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El Papa: Rezar justificándose es hablar con el espejo, no con Dios

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Ary Waldir Ramos Díaz - publicado el 21/03/20 - actualizado el 16/03/23

En la misa live en Santa Marta por la emergencia de Coronavirus, Francisco reza por las familias confinadas: “Tal vez el único horizonte que tienen es el balcón”. Además, invita a hacer la comunión espiritual. 

El papa Francisco invitó a volver a la oración, una oración humilde, sin la presunción de los que se consideran más justos que los demás. Lo hizo en la Misa del 21 de marzo del 2020 en la Casa Santa Marta del Vaticano.




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Francisco comentó las lecturas del Evangelio del día, tomadas del Libro de Oseas (6,1-6) y delEvangelio según san Lucas (18, 9-14) en el que Jesús relata la parábola del fariseo y del publicano.

Franciscó animó a desnudar el alma ante Dios, sin disfrazarse como el fariseo.

Cuando empecemos a rezar con nuestras justificaciones, con nuestras certezas, no será una oración: será hablar con el espejo”.

Vengan, volvamos al Señor

También en el libro del profeta Oseas encontramos la respuesta: “Vengan, volvamos al Señor”. Aseguró que esa respuesta toca el corazón.

“Vengan, volvamos al Señor: él nos ha desgarrado, pero nos sanará; ha golpeado, pero vendará nuestras heridas. Después de dos días nos hará revivir, al tercer día nos levantará, y viviremos en su presencia”.




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“Esforcémonos por conocer al Señor: su aparición es cierta como la aurora. Vendrá a nosotros como la lluvia, como la lluvia de primavera que riega la tierra”.

Francisco comentó que “con esta esperanza la gente comienza el viaje de regreso al Señor. Y una de las formas, de las maneras de encontrar al Señor es la oración. Oremos al Señor, volvamos a Él”.

Presuntuoso o pecador

En el Evangelio, Jesús nos enseña a rezar. Hay dos hombres, uno presuntuoso que va a rezar, pero para decir que es bueno, como si le dijera a Dios:

“Pero mira, soy tan bueno: si necesitas algo, dímelo, yo resolveré tu problema. Así habla a Dios con presunción”.

“Tal vez este hombre hacía todo lo que la Ley pide y lo dice: Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas’. ¡Soy muy bueno!

Eso nos recuerda a otros dos hombres. Nos recuerda al hijo mayor de la parábola del hijo pródigo, cuando va a su padre y le dice: “Pero, yo, que soy tan bueno, no tengo la fiesta, y éste, que es un desgraciado, le das la fiesta…”: presuntuoso“.

“La otra historia que hemos escuchado en estos días, rememoró, es la historia de ese hombre rico, un hombre sin nombre, pero era rico, incapaz de hacerse un nombre, pero era rico… no le importaba nada la miseria de los demás. Son estos los que tienen confianza en sí mismos o en el dinero o el poder…“.

Humildad y humillación

Luego está el otro, el publicano, dijo Francisco:

“En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ‘¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!’.

“Esto nos lleva también al recuerdo del hijo pródigo: se dio cuenta de los pecados que había cometido, de las cosas feas que había hecho; él también se golpeó el pecho: “Volveré a mi padre y [le diré]: padre, he pecado”: humillación.

“Nos recuerda a ese otro, el mendigo, Lázaro, a la puerta del rico, que vivió su miseria ante la presunción de ese señor. Siempre esta combinación de personas en el Evangelio”.

En este caso, el Señor nos enseña a rezar, a acercarnos al Señor: con humildad.

Hay una hermosa imagen en el himno litúrgico de la fiesta de san Juan Bautista. Dice que el pueblo se acercó al Jordán para recibir el bautismo, “alma y pies desnudos”: rezar con el alma desnuda, sin maquillaje, sin disfrazar sus virtudes.




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Desnudar la propia alma

Él, lo leemos al principio de la misa, perdona todos los pecados, pero necesita que le muestre los pecados, con mi desnudez.

Rezar así, desnudo, con el corazón desnudo, sin tapar, sin siquiera tener confianza en lo que he aprendido a rezar… Rezar, tú y yo, cara a cara, el alma desnuda. Esto es lo que el Señor nos enseña.

En cambio, cuando vamos al Señor un poco demasiado seguros de nosotros mismos, caemos en la presunción de este o el hijo mayor o el rico que no carecían de nada. Tendremos nuestra confianza en otra parte.

“Voy al Señor para… pero quiero ir allí, para ser educado… y le hablo a Él cara a cara, prácticamente…”: Este no es el camino. El camino es rebajarse. El descenso. El camino es la realidad.

Y el único hombre aquí, en esta parábola, que entendió la realidad, fue el publicano: ‘Tú eres Dios y yo soy un pecador’. Esa es la realidad.

Pero yo digo que soy un pecador, no con mi boca: con mi corazón. Sentirse como un pecador.

No olvidemos lo que el Señor nos enseña: justificarse a uno mismo es soberbia, es orgullo, es exaltarse a sí mismo. Es disfrazarse de lo que no soy. Y la miseria permanece dentro. El fariseo se justificó.

Confesar los pecados directamente, sin justificarlos, sin decir: “Pero, no, yo hice esto pero no fue mi culpa…”. El alma desnuda. El alma desnuda.

Oración o espejo

Que el Señor nos enseñe a entender esto, esta actitud para comenzar la oración. Cuando empecemos a rezar con nuestras justificaciones, con nuestras certezas, no será una oración: será hablar con el espejo.

En cambio, cuando empezamos la oración con la verdadera realidad -“Soy un pecador, soy una pecadora”- es un buen paso adelante para dejar que el Señor nos mire. Que Jesús nos enseñe esto, a nosotros.

También hoy, Francisco terminó la celebración con la adoración y la bendición eucarística. Cuando no es posible visitar alguna iglesia, se puede hacer una comunión espiritual, usando esta fórmula indicada por el Papa:

A continuación, Francisco ha propuesto la siguiente oración:

“Jesús mío, creo que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo ardientemente recibirte dentro de mi alma, pero no pudiendo hacerlo sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Quédate conmigo y no permitas que me separe de ti”.

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