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Según el “Informe de la Riqueza 2019” recientemente publicado por Credit Suisse Research Institute, la crisis pasada no tuvo el mismo impacto para todos los ciudadanos. De hecho, en España se han quintuplicado el número de millonarios en la última década escalando hasta el décimo lugar en el ránking mundial.
En los países desarrollados el tránsito por la crisis ha dado lugar a un incremento de la desigualdad en el reparto de la riqueza. Los datos de Intermón Oxfam advertían hace unos años que la mitad de la riqueza mundial está en manos de solo el 1% de la población. No obstante, si bien en el 2000 el 90% de población poseía el 11% de la riqueza, actualmente este porcentaje se ha elevado al 18%. Es decir, que el 82% de la riqueza recae en un 10% de la población mundial.
Pero en realidad, que haya un incremento del número de millonarios no es un problema en sí mismo. Podría ser simplemente indicativo de la buena salud económica de un país; podría ser síntoma de que una economía pujante ofrece oportunidades para que ciertas personas puedan escalar económicamente y amasar sus fortunas.
Sin embargo, si bien la bonanza económica puede conllevar un incremento del número de millonarios, esto no conlleva necesariamente a que el incremento de fortunas implique la prosperidad económica del país. Este argumento encierra una trampa dialéctica habitual y, en ocasiones, interesada.
Si así fuera, ciertos países africanos con férreas dictaduras propiciadas por la Guerra Fría deberían ser paradigmas de la prosperidad económica y no lo que actualmente son, países a la cola del desarrollo económico sin oportunidad para participar de los beneficios de la globalización.
Si los incrementos de fortunas no provienen de mejoras económicas sino de la capacidad de ciertos colectivos de condicionar los flujos de rentas en su interés, aumenta la desigualdad y el malestar en la economía. A veces estos grupos de interés ejercen un poder asimétrico en los mercados, oligopolios o monopolios, a veces disponen de regulaciones que les otorgan privilegios o directamente generan redes clientelares o corruptelas que nada tienen que ver con el libre mercado pero si con la libre acción de manipular los mercados. Es muy común encontrar quienes pretenden camuflar como libre mercado lo que en realidad son ansias de manipular libremente el mercado a su antojo y beneficio.
Entonces, procede la cuestión de si cada vez que se observa un incremento de las fortunas en una crisis implica que estrictamente la existencia de prácticas de presión y abuso en los mercados con poder asimétrico. En realidad, tampoco es tan simple. Si la capacidad de diversificación de riesgos depende de la riqueza disponible, es decir si los más ricos pueden acceder a productos financieros que les permitan diversificar mientras que los menos ricos no, está claro que en una crisis golpeará más fuerte a quienes no pueden diversificar, a los más pobres.
El informe Credit Suiise estima que, a pesar de que las perspectivas económicas de España no son buenas por la ralentización económica, el Brexit y la guerra comercial. el número de millonarios españoles crecerá un 42% en los próximos cinco años. Cabe preguntarnos si este gran incremento se deberá a la capacidad diferencial de diversificar frente a la crisis de quienes más riqueza tienen o bien a que en momentos de crisis se acentúan las prácticas de poder asimétrico en los mercados de los grupos de presión.
La Comisión Nacional del Mercado y Competencia de España estimó hace cinco años que el sobrecoste de las licitaciones públicas como medida del drenaje de dinero que provoca la corrupción ascendía al 4.5% del PIB. De cara a la crisis que se avecina, ¿seguirá sucediendo lo mismo?