarística, invitando a hacer la comunión espiritual con la siguiente oración:

Creo, Jesús mío, que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del altar.
Te amo sobre todas las cosas y deseo ardientemente recibirte dentro de mi alma,
pero no pudiendo hacerlo sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Quédate conmigo y no permitas que me separe de Ti.

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