Dejen los videos de lado (el show mediático construido alrededor de su éxito) y lean la letra de sus canciones: Mucho más de lo que pareceMiles de escuchas en Spotify, centenares de millones de visualizaciones en Youtube y 5 Grammy recientes, gracias a los cuales se ha convertido en la artista más joven que obtiene un reconocimiento tan clamoroso. Billie Eilish tiene solo 18 años y es el ídolo indiscutido de los adolescentes de todo el mundo.
No es seductora como Ariana Grande, no es la heredera de Britney Spears, no es chic y elegante como Taylor Swift. Al contrario. Muchos adultos se asustan de su aspecto y de sus canciones, notando un tono oscuro que en los últimos videos parece tener que ver con el look propio del satanismo. ¿Tengo que preocuparme si mi hijo escucha a Billie Eilish? – se preguntan algunos.
La realidad vence a las pesadillas
La respuesta a los padres preocupados requiere una mirada que no se centre en lo que el mercado discográfico está construyendo sobre Billie Eilish (distorsionándola, en mi opinión) y que no corresponde al sentido prevalente de sus contenidos.
El tema del último álbum premiado en los Grammy es el del sueño/pesadilla, de ahí el título When we all fall asleep, where do we go? (Cuando dormimos, ¿adónde vamos?); la hipótesis no es solo interessante, es finalmente algo profundo en medio de un pop que exuda banalidades por todos sus poros. Esta Billie-ojos-de-cristal nos lleva al mismo drama que se planteaba Hamlet:
Morir, dormir no más. Con el sueño ponemos fin al dolor del corazón.
¿Basta con dormirse para acallar las heridas del alma? Esta es la verdadera propuesta de Eilish.
Pero después, lo que inmediatamente nos llega de esta cantante son videos en los que la dimensión de la pesadilla se exagera hasta el exceso (lágrimas negras que bajan de los ojos, cigarrillos apagados en la cara, decenas de jeringuillas clavadas en la espalda, citas de las escenas de El exorcista, disfraces de diablo, sangre que mana de la nariz) y títulos que – tomados por separado – sugieren nihilismo, autodestrucción, violencia: Bad Guy (mal chico) y Bury a friend (enterrar a un amigo).
Y vemos a muchedumbres inmensas cantar a voz en grito el estribillo: I wanna end me (quiero acabar conmigo). Es muy natural sacar conclusiones escépticas y etiquetarla como una adolescente que incita a la autolesión y al pesimismo depresivo. Pero intentemos desactivar el mecanismo mediático que subraya lo macabro, porque sabe que la provocación vende.
El álbum contiene una bellísima respuesta al tema del sueño, muy sorprendente. Me refiero a la canción Everything I wanted, en la que Billie habla de la relación con su hermano Finneas.
En el origen de este proyecto musical están de hecho los dos, hermana y hermano, compositores de música y textos desde muy jóvenes en su habitación. El texto nos lleva dentro de una pesadilla: ella sueña que se arroja desde el Golden Gate y nadie se da cuenta. Parece que nadie responde a su grito de ayuda.
Pero después me desperté, te via ti a mi ladoy decías: Mientras esté aquínadie puede hacerte daño.
Por tanto la pesadilla es el suicidio y la indiferencia, pero la realidad es una presencia de bien que permanece al lado. Donde sea que nos arroje la vorágine de nuestros pensamientos hay una alternativa que construir en el presente vivo.
¿Por qué enfatizar sólo la pesadilla en la imagen que se ofrece de esta cantante? Lo pregunto al mercado discográfico, que ha hecho desaparecer de la escena lo que los fans más sinceros de la artista más aprecian, el vínculo positivo entre hermano y hermana que cantan juntos … en medio de esa crisis que es la adolescencia.
Pero qué curioso, en la exhibición en los Grammy no se sacó en escena el horror carnavalesco que se nos muestra en los videos, sino un duo maravilloso de Billie y Finneas.
Estoy convencida que el show está fagocitando la que en su origen era una propuesta musical a aplaudir, y que ahora está virando hacia una provocación excesiva para obtener clicks fáciles.
Espero que Billie Eilish se quite de encima a los chacales que la miran como una máquina de hacer dinero, y vuelva adonde había empezado tan bien. Espero que su música vuelva a ir al fondo del mal de vivir, y se olvide de diablos y zombies postizos, volviendo a ese estribillo de 2017 en el que rezaba para que también de la muerte floreciera algo:
Nuestro amor está dos metros bajo tierra,
no puedo menos que preguntarme:
si la lluvia llevase agua a nuestra tumba
¿podrían florecer las rosas?
¿Podrían florecer de nuevo las rosas?
No la veas en Youtube, escúchala
La canción Xanny tiene un bonito texto, es el cuadro descarnado de una juventud aturdida y reventada, a la que ella responde: “No necesito el Xanax para sentirme mejor“. Bingo, somos la generación que responde a las heridas del alma con sedantes. Tras dar la espalda a la buena noticia (a un bien que se puede encontrar en medio de las contradicciones cotidianas), el mundo vaga en búsqueda a base de placeres y tranquilizantes.
Frente a un contenido tan intenso, que finalmente dice que el tranquilizante no es la respuesta a nada, ¿por qué construir un video en el que manos anónimas apagan cigarrillos en el rostro de la cantante? ¿Para decirnos que no necesita anestesia? ¿Para sugerir que la violencia nos cae encima sin piedad? Las imágenes hablan por su cuenta, y si el que mira no entiende la canción, se hará una idea opuesta a la verdadera.
Esta es la pena: lo importante es que el espectador se quede mirando con la boca abierta y que haga click sin entender nada, sin saber que detrás de esa imagen sangrienta podría encontrar palabras que no tienen nada que ver. A propósito: por lo que parece, Billie Eilish es muy generosa atendiendo a sus fans después de los conciertos, muchas veces ha convencido a chicas de que no se autolesionen.
Pero ahora mismo el circo mediático a su alrededor apunta a otra cosa, por desgracia. Ella era también paladina de una manera de vestir contraria al uso de la sexualidad para vender más. Pero ahora se muestra como un maniquí vestido de Gucci y Louis Vuitton de arriba abajo. Qué pena.
Puedes estar triste
Estamos ante la triste paradoja del éxito, esa máquina apisonadora. En una reciente entrevista a la CBS Billie Eilish confiesa que ha sufrido depresión precisamente a causa de la fama: en vez de afrontar el compromiso de una carrera que ha despegado a la velocidad de la luz, habría preferido salir con los amigos.
Con la misma franqueza explica que el tono oscuro de sus canciones tiene un sentido preciso: en un mundo que nos impone llevar a toda costa la máscara de la felicidad, tenemos derecho a decir que estamos tristes.
Estoy convencida de que esto es lo que atrae a tantos jóvenes, que buscan dar un sentido a su lado oscuro. Habría que pensar en ello, en el hecho de que nuestros hijos nos piden que exploremos las tintas manchadas de negro y de lágrimas de sus almas; nos lo piden quizás haciéndose fans de quien grita en su lugar “quiero acabar conmigo”.
El show transforma todo esto en basura macabra, pero nosotros volvamos a las palabras y llenémoslas de experiencia.