Me gusta la mirada de María. Esos ojos que me persiguen en el Santuario, no importa dónde me arrodille. Allí están, mirando, acogiendo, comprendiendo. Nunca he sentido un reproche, una mala cara. Tan lejos de mi forma de mirar.
No se fija en mi ropa, ni en mis gestos. Se conmueve si me vence el sueño. Acepta mis excusas. Recoge mis miedos. Calma mis heridas. Me viene al corazón la letra de una canción:
«En el jardín oculto de tu belleza. Allí donde las flores cubren la hierba. Allí donde descanso en ti, María. Allí donde tus aguas calman mi herida. En el pozo profundo de tu agua pura. Donde busca mi alma la paz sagrada. Allí donde yo vengo a ti, María. Deja que en ti mi fuente tenga agua viva».
Pienso en el jardín de María en mi propia alma. En ese lugar oculto donde sólo Ella reina, vive y me regala su paz. Su mirada se posa en lo más sagrado que tengo, en lo más oculto.
Y yo en Ella descanso. En su regazo, en su abrazo. Así es María. Madre que mira. Como esa Virgen morena en Guadalupe que mira bajando sus ojos sobre mí.
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