No pocas veces ha venido a mí alguien a decirme que en su vida no hallaba ningún pecado. Ya no me sorprende. No creo que haya muchos corazones concebidos sin pecado original. Ojalá los hubiera. Lo que sí falta es introspección.
El hombre hoy ya no mira hacia dentro. Busca fuera calmar su sed. Esa sed que no sabe de dónde le viene. Busca agua sin pensar que en su propio interior hay una fuente que se ha quedado seca. Y sin esa fuente es difícil encontrar paz y alegría.
Te puede interesar:
Cómo conocerse mejor a uno mismo
El hombre ya no se pregunta lo que hace mal. Casi prefiere justificar sus actos. Algún culpable habrá que me fuerce a mí a no hacer las cosas bien. Son otros los responsables, no yo.
Se evita asumir la responsabilidad. Que otro pague por mis desmanes, no yo. Alguien que pague la deuda no pagada, la culpa no perdonada, el mal causado.
Esa actitud lleva a no pensar en los propios pecados. Ni mato, ni robo, ni hago mal a nadie. ¿De qué me voy a confesar? No encuentro nada malo de lo que arrepentirme.
Y eso me lleva a permanecer en la superficie sin ahondar y sin crecer. ¿En qué tengo que crecer si en todo estoy más o menos bien? Y me conformo.
La tibieza se apodera del alma. Todo vale. Al fin y al cabo, la vida son sólo dos días. ¿Para qué andar pensando en culpas? Eso es algo obsoleto. Propio de una Iglesia ya caduca. Ahora no se estila.
Te puede interesar:
En el fondo, ¿qué es “eso” del pecado?
Si actúo mal, paso la página y vuelvo a empezar. Sin preguntas. Sin profundizar. Comenta el papa Francisco:
“La miseria moral consiste en convertirse en esclavos del vicio y del pecado. ¡Cuántas familias viven angustiadas porque alguno de sus miembros tiene dependencia del alcohol, las drogas, el juego o la pornografía! Siempre va unida a la miseria espiritual, que nos golpea cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor. Si consideramos que no necesitamos a Dios, que en Cristo nos tiende la mano, porque pensamos que nos bastamos a nosotros mismos”.
Creo que me basto a mí mismo. No necesito el poder de Dios. Menos su misericordia. No quiero sentirme débil, ni pobre, ni pecador. No me gusta la humildad.