Comienzo el Adviento con el deseo de vivir con esperanza. Me despierto del sueño, del letargo, de la muerte y miro con alegría lo que viene por delante:
“Tomad en cuenta el momento en que vivimos. Ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer”.
Me gusta pensar que es así. La salvación está más cerca. Más cerca que cuando empecé mi camino de fe. Han pasado los años y miro hacia delante con más confianza. La salvación está más cerca de mí. Eso me alegra.
El Adviento es un tiempo para velar, para esperar, para aguardar la venida de Jesús. Un tiempo de anhelo y de deseo. Todavía no nace Jesús en mí y ya lo espero confiado. Viene a mí, va a cambiarme por dentro. Va a lograr hacer vida en mí lo que me pide:
“Comportémonos honestamente, como se hace en pleno día. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujurias ni desenfrenos, nada de riñas ni envidias. Revestíos más bien de nuestro Señor Jesucristo”.
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