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¿Sabes cómo sacar lo mejor de cada persona?

2 WOMAN TALKING

JD Lasica | CC BY 2.0

Carlos Padilla Esteban - publicado el 10/02/20

Educar es un arte individualizado que necesita clima agradable, escucha, cercanía, tiempo, respeto

Me gustaría conservar la vida que hay en mí y en los demás. No destruir con mis descuidos, omisiones y acciones la vida que se me confía. Lograr que la planta que hay en el corazón de aquel que se pone en mis manos crezca en una atmósfera de amor y confianza.

Puedo hacerlo si soy sal. Si en torno a mí logro que los demás puedan estar en paz, sin sentirse violentos o agredidos por mis palabras y silencios.

Es un arte saber educar la vida que se me confía y permitir que la semilla muera y dé fruto. Y la planta deje que el tallo y las hojas se yergan por encima de la tierra. Esa tierra buena que es Dios. El clima agradable que facilita la vida. El agua suficiente para acabar con la sed. Y la suficiente luz para que brote la vida.

Quiero ser sal para conservar la vida y dejar que crezca a mi alrededor. Quiero educar a los que tengo junto a mí como hijos. Esa educación exige una actitud de escucha y cercanía muy importante. Comenta José Kentenich:

“Existe también otro modo de educar: educar sólo en general, hablar en general, sin atender a la índole y a la necesidad de cada persona. Tal modalidad no corresponde a la de Jesús. Si desconozco la individualidad de cada uno, sus necesidades particulares, no puedo adentrarme en su corazón, no puedo ayudar a la vida[1].

Mi misión de ser sal en este mundo pasa por acoger la vida original del que se presenta ante mí en toda su belleza y debilidad. Me detengo ante cada uno. No hablo en general.

Hablo en concreto de las necesidades de las personas que conozco. Les hablo al corazón. Y sé cuáles son sus necesidades personales, sus sueños, sus anhelos. Comenta el Padre Kentenich:

“Yo acogía profundamente en mí la vida del alma de los que me estaban confiados; revisaba en qué medida actuaba Dios en ella; apoyaba lo que consideraba auténtico y conducía lentamente todo lo valioso al interior de la comunidad. Al parecer este trabajo era lo más insignificante posible, no se notaba casi nada hacia fuera. Pero fue el taller del que había surgido todo. Hay que tomar muy en serio todo lo que brota en las almas y educar lentamente“.

Eso es lo que tiene que hacer el que quiere ser sal en el mundo. Conservar la vida con delicadeza, con ternura, sin forzar nada. Se trata de no matar las iniciativas que no comparto y ser capaz de escucharlo todo sin caer en los juicios.

Necesito aprender a aceptar las desviaciones que alejan del ideal sin escandalizarme. Quiero aconsejar sin imponer nada. Aceptar lo que no está bien sin rechazar a toda la persona que ha cometido alguna mala acción.

Cuidar la vida que brota como un pequeño tallo y débiles raíces. No quiero apagar la llama vacilante. Ni partir la caña frágil mecida por el viento.

No quiero dejar que caiga en la putrefacción lo que está bien en el alma que se me abre. Ser sal en medio del mundo tiene esa misión de cuidar la vida, amarla, respetarla, y permitir que crezca a su ritmo. Cada uno a su propio ritmo, no al ritmo que yo tengo.

No juzgo, no rechazo, acojo y valoro siempre.

Al mismo tiempo que la sal conserva la vida, también logra sacar el mejor sabor de los alimentos. Mucha sal le quita el sabor a lo que como. Y demasiada poca hace que la comida no sepa a nada.

La sal es la ayuda para sacar lo mejor que hay en cada alma. Como educador tengo la misión de sacar la mejor versión de las personas que se me confían. Su mejor color. Su mejor sabor. Sus mejores sueños. Sus fuerzas más propias.

Yo desaparezco detrás de la vida que surge. No quiero ser yo el protagonista cuando educo. Soy como la sal que desaparece una vez cumplida su misión.

Es invisible mi entrega. No recibo halagos por ser sal. Simplemente actúo y logro que la vida de las personas sea más agradable, más plena, más bella. Todo lo demás es innecesario. No soy el protagonista.

Me gusta esa misión humilde y pobre. La sal sola no sabe a nada. Nadie come sal sin alimentos. De la misma forma el educador, el padre, no se concibe sin sus hijos. Sin ellos no es nadie. Y en ellos permanece oculto.

La sal escondida en los alimentos los mejora. La sal tirada al suelo tampoco sirve para mucho. Otros la pisarán. Pero la sal bien utilizada cumple perfectamente su misión.

Me gusta ser sal y estar activo en el silencio de la escucha. Allí soy más plenamente yo sin querer asumir ningún protagonismo. Puedo ser sal y no perder mi esencia si permanezco conectado a Dios. Sólo así puedo lograr lo que deseo, cumplir la misión de mi vida, vivir para que los otros vivan.


COUPLE

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[1] Rafael Fernández de Andraca, José Kentenich, Manual del Dirigente

Tags:
educación
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