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El sorprendente beso de Dios que calma

Ash Wednesday

Philippe Lissac | GoDong

Carlos Padilla Esteban - publicado el 05/03/20

¿Conoces los 3 pilares para volver a lo esencial?

La Cuaresma es un tiempo para volver a lo esencial y dejar de lado lo accesorio. Puede que sea lo más difícil. Porque mi corazón se resiste a la conversión y mi fe es tan débil…

Soy pobre y frágil, desvalido en el mundo. Incapaz de trepar a las cumbres más altas, esas con las que sueño. No lo consigo.

Pienso en la ceniza que pusieron el Miércoles de ceniza en mi frente… No me embellece, sino que me marca con una señal de muerte, de vida. Es el beso del amor de Dios en este camino que comienzo.

Antes hubo fuego, ahora quedan cenizas. Cuando me vaya quedarán las cenizas señalando el cielo, señal de la vida eterna. Las cenizas son el rescoldo de un abrazo de Dios.

Besa Él mi pequeñez, mi condición, mi propia vocación, mi camino. Me besa y me dice que me quiere, que cree en mí. Por eso me gusta embellecerme con ceniza para no olvidar de dónde vengo y hacia dónde voy.

Para no olvidarme de mi condición de hijo, de niño pobre, de vagabundo en busca de verdades. Para no olvidar que soy frágil y no poseo nada en propiedad.

Para no olvidar el amor de Dios que se abaja sobre mi vida para decirme que me quiere con locura.




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Este camino en el desierto de la cuaresma comienza con un beso en forma de ceniza, un beso de Jesús en mi frente. Y me dice que me ama.

El beso de Jesús es el beso del amor más grande, del amor que no olvida. Eso me da alegría y esperanza al comenzar estos días alegres, días de luz.

Este beso me habla de vida eterna. Y me dice que no tema. Que nada malo va a pasarme incluso cuando esté pasando por lo peor que podía haber imaginado.

Oración, limosna y ayuno

Jesús me recuerda que necesito apoyarme en tres pilares para no perder la fuerza, para volver a lo esencial y dejar que mi corazón se convierta.

Me pide que lleve una vida intensa de oración. Es tan superficial mi vida espiritual… Vivo en la superficie de las cosas. Me falta hondura, no logro el silencio.

Deseo llevar una vida intensa con el Señor, con María. Una vida de descanso en Dios cuando siento que el mundo con su fuerza me lleva de un lado para otro.

Quiero que este tiempo de Cuaresma sea un tiempo de interioridad, de descanso en Dios, de paz en el alma.


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Al mismo tiempo me pide que cuide mi limosna. No ya esa que doy en un gesto generoso entregando lo que me sobra. La limosna es una actitud de vida. Es vivir volcado hacia los hombres.

Vivir pensando en mi prójimo y no tanto en mí, en lo que yo necesito. Supone cambiar mi pregunta y mirar a los ojos del que necesita: 

“¿Qué quieres que haga por ti? ¿Qué necesitas? Para ser feliz, para que tu vida sea plena, para que te sientas acompañado en tu dolor”.

La limosna me descentra. Es Cristo que sufre en el pobre, en el que no tiene, en el que está solo, en el que me necesita. Dejo de dar solo lo que me sobra. Doy incluso de lo que necesito.

Vivo pensando en los demás, cuidando sus vidas. Todos disponemos del mismo tiempo. Quiero ser generoso con el mío dándoselo al que más lo necesita.


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Por último, me pide Jesús al comenzar estos días de Cuaresma que piense en el ayuno, pero que nadie lo note. Que ayune sin presumir, sin querer aparentar.

Me fijo tanto en lo que reluce… Pero veo caras, apariencias, no corazones. Y Dios ve mi corazón y sabe la verdad que hay en él.

Mi ayuno es la renuncia a aquello que en mi vida es un exceso. Las redes sociales, la vida disipada y superficial que llevo, las compras y gastos innecesarios. El ayuno me lleva a dejar de desperdiciar mi vida en cosas poco importantes.

Ayunar de lo que no necesito para vivir. Quiero ver en qué tengo que ayunar. De qué cosas tengo que desprenderme. Puedo dejar de hacer aquello que no me ayuda a vivir para tener más tiempo para Dios, para los demás, para mí mismo.


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Los tres pilares están unidos como dice S. Pedro Crisólogo:

“El ayuno es el alma de la oración, la misericordia es lo que da vida al ayuno. Nadie intente separar estas cosas, pues son inseparables. El que sólo practica una de ellas, o no las practica simultáneamente, es como si nada hiciese. Por tanto, el que ora que ayune también, el que ayuna que practique la misericordia. Quien desea ser escuchado en sus oraciones que escuche él también a quien le pide, pues el que no cierra sus oídos a las peticiones del que le suplica abre los de Dios a sus propias peticiones. El que ayuna que procure entender el sentido del ayuno: que se haga sensible al hambre de los demás, si quiere que Dios sea sensible a la suya”.

Los tres van unidos. Se complementan, se necesitan. No se puede entender uno sin el otro. El ayuno me abre al hambre de los demás. La oración me vuelve atento al que me pide. La limosna me lleva a amar más a Dios en el que sufre.




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