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‘Eter’: Si juegas a ser Dios te puedes estrellar… o encontrar tu salvación

ETER

Bosco Film

José Luis Panero - publicado el 02/02/20

El aclamado cineasta polaco, Krzysztof Zanussi, se inspira en la historia de Fausto y entrega un ejemplar drama donde narra dos historias distintas sobre el conflicto entre ciencia y fe

El 31 de enero llegaba a las salas de cine españolas Eter, último trabajo del ganador del León de Plata de Venecia, Krzysztof Zanussi, que a sus 80 años se encuentra en un estado de saludable plenitud creativa. De su distribución en salas se encarga Bosco Films.

La película se ambienta a finales del siglo XIX, en algún lugar de las afueras del Imperio ruso. Allí, un médico administra por error una sobredosis letal de éter a una mujer joven. Tras lograr escapar de su condena a muerte, encuentra un trabajo en Siberia, donde logrará sentirse libre y respaldado para experimentar con éter con el fin de controlar el dolor y también manipular las conductas humanas. ¿Hasta dónde llegará el límite entre Ciencia y Humanidad?

“Me ha parecido interesante el enfrentamiento entre el éter, como medio para tranquilizar al ser humano, y el exorcismo, que camina de modo paralelo. Estas dos aproximaciones al mismo fenómeno resultan efectivas, pero, como se sabe, ninguno de ellos puede reemplazar al otro”, nos cuenta en exclusiva para Aleteia el director.

Por fin llega a la cartelera una de esas películas que tardará años de salir de nuestra memoria. No sólo por el resultado impecable de su factura técnica, sino por todo lo que se despliega de su argumento y de la manera que tiene su director de afrontar los conflictos teológicos, especialmente sintetizados entre ciencia y fe, o entre razón y delirio.

Y es que Zanussi es uno de los mejores narradores de cine sobre los problemas existenciales del ser humano, donde captura su esencia como cualquier don permita. No en vano su cine es heredero del que idearon sus predecesores, Robert Bresson, Ingmar Bergman, Roberto Rossellini o Andréi Tarkovski.

Zanussi puntualiza que “el año pasado, en el festival de Locarno, un alumno de un seminario que yo impartí sobre cine me preguntó si podía trabajar sobre el filme Un nemico che ti vuole bene (Italia, 2018). Le dije que sí, claro, que el filme pertenecía a todo el mundo. Se trata de una historia que nace a raíz de una anécdota que yo conté al director de este filme, el italo-suizo Denis Rabaglia durante una cena, y que está inspirada en un hecho real. ¿No es un buen título El enemigo que te ama, traducido al español? De eso también va Eter”.

Pero no todo es expuesto de modo apelmazado, sino dosificado con acierto como el mejor de los cirujanos, y naturalmente retratado con una sensibilidad especial, muy realista que, aunque con escenas duras, no violentarán en absoluto al espectador porque su crudeza no es fruto de un descarnado hiperrealismo.

Desde su aspecto estético, Eter arranca con el Parsifal de Wagner, al que recurrirá una y otra vez, como un adagio, en busca del éter, “la quintaesencia, que está en todas partes, le quita al hombre su voluntad y también su dolor”, dice nuestro protagonista. Aún durante esta BSO, la cámara se imposta sobre una gran tabla gótica, seguramente sobre la idea del infierno, donde ya preludia lo que va a resultar la aventura. Para ello, Zanussi no tiene prisa en que se vean bien todas las imágenes.

Para vehicular el drama de Eter, el guionista de Varsovia se sirve de ese médico que va a encarnar todas las deficiencias del ser humano: la falta de empatía, la hipocresía, la autosuficiencia… Creerse, en fin, un pseudodios al que sólo le interesa alcanzar el poder sin importarle las consecuencias. “¡Estamos a un paso de la resurrección!”, dice jactándose este doctor.

A propósito de esta valoración, Zanussi aclara que el médico“es un antihéroe. Es un hombre que no tiene confianza con nadie. Se dice que el diablo puede seducir a una persona, aunque sobre estoy existen serias dudas. Por eso nuestro antihéroe no puede fiarse del todo de ese otro personaje. En este sentido, Eter comparte referencias históricas con el muy premiado filme húngaro Coronel Redl (István Szabó, 1984)”.

A su lado le acompaña un discípulo que quiere seguir sus pasos en el camino de la investigación. Y por paradójico que parezca le admira por sus extravagantes investigaciones que él toma como hallazgos para hacer el bien, principalmente por su nobleza y su inocencia.

En este sentido Zanussi cruza las identidades de estas dos maneras de pensar y plantea un conflicto entre el hombre al servicio de la razón y el hombre ambicioso, carente de ella y ateo por definición. Para ello, la cámara del cineasta no suele ser un testigo directo de los acontecimientos y opta por tomar distancia y, lo que vemos, que como mucho sea espejo de algo o trabajado a modo de elipsis. Las barreras son incontables.

Así las cosas, la narración va creciendo en suspense a medida que nos encontramos con temas cruciales como el sufrimiento y su instrumentalización. Vaya por delante que, a primera vista, y como consecuencia de lo antedicho pueda parecer una película fría. Sin embargo no es así.

La propuesta de base es fruto de la metáfora, si bien es cierto que el juego que plantea Zanussi aún va más allá y no se queda sólo en una aproximación histórica a los experimentos que va desarrollando con el ser humano en la época en que se inserta. Porque, si sólo fuera así, Eter se convertiría en una película histórica al uso sobre la cuestión moral y las vejaciones que se practicaban en el siglo XIX, antes de que apareciese el éter, que decide si las acciones que se aprecian tienen consecuencias o no en el futuro en el mejor estilo del mito de Frankenstein. Por su parte, las subtramas funcionan muy bien, enriquecen el contenido del argumento central -al que no le sobra ni un sólo diálogo-, y las interpretaciones de su elenco son deslumbrantes.

Y, como decíamos, el genial Zanussi explora también la cara B del drama. Es cuando llega Fausto. Por eso resultan imprescindibles los últimos 15 minutos de la película, que viene precedida por el letrero “La historia jamás contada”. Y, por favor, no abandonen la sala hasta que aparezcan los títulos de crédito.

En estos minutos Zanussi es directo, la cámara se adentra hasta el misterio del hombre, de su realidad, de su fortaleza y de su posibilidad de hacer el bien. Es decir, el punto de vista de la cámara y el concepto cambian, y con lo que hasta ahora se ha deleitado el respetable toma un rumbo totalmente distinto. Es cuando aflora la espiritualidad, la misericordia, la redención y la promesa de esperanza.

El gran tema de siempre son los debates entre ciencia y fe. Para mí la ciencia es totalmente compatible con la religión, pero sólo en el siglo XXI. En el siglo XIX hubo un conflicto global y, en consecuencia, una expansión de la ciencia que aspiraba a sustituir a la religión. Y sabemos que la ciencia no es capaz de producir un programa de la felicidad universal. Sin embargo, la religión sí”, concluye Zanussi.

La nueva mirada de Zanussi con Eter, exponiendo con habilidad y naturalidad los asuntos terrenales con aquello que va más allá de la razón, encumbra y refuerza el talento de este cineasta que tanto bien ha hecho siempre con sus películas. Por su autenticidad y los riesgos de hacer cine en contra de la cultura dominante.

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