La hermana Myriam Yeshua, religiosa argentina, testimonia la fuerza espiritual de los cristianos sirios y plantea preguntas que todos deberían hacerse en Occidente.La hermana Myriam Yeshua, religiosa argentina del Instituto Verbo Encarnado, ha sido misionera en Siria durante cuatro años. Asegura haber visto más felicidad en los cristianos perseguidos en Siria que en muchas personas en occidente, a pesar de que gozan de todas las comodidades.
Cuando terminó sus estudios, la destinaron a Egipto, durante dos años y medio para aprender árabe y, de este modo, poder fundar después una residencia universitaria femenina y atender la Catedral de Alepo de rito latino.
Vivió en Siria cuatro años y medio, de los cuales afirma con rotundidad tuvo “la gracia” de pasar dos años de la guerra. Aclara con una sonrisa, que “no fue una gracia por que fuera algo lindo sino por que la ayudó a ver las cosas de otro modo”.
Lo que enseña la guerra
La guerra la enseñó “a experimentar cómo Dios actúa en cada uno de nuestras almas, a pesar nuestro y muy a pesar nuestro”.
Durante esos dos años filtró “lo que realmente es importante y por eso tiene una eterna gratitud a Dios por permitirla vivir esa primera línea”.
Nunca habla del conflicto económico-político de la guerra en Siria, por dos razones básicas, la complejidad de todo el teatro mundial que ha llevado a esa guerra y porque como religiosa no es su ámbito, “mi ámbito es estar con los que me necesitan”.
Pero con su testimonio da a conocer la realidad de los olvidados, de los que sufren sin que el mundo haga nada y sus vidas sean objeto de reuniones internacionales que con frecuencia no solucionan los verdaderos problemas.
Bajo las bombas
Para la hermana Yeshua “la guerra es fruto del odio y lleva al hombre a vivir alejado de Dios, lo lleva al extremo. En cierto sentido, todos somos culpables de esta guerra, porque si yo no hago el bien que tengo que hacer, de algún modo también estoy contribuyendo al mal”.
“Vivir en Siria es convivir con el miedo y la tensión diaria, mis hermanas realizan su apostolado en la residencia universitaria femenina de Alepo. Arriesgan su vida cada día –reconoce la religiosa–. Las circunstancias diarias son muy duras. En muchas ocasiones, no hay agua ni luz durante más de diez días. Las jóvenes tienen que estudiar con velas, pero a pesar de ello, tienen una alegría que no la veo en muchas jóvenes de occidente”.
“Admiro la esperanza y la alegría con la que estos cristianos sobrellevan el día a día –añade–. En sus labios siempre hay un profundo agradecimiento a Dios por todo”.
Está convencida que la causa de esta alegría es la gracia de Dios, pero también la unidad que reina entre los cristianos de allí. La residencia universitaria se encuentra en la misma calle que las casas que tienen otras instituciones, como el convento de las Carmelitas, de las Hermanas Doroteas, las Hermanas Misioneras de la Caridad y la Catedral, encontrando así un importante apoyo entre todos los cristianos.
La guerra no discrimina a nadie, dice la hermana Yeshua: “Hace poco, una de las hermanas que continúa en Siria, escribía contando cómo los niños quedan profundamente afectados por la guerra. Muchos de ellos se han quedado huérfanos de madre. Los dibujos que pintan reflejan el dolor que sufren: una flor traspasada por un cuchillo que destila gotas de sangre”.
“Usted no entiende nada”
Muchos cristianos arriesgan cada día su vida por ir a misa, cuenta la religiosa, sobre un anciano de 87 años que camina diariamente 45 minutos para recibir la Eucaristía. En una ocasión le dije que ante esas circunstancias, no era necesario ir a misa todos los días, bastaba solo con acudir los domingos. Él me miró con sorpresa y me dijo: “usted no entiende nada. Si me pasa algo voy derecho al Cielo”.
“La oración es lo que les da fuerza para poder sobrellevar esta situación con alegría –reconoce la hermana–. Humanamente lo han perdido todo, pero espiritualmente han ganado mucho más. Las situaciones de violencia diaria y de incertidumbre sobre si vives o mueres mañana, son las que han llevado a la gente a aferrarse más a Dios, a ver el verdadero sentido de la vida”.
La hermana Yeshua pide a los cristianos de occidente que no permanezcan inmóviles, que despierten, pero con responsabilidad y sin sensiblerías: “No podemos ser indiferentes ante lo que está pasando. Si ellos son felices con nada, ¿por qué nosotros no?”.