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¿Te sientes inútil? La docilidad es la clave

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S L/Unsplash | CC0

Carlos Padilla Esteban - publicado el 20/11/19

Sólo Dios actuando en medio de la noche, a través de mi imperfección, deja crecer la semilla

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Me gusta hacer cosas, sentirme útil, experimentar, tocar, lograr, sentir. Me gusta sentirme vivo, despierto, atento. Los límites me molestan e incomodan. Me despierto y quiero correr, abrazar, empujar, saltar.

Quiero ser cielo, montaña, río, mar. Quiero lo que está más lejos, más dentro, más hondo. Lo quiero todo, ahora, aquí, en mí.

Corro el peligro de ponerme en el centro, de ser yo, de buscar que me vean, me escuchen, me sigan. Yo el que hace, es y vive. Porque quiero sentirme vivo en medio de muertes y desiertos.

Quiero ser cascada, torrente, lluvia de temporal. Quiero ser grito, canto, silencio, palabra que se eleva sobre el océano y se hace carne. Quiero ser todo en uno, dentro de mí.

Quiero moverme y no quedarme quieto. Quiero cambiar y seguir siendo yo mismo. Quiero la eternidad recogida en un día, en un momento, en un ahora en el que escucho mi sí, pronunciado muy quedo.

Quiero que las sombras se apaguen con la luz, del sol, del alma. No importa cuándo, pero pronto. Eso espero. Busco entre oscuridades un camino escondido para los ojos, no para la mirada del alma.

FREEDOM
BABAROGA|Shutterstock

Deseo llegar a esa opción tapada, demasiado oculta. Pronuncio mi sí sin apenas voz. Con gestos y silencios. No dejo de caminar. La meta está cerca, o lejos. Me gustan las palabras de Santa Teresa de Calcuta

«A menudo puedes ver cables que cruzan las calles. Antes de que la corriente fluya por ellos no hay luz. El cable somos tú y yo. La corriente es Dios. Tenemos el poder de dejar pasar la corriente a través de nosotros y de este modo generar la luz del mundo—Jesús—o de negarnos a ser utilizados y de este modo permitir que se extienda la oscuridad».


MATKA TERESA Z KALKUTY

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Me gusta ser instrumento, canal, vía por la que fluye Dios, por la que llega a tantos. Para dar luz, para acabar con las sombras, con las noches, con las tinieblas. No quiero ser obstáculo, puerta cerrada, roca. No quiero ser desierto, erial, secarral.

Me falta docilidad para dejarme hacer por Dios. Soy torrente que no busca el descanso. Me cuesta abrir la puerta de mi alma y permitirle entrar. Me resisto a tanta docilidad. Sé que la docilidad es la clave de todo:

«El Espíritu, cuando encuentra docilidad, afina el arte del conocimiento de uno mismo y la inteligencia de saber leer entre líneas, aprendiendo a ir más allá de lo que es superficial, por más que brille».

Quiero aprender a ser dócil para saber leer los deseos de Dios. Quiero ser cable y dejar que Él sea la luz. Que Él sea el poder que transforma el mundo en mis palabras, en mis silencios, en mis gestos. El poder de Dios actuando en mí cuando yo le dejo.

Deseo la docilidad de un niño inocente. La apertura del que no tiene nada que perder. Del que no guarda, ni esconde, ni protege. Del que se rompe para que todo pueda brotar lleno de vida. Quiero ser como dice el padre José Kentenich un instrumento perfecto:

«El instrumento perfecto está tan perfectamente unido a Dios que la pérdida de todos los seguros secundarios de la vida ahonda y garantiza tanto más la ‘seguridad de péndulo’. Quizás la naturaleza tiemble y se estremezca cuando se nos aparta de nuestra tierra, cuando se nos arrebata una seguridad material, mundana».

La seguridad del péndulo. La seguridad del niño sujeto a Dios. Del instrumento en sus manos. libre para ser útil. Para servir, para dar, para dejar que suceda todo a su alrededor.

Sin querer controlar el desarrollo de los acontecimientos. Sin querer retener, proteger, guardar, salvar. No es mi obra, es la obra de Dios. Yo soy sólo ese instrumento que confía y se deja utilizar. Decía el Padre Kentenich:

«La originalidad de nuestra santidad consiste en que es una santidad del instrumento, de la vida diaria y de la alianza de amor. El instrumento perfecto en manos de la Santísima Virgen tiene que desprenderse del espíritu negativo del tiempo y de todo apego desordenado a cosas o personas».

Dios necesita mi docilidad, mi desapego para apegarme a Él, a María. Yo me empeño en hacer tanto… Y ese dejarse hacer que Dios me pide me parece imposible. Se resisten todas las fibras de mi ser.

Me niego a la pasividad, a perder el tiempo, a dejar pasar la vida por mi alma. El agua que pasa por el cauce del río. En su ritmo cadencioso y constante. Sin presas ni obstáculos que desvíen el curso de las aguas.




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Me da paz saber que mi vida está en sus manos. Él puede hacer de mí un jardín florido, un campo fecundo. Un cauce con agua. No un cauce seco. Puede cambiarlo todo a mi alrededor.

Puede hacerlo en medio de mi alma herida. Roto por dentro Dios puede dejar que el agua llegue a tantos. No tengo que estar en perfecto estado.

El agua de Dios se sirve de mis grietas, de mis heridas para regar la tierra. Es su agua la que riega. Me conmueve. No soy yo intentando retenerlo todo.

WATERFALL
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Me da paz confiar más. Y me inquieta cuando quiero ser yo el capitán de mi nave, el que decide el rumbo y marca la meta. Elijo la pasividad que me incomoda. Elijo la paz de no hacer tantas cosas, de no querer marcar yo el rumbo, de no querer ser yo tan autorreferente.

Sólo Dios actuando en medio de la noche deja crecer la semilla, el trigo, el campo que deja de ser erial y se convierte en vergel. El cauce seco en torrente en bajada que todo lo inunda.

No le tengo miedo al soplo del Espíritu en mi interior. Puede llenarme de una vida nueva y hacer posibles milagros que el alma desconoce. Elijo a Dios en mi vida. Él me lleva. Me vuelvo dócil. Dejo de lado el orgullo. Quiero ser más humilde.




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