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¿Y si ahora sucediera el mayor acontecimiento mundial?

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pixabay

Luisa Restrepo - publicado el 07/01/20

Se trata de no volver a nuestras vidas después de Navidad como si nada hubiera pasado

La naturaleza tiene sus tiempos y habla. La rama del árbol se vuelve tierna y permite adivinar lo que está por suceder, la tierra encuentra su punto y empieza a verdear, las corrientes cambian y traen vida…

Pero, a medida que desaparece la cultura campesina, a medida que nos dejamos envolver por la inmediatez, perdemos la capacidad de hacer predicciones, la capacidad de esperar, de estar preparados para algo.

Para reconocer los signos de los tiempos necesitamos ser pacientes, contemplar, tal como lo hace el agricultor con su tierra. Tenemos necesidad de detenernos y mirar.




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Estamos dormidos

En muchos sentidos, el tiempo en el que vivimos podría definirse como un tiempo en el que estamos entre dormidos y despiertos: esperamos, pero no sabemos qué.

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Nicoleta Ionescu | Shutterstock

Quizás por esta razón, las palabras de Jesús son actuales. Son palabras que nos invitan a permanecer despiertos, a dar razón de lo que esperamos. Porque, también podría llegar un ladrón a quitarnos lo que tenemos…

Y esto, teniendo en cuenta el momento en que vivimos. Porque es ya hora de levantaros del sueño; que la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe” (Rom 13,11).

Aunque ya se acabó el Adviento y ya vino el Señor, no podemos olvidarnos de esperar. La invitación está abierta a no cansarnos de esperar.


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El Salvador está, siempre ha estado en nuestra historia. Es cierto que cada año esperamos su llegada, pero Él nos trae mucho más.

Él no es solo un niño tierno que nos trae paz al final del año para comenzar el siguiente. Él realmente es la promesa de Dios en nuestra vida.

Entonces, ¿cómo actualizar esa promesa para que la venida de Jesús sea más que un momento enternecedor del 25 de diciembre?

Se trata de no cansarnos porque las cosas no cambian o porque no van en la dirección que queremos. Se trata de no volver a nuestras vidas como si nada hubiera pasado.

Se trata de no apagar en nuestro corazón la ilusión de buscar, de encontrar, de emprender, de nacer. Se trata de aprender a esperar en Dios, de entender su actuar en nuestra vida.

Queremos que todo sea ya. Como los primeros cristianos, queremos que Dios se muestre glorioso todos los días, queremos que su esplendor no cese.

Queremos su inminente regreso. Nos desanimamos, nos cansamos, y no encontramos fuerza para luchar. Es en este momento cuando comenzamos a perdernos.




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Inconscientes y acostumbrados

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Precisamente porque no nos detenemos y miramos lo que está sucediendo, podemos identificarnos con la descripción que hace Jesús del día de Noé: la gente vivía superficialmente, hacía las cosas habituales de todos los días, comía y bebía. Hacía lo ordinario automáticamente, sin conciencia… hasta que llegó la inundación y consumió a todos.

Nosotros también vivimos dormidos, acostumbrados, sin reflexionar sobre lo que estamos experimentando, sin cuestionarnos sobre lo que está sucediendo. Preferimos ser ciegos, preferimos no ver. Nos cuesta soportar el peso de la realidad.




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Pase lo que pase

Pero, aunque nosotros no veamos, la vida sigue su curso y, a menudo, los acontecimientos nos sorprenden, la historia nos supera.

Por este motivo no dejemos de estar atentos, no dejemos de estar despiertos. No sabemos cuándo la vida nos pedirá acción.


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Las cosas suceden sin una explicación clara, no siempre entendemos por qué… Sin embargo, es en esos momentos en los que la vida nos invita a dar razón de nuestra existencia aunque no estemos preparados.

No podemos controlar el curso de los acontecimientos, no sabemos qué pasará mañana; pero sea cual sea el momento de nuestra vida en que estos vengan, lo único que importa es cómo nos encontrarán, qué persona elegiremos y buscaremos ser.

Si hacemos así nos daremos cuenta, de repente, de que somos como no habíamos pensado que éramos. Nos daremos cuenta del significado de la salvación de Jesús en nuestra vida y podremos dar razón de nuestra esperanza.

Necesitamos abrir nuestros ojos y reconocer lo que está sucediendo dentro de nosotros y a nuestro alrededor. Tal vez la rama del árbol está realmente a punto de florecer.

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