Si nos encerramos en ideas fijas y prejuicios, dejamos de ver la realidad; si no tienes ninguna duda, ¡alerta! Nuestra mente puede convertirse en una peligrosa prisión, pero es posible salir de ella
Cuando tenemos una idea de alguien, nos es difícil cambiarla. Comenzamos a releer cada evento y cada palabra a la luz de la idea que tenemos en mente.
Por lo general, adjuntamos etiquetas a las personas, definimos, enmarcamos, y todo esto nos permite movernos de manera segura en el universo de las relaciones y los eventos.
Si alguien intenta cuestionar nuestra idea, tratando de mostrarnos otros aspectos que quizás no hemos considerado, nos volvemos feroces, nos enojamos y ya no queremos escuchar.
Es una dinámica que experimentamos no solo en la vida personal, sino aún más en la política y la social. Nuestra idea se convierte en nuestro ídolo, ante el cual estamos dispuestos a sacrificar la verdad: preferimos salvar a nuestro ídolo mental en lugar de reconocer cómo son realmente las cosas.
Quizás no sea coincidencia que la palabra ídolo tenga que ver con idea. Sí, porque a menudo los ídolos a los que estamos más apegados son, precisamente, nuestras ideas. Se llaman prejuicios, creencias, pero también fijaciones. Es al Olimpo de nuestra mente al que le prestamos un culto diario.
Pero la palabra idea, a su vez, tiene que ver con el verbo ver. La idea es una visión interna. Y existe el riesgo (cuando nos cerramos en ella) de ya no ver lo que sucede afuera, de negarnos a la realidad.
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