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Sedado en el hospital, sus hijos con coronavirus en casa y su mujer a miles de kilómetros

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Blanca de Ugarte - publicado el 19/03/20
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Sin poder visitar a su marido ni asistir a sus hijos, María hace lo que puede y espera la llamada diaria del médico de la Unidad de Cuidados IntensivosEn Santiago de Chile, Gonzalo y María pusieron hace unos años muchas esperanzas. Estos españoles se instalaron en el país andino para sacar adelante a su familia con una empresa que Gonzalo arrancó con el esfuerzo de quien se reinventa pasados los 58 años. Su mujer, profesora de universidad, pidió una excendencia laboral y sus tres hijos terminaron allí sus estudios y comenzaron a trabajar.

Fueron unos años duros, ilusionantes y bonitos. El trabajo ha dado frutos y la familia entera fue bien acogida por los chilenos. Javier, el mayor, tiene ahora 30 años, es arquitecto y trabaja en un estudio de la capital. Pablo, terminados sus estudios, regresó a España y ahora, con el Estado de Alarma decretado por el Gobierno, teletrabaja en Madrid. Y la pequeña, Rocío, con 25 años, tiene previsto tomar la batuta del negocio familiar.

A principios de curso, María, terminada su excedencia, tuvo que regresar a España para incorporarse a su puesto de trabajo en la universidad de Granada. Volvía a casa a la espera de que Gonzalo se jubilara y se instalaba con su madre para poder cuidarla pues ya está muy mayor. El matrimonio estaría separado tan solo por unos meses, el tiempo que necesitaba “la niña” para sentirse preparada para ponerse al frente de la empresa.

En febrero, a punto de terminar el verano en Chile, Gonzalo, “la niña” y Javier, se tomaron unos días de vacaciones para descansar y estar con la familia. A su regreso, el 1 de marzo, los tres fueron infectados de coronavirus. Su familia sospecha que el contagio se produjo en el avión por varias las razones: porque cogieron el vuelo en el aeropuerto de Madrid, la comunidad más afectada de España por el COVID-19 (El 25 de febrero se confirmaba el primer caso de coronavirus) y porque María, a día de hoy, sigue sin presentar síntomas.

Ya en Chile, padre e hijos comenzaron con tos y fiebre. Les pegó fuerte, a los jóvenes también. Fueron al hospital. Positivo. Y arranca esta historia. El padre está peor. Le cuesta respirar. Tiene 65 años. Los médicos ordenan ingresarlo. ¿Y los jóvenes? A casa. Cuarentena. Cada uno a una habitación. No pueden estar en contacto.

Informan a María a la que, a más de 5000 kilómetros de distancia, le invade la preocupación y una inmensa impotencia. ¡Vaya panorama! ¿Qué puedo hacer?

“Lo primero que hizo fue pedir ayuda”, comenta a Aleteia la hermana de Gonzalo. “Llamó a una conocida que hacía mucho que no veía y le comentó la situación: ‘Necesito pedirte un gran favor. Mis hijos tienen coronavirus, están en cuarentena en nuestra casa de Santiago. ¿Podrías por favor dejarles en la puerta de casa medicamentos y comida?“. Comprobamos que esta pandemia se combate con amor al prójimo, sea quien sea.

La ayuda también la encontró en una enfermera de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), donde fue ingresado Gonzalo. Era ella quien, además de asistir a su marido, mantenía el contacto con María para informarle de su estado y pasarle el teléfono para que pudiera hablar con él. Hasta que tuvo que ser entubado. Necesita respiración artificial y, por eso, a día de hoy está sedado. La situación se complica y es ahora el propio médico quien llama a la esposa para darle el parte diario. En su última llamada le ha transmitido esperanza: Está estable y eso es bueno porque, dentro de la gravedad, en los dos últimos días no ha ido a peor.

Asistidos sus hijos e informada a diario del estado de los suyos, María tuvo que tomar otra decisión: autoaislarse. Una medida de prudencia para proteger a su madre cuya vida corre peligro si ella también se contagiara. Lo bueno es que, al pasar los días y verse asintomática, en este aspecto se siente más tranquila.

Y ahora solo puede hacer dos cosas más. La primera, rezar con intensidad para recibir la paz de Quien todo lo puede y el consuelo que solo Él puede dar. Rezar para poner en sus manos a los suyos, para entregarle su pequeñez, su impotencia. Rezar para seguir amando a quienes tiene tan lejos y pedir por su pronta recuperación. Rezar para poder abrazarles lo antes posible.

Rezar y pedir oraciones. “Estoy rezando y tengo esperanza. Por favor, no dejéis de rezar”, pide María a través de Whatsapp a su familia. Tanto ella como Gonzalo tienen la suerte de contar con muchos hermanos que ahora más que nunca se sienten unidos de una manera muy especial, unidos en oración. “Mi familia es muy reservada – nos explica la hermana de Gonzalo- pero estos días no dejamos enviarnos mensajes con peticiones de oración”.

Como escribía hace dos días el padre Jon, el párroco de Valdemoro (Madrid), ahora en estado grave también por culpa del coronavirus, “El maldito bicho, está metiendo en España un río de humanidad y bondad, Y DE ORACIÓN. Familias que nunca habíais rezado juntos en casa, estos días lo hacéis. NO LO DEJÉIS”.

 


PADRE JON
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