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Decisiones familiares: ¿Cómo saber qué quiere Dios?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 03/01/20

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No es fácil muchas veces la vida en familia. Miro a la Sagrada Familia y me siento tan lejos… El amor de María como madre. El amor de José como padre. El amor de esposos. El amor de Jesús como hijo. José tomó a María y al niño y se los llevó a Egipto. Y después a Nazaret de regreso:

«Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel; pues ya han muerto los que buscaban la vida del niño. Él se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel».

José escucha al ángel en sus sueños. Sabe lo que Dios le pide y se pone en camino.

La Sagrada Familia se me presenta como un ideal a seguir.

José enamorado de María, enamorado de Dios. José que es dócil a los deseos de Dios. José tan humano, tan de Dios… Buen padre y esposo. Sano hijo de Dios. Dócil, niño.

SAINT JOSEPH
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Miro a María. Enamorada esposa de José. Tan de Dios, tan de los hombres. Tan madre, tan humana. Tan hija llena del Espíritu, tan vacía de vanidades y orgullos.

MARY
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Los miro como peregrinos llegando a Belén. Como familia peregrina yendo como emigrantes a Egipto. Los veo regresar a su hogar en Nazaret cuando todo ya está más tranquilo.

No fue fácil su camino. No vivieron una vida acomodada y burguesa. Fueron siempre peregrinos. Siempre en camino. Siempre desinstalados y arraigados en un solo lugar, el corazón de su Padre Dios que guiaba sus pasos. Me gusta la confianza de José y María. No se turban. No pierden la paz. Decía el papa Francisco:

«De esta manera madura en nosotros una sintonía profunda, casi innata con el Espíritu y comprobamos qué verdaderas son las palabras de Jesús citadas en el Evangelio de Mateo: – No se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes. Es el Espíritu que nos aconseja».

El Espíritu Santo los condujo por la vida de un lado para otro. Hasta que echaron raíces en Nazaret. Cuidando la vida del hijo de Dios. Misión tan inmensa. Débiles hombros los suyos.

Me conmueven su confianza y su fe. Se ponen en camino. Me cuesta a mí ponerme en camino y ser peregrino. Estoy tranquilo, en paz, en mis cosas. Y me cuesta tanto dejar lo que me ata, lo que me da seguridad…

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Una familia desinstalada. Hace tiempo el papa Francisco dijo también:

«Prefiero una Iglesia accidentada por salir, que enferma por encerrarse».

El Espíritu Santo me saca de mi encierro. No me deja estar tranquilo. Me pide que me ponga en camino. Que deje atrás las cadenas y ataduras. Que no tema cambiar mis rutinas. Que no me dé miedo perder las raíces.

Porque el amor verdadero dura para siempre. El tiempo no le afecta. Ni los cambios. Ni los colores diferentes. Lo que es de verdad permanece intacto, inmaculado, virgen. Lo que no es de verdad muere rápidamente con el paso del tiempo.

Los cambios traen vida nueva al alma. Me cuestiono si me gusta más vivir instalado o en continua peregrinación. Me pregunto si me gusta más lo de siempre o estoy abierto a lo nuevo.

José sabía escuchar el querer de Dios en los ángeles. Yo estoy llamado a escuchar su querer en mi corazón, en las personas que acompaño, en la vida que se me regala.

Dios me habla de forma silenciosa para que no me quede donde estoy. Siempre puedo crecer y si no avanzo, retrocedo. Lo tengo claro.

Viene el Niño Dios para que me ponga en camino. Quiere que coja a María y al Niño y los ponga en mi vida. Quiere que yo sea como esa sagrada familia de Nazaret que siempre está buscando la voluntad de Dios.




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Una Iglesia accidentada mucho antes que aburguesada. Hay tanto bien que puedo hacer… No quiero perder el tiempo preocupado sólo de mí. De lo que a mí me hace falta. No quiero vivir encerrado en mis gustos y aficiones.

Levanto los ojos. ¿Dónde me habla Dios? Hay peligro siempre por todas partes. Y hay también la posibilidad de no hacer nada por cambiar este mundo.

Está en mis manos la oportunidad de hacer un bien. Puedo cambiar, puedo hacer que otros cambien. Puedo sembrar semillas de esperanza. Puedo hacer que la vida florezca en medio del desierto. Puedo hacerlo. Si me dejo hacer.

El Fiat de María resuena de nuevo en mi corazón. La actitud dispuesta a actuar de José se me queda grabada en el alma. José puede llevar a los suyos. Puede conducirlos. Puede hacer que crezcan. Puede crear ese lugar de paz en el que Jesús nazca.

Puede hacerlo José. Puedo hacerlo yo si me dejo inspirar por el Espíritu Santo. Me gusta la actitud de Albert Espinosa, quien sufrió un cáncer muy duro durante muchos años de su infancia y juventud:

«Cuando crees conocer toda la respuesta, el universo llega y te cambia las preguntas».

A veces creo saberlo todo y llega Dios y me cambia las preguntas. Surgen preguntas nuevas, miedos nuevos. Los desafíos aumentan, son diferentes. O soy yo diferente y estoy ahora preparado para subir montañas que antes parecían imposibles.

No me conformo con lo que tengo. Llega el Niño Dios a mi vida y me desinstala. Me gusta. Su presencia, su fuerza me cambian por dentro. Yo me dejo cambiar. Sigo sus pasos.

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