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De la selva al cielo: Una historia de parto en plena jungla

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Macky Arenas - publicado el 26/12/19

Los indígenas arhuacos -colombianos- comparten este relato de generación en generación

El sol y la luna son los astros más conocidos por los terrícolas pues son los más grandes, los más visibles y los “reyes” del Sistema Solar. Desde las civilizaciones más antiguas hasta las comunidades indígenas originarias de cada nación, los humanos del planeta han hecho del sol y la luna protagonistas fundamentales de su cotidianidad y objeto de creencias, muchas veces atribuyéndoles condición de divinidades.

Toda una mitología se ha desarrollado alrededor de esas figuras de la naturaleza, haciéndolas objeto de fábulas e historias vinculadas a la identidad de sus pueblos e, incluso, confiriéndoles aspecto y actitudes humanas.

Mitologías antiguas

Tanto en la griega como en la mesopotámica y la egipcia, los mitos y leyendas sobre los astros abundan, tanto hermosos como trágicos. El sol infunde respeto temor a su potente color y calor. La luna siempre ha sido objeto de admiración. Su pálida belleza y su imponente presencia en el infinito inspiran a poetas y enamorados. En la mitología griega, Selene era la diosa de la luna, hermana de Helios, el sol, y de Eos, la aurora.

“Selene fue personaje central de muchas historias de mitos, pero su romance con Endimión fue el más profundo y su más bonita leyenda de amo”, recuerda Anabella Squiripa.

Helios, hermano de la diosa Selena (la Luna)  ha sido identificado con el dios de la luz, Apolo. Su equivalente en la mitología romana era el Sol, y específicamente Sol Invictus. Para algunas culturas son deidades y como tales se les profesa devoción.

Historias de amor

Existen muchas leyendas y cuentos que narran la historia de amor de la Luna y el Sol. La más conocida es la versión cristiana, en la que Dios, en la culminación de su creación del mundo, decidió bañarlo de luz a través de dos astros que, aunque iguales en belleza, nunca coincidirían en el tiempo: uno iluminaría la noche y, el otro, el día.

“La tradición mexicana, como Imperio del Sol, cambió la historia para humanizarla, hablando del descenso a la tierra de los dos cuerpos celestes, convertidos en un hombre y una mujer que se enamorarían profundamente durante la celebración de un baile popular. De hecho, en el Festival Internacional Cervantino de Guanajuato (México) es típico ver a los hombres y a las mujeres disfrazados de soles y lunas, con la intención de encontrarse y unir sus corazones”, escribió Celia Molina.

Pero tal vez uno de los más conocidos por los latinoamericanos es el mito del Sol y la Luna que nació en Colombia. Es una historia original y diferente.

Hermanos nacidos en la selva

Una bella india aruhaca estaba de parto. Después de muchos dolores dio a luz a dos hermanos y se maravilló cuando comprobó que sus pieles irradiaban luz. Temerosa de celos por ese resplandor, los escondió en una cueva. Pero la tribu iku notó la luz y se acercaron al lugar tocando sus tambores, caracoles y flautas.

Tanta era la bulla que el hermano varón se asomó a ver qué ocurría. Yuí se llamaba. Los indios trataron de tocarlo pero él se elevó al cielo de inmediato. Siguieron tocando y en un rato salió Tima, la pequeña hembra. Era tanta su luz que lanzaron cenizas sobre ella para opacarla. Pero pasó igual, al intentar tocarla, se elevó al cielo.

En ambos casos, hubo indios iku que quedaron ciegos por la fuerza del destello de los hermanos. Es la historia que estos indígenas narran para explicar el origen del sol y la luna. Aseguran que por el día Yuí se encarga de brindarles la luz y el calor, mientras que por las noches, tenuemente, Tima lanza sus rayos opacos debido a la ceniza que lanzaron contra ella sus ancestros, iluminando el camino nocturno de los aruhacos.

Es una historia que esta étnia cuenta de generación en generación. Diferente a las que proliferan por otras latitudes y que casi siempre retratan al sol y a la luna como una suerte de Romeo y Julieta, quienes se apasionan el uno por el otro, se enamoran perdidamente pero están condenados a vivir separados por el día y la noche.




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