Dada la cancelación de las misas públicas durante las semanas venideras en diócesis de todo el mundo, muchos católicos ya sienten la privación de la Eucaristía.
Cuando el mundo lucha contra una pandemia global, parece que la misa sería más necesaria que nunca.
Sin embargo, aunque las misas públicas estén canceladas, las privadas continúan y el cuerpo de Cristo sigue pudiendo recibir las gracias de esas misas, en especial cuando hacemos una comunión espiritual.
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Aun así, ¿cómo podemos sobrevivir a esta crisis quienes dependemos de los sacramentos estando apartados de la santa misa?
Bueno, existen muchos santos (y millones de cristianos más) que han vivido experiencias similares, de meses e incluso años sobreviviendo sin los sacramentos. Mirarles a ellos puede fortalecernos y ayudarnos a perseverar.
Aunque no están canonizados, miles y miles de cristianos japoneses vivieron sin sacerdotes durante casi 250 años.
Bautizaban a sus hijos en secreto, transmitían la fe en lecciones susurradas y rezaban ante imágenes de Nuestra Señora y el Niño disfrazadas como imágenes budistas.
En 1858, Japón readmitió por fin a los misioneros cristianos, que encontraron a 10.000 cristianos ocultos esperándoles.
Imagina ser criado en la casi certeza de que jamás en tu vida asistirás a una misa, sabiendo de la existencia de la Eucaristía solamente porque la abuela de la abuela de tu abuela fue a misa una vez. Es algo que pone el distanciamiento social en perspectiva…
Los santos de la Corea del siglo XIX experimentaron una situación similar.
Después de que el siervo de Dios Yi Beok y sus compañeros predicaran por primera vez el Evangelio en 1784, la Iglesia estuvo administrada completamente por laicos hasta 1795.
Fue entonces cuando el beato James Zhou Wen-Mo llegó y descubrió a 4.000 católicos, de los cuales solo uno había visto alguna vez a un sacerdote.
Wen-Mo prestó servicio como el único sacerdote de todo Corea durante seis años, hasta su martirio. Durante los siguientes 36 años dejó de haber otra vez misas en Corea, hasta que un pequeño grupo de sacerdotes franceses llegó en 1836… para ser asesinados dos años después.
San Isaac Jogues (1607-1646) quizás estuviera preparado para la tortura y el martirio cuando viajó a América del Norte para evangelizar a los nativos americanos.
Pero, como sacerdote, probablemente no esperaba verse privado de la Eucaristía, hasta que sus captores le mutilaron las manos. Por entonces, un sacerdote que carecía de pulgares o de índices era incapaz de celebrar la misa, así que, desde el momento de su lesión hasta (después de escapar de cautiverio con los mohawk) su regreso a Francia 17 meses después, el padre Jogues no pudo confesarse, celebrar misa ni siquiera asistir a misa.
Recibió una dispensa especial y se le permitió celebrar misa de nuevo, a pesar de la condición de sus manos, y solicitó permiso para regresar a América después de su recuperación.
Fue asesinado no mucho después de su regreso, pero su asesino se arrepintió más tarde y fue bautizado con el nombre “Isaac Jogues”.
La beata Victoria Rasoamanarivo (1848-1894) fue una mujer de la nobleza malgache y una conversa al catolicismo.
Fue líder de la Iglesia en Madagascar, ya que, cuando los franceses fueron expulsados de la isla en 1883, los sacerdotes que se marcharon dejaron el cuidado de la Iglesia en sus manos, junto con la ayuda del beato Rafael Rafiringa, un fraile malgache.
Durante casi tres años, Victoria y Rafael lideraron a los 21.000 católicos laicos en Madagascar, reuniéndolos cada domingo para la oración común a pesar de que no hubiera sacerdotes que celebraran misa. Victoria explicó:
“Pongo en primer plano en mi mente a los misioneros diciendo misa y, mentalmente, asisto a todas las misas que se dicen por todo el mundo”.
Tres años después, una comunidad vibrante hambrienta de Eucaristía recibió con los brazos abiertos el regreso de sus sacerdotes, todos mucho más agradecidos por la misa de lo que habían estado antes de sus tres años sin ella.