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Cuando el bien no viene bien

FLANNERY O CONNOR

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Manuel Ballester - publicado el 08/12/19

Lo que Flannery O’Connor nos enseña con su obra...

El bien y el mal no dejan indiferente a nadie. El modo en que los encajamos en nuestras vidas, de alguna manera nos definen.

En el cuento El pavo (1947) de Flannery O’Connor (1925-1964) aparece una figura que no necesita presentación. Sobre ella leemos que «la abuela había hablado con Hane y le había dicho que la única manera de vencer al diablo era luchar contra él». En el lenguaje metafórico del relato parece casi una evidencia: hay que luchar contra el mal o, en caso contrario, el enemigo, el mal, Satán, nos vencerá al no hallar en nosotros resistencia alguna. Hay que evitar el mal y procurar el bien, en suma.

La perspectiva de O’Connor sobre la definición de la propia vida en este contexto es inusitada. Y su estilo, original. De modo que tanto lo que dice como el modo de decirlo la hacen particularmente atractiva para los lectores.

Aunque Flannery es autora de algunos ensayos, novelas y un interesantísimo epistolario, destaca sobre todo por sus cuentos que, por otra parte, fueron publicados inicialmente por separado y posteriormente recopilados. Así, por ejemplo, Un hombre bueno es difícil de encontrar (1955) incluye diez relatos o Todo lo que asciende debe converger (póstumo, 1965) nueve.

La escritora aparece inteligente, siempre cercana, siempre vivaz y optimista pero con la «serena insatisfacción del que está de vuelta de todo» (La vida que salvéis puede ser la vuestra, 1954). Por mostrar, más que decir, cuál es su enfoque cabe recordar al anciano sureño de El geranio (1946). Es, a todas luces, un hombre bueno que ha ido a vivir a casa de su hija en New York. Se hace una opinión no muy positiva de uno de sus vecinos.

Un día ese vecino se muestra jovialmente agradable, simpático y acogedor, le ayuda y lo acompaña hasta su casa. Cuando se queda a solas, «el dolor de la garganta se le extendió por toda la cara y le empañó los ojos»: El anciano no puede digerir fácilmente esa situación.

Reparemos en que tenemos un hombre bueno que, inopinadamente, recibe un bien inesperado. Su reacción es el abatimiento: no es capaz de soportar que el vecino sea mejor de lo que él había pensado.

Es chocante pero no se trata de un personaje trágico ni desgarrado. Así son la mayoría de personajes de Flannery. Incluso cuando estamos ante un desequilibrado (como en Un hombre bueno es difícil de encontrar), nos movemos en un tono de normalidad, cotidianidad.

La cuestión la expone explícitamente la misma autora: «Todos mis relatos tratan sobre la gracia en un personaje que no la desea, por eso la mayoría de la gente piensa que las historias son duras, sin esperanza, brutales». Si de alguna manera el bien nos eleva e ilumina, la obra de Flannery alude a una realidad de la que también tenemos experiencia: a veces molesta la luz y nos defendemos de ella.

No por experimentado deja de sorprender el rechazo de la luz. ¿Por qué? ¿Qué obstáculo encontramos? Más allá de admitir un error, ¿Qué problema tiene el anciano con que su vecino sea bueno, mejor de lo que él pensaba?

Si el bien y la luz admiten grados, su llegada en forma de gracia también revela una jerarquía de personajes: el anciano de El geranio, el muchacho que encuentra un pavo muerto de un balazo (en El pavo) o el desequilibrado reciben bienes de distinta intensidad y, por eso, su rechazo quizá los sitúe en distinto plano. Pero, y es lo que caracteriza a Flannery, todos representa un mismo dolor ante el bien que sólo pide hacerse presente en sus vidas.

Estamos hechos de modo que podemos buscar, acoger o huir ante el bien. Sabemos que la realidad del hombre admite todas esas actitudes. Unas nos elevan, otras nos hacen bajar la cabeza, pero todas forman parte de la realidad humana.

En 1979 John Huston adaptó al cine la novela Sangre sabia (Wise Blood, 1952) siguiendo muy de cerca el texto de Flannery. Ahí vemos a un predicador desencantado del mundo, enfadado con su creador que, por eso, decide fundar una iglesia sin Cristo, cuya misión es predicar al diablo, animar a pecar y a transgredir todo lo sagrado.

Cuando años más tarde redactó sus memorias, Huston escribió sobre esta película: «Nada me haría más feliz que ver que esta película consiga aceptación popular y rinda beneficios. Demostraría algo. No estoy seguro qué… pero algo».

O’Connor es brillante. El lector espera que, de un momento a otro, llegará el giro inesperado, sorprendente. Y llega y, no por esperado, es menos sorprendente.

Flannery es consciente de que su obra divierte y sorprende a la gran mayoría de sus lectores. Pero entenderla requiere otras claves. Huston atisba que ahí late algo de gran intensidad, aunque no está seguro de qué.

Con el delicioso título de El hábito de ser disponemos de su epistolario donde ella misma orienta al lector hacia una clave interpretativa en ese sentido: «Las historias son difíciles porque no hay nada más difícil o menos sentimental que el realismo cristiano… Siempre me divierte ver que estas historias se describen como historias de terror, porque el crítico no puede capturar el verdadero horror».

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