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Un día con la «mano derecha» del Papa Francisco y los pobres de Roma

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Iwona Flisikowska - publicado el 22/10/19

“Padre Corrado, necesito una maquinilla de afeitar, necesito afeitarme”, explicó el hombre con impaciencia. “Y yo tengo mucha hambre desde la mañana”, se quejó el otro. Saben que su Padre resolverá los problemas.

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Ya nadie se sorprende al ver al cardenal Konrad Krajewski en las estaciones de ferrocarril romanas o en pasajes subterráneos, pues desde hace seis años ha estado haciendo misericordia en nombre del papa Francisco, siendo la “extensión” de sus manos y su corazón.

«El Santo Padre con gusto iría solo por la calle. Después de todo, sabemos que en Buenos Aires andaba por la ciudad y comía con los pobres muchas veces a la semana», dice el p. Konrad.

Durante mucho tiempo he pensado en escribir sobre su trabajo inusual y al mismo tiempo ordinario. Le pregunté recientemente: – ¿Puedo pedir una entrevista con su Eminencia? Y agregué rápidamente: Sé que no está dispuesto a hacer declaraciones para los medios, ¿pero tal vez una sola frase? – «Tan pronto como esté usted en Roma, la invito a Termini o Tiburtina y luego ya veremos» – respondió el limosnero del papa.

Cuando iba a Roma, pensé que no me sentiría bien siendo solo una “observadora mediática» que iba a escribir sobre el trabajo, y en realidad, se podría decir, sobre la misión especial del sacerdote Konrad de ayuda a los más necesitados. Y no solo materialmente.

De todos modos, el tema de los pobres y, como se suele decir, simplificando a menudo, de los “socialmente excluidos”, siempre me ha importado y nunca he podido pasar de manera indiferente, ni utilizar frases ni opiniones hechas sobre este tema.

Devolviendo la dignidad: trabajo de 24 horas al día

Después de la santa misa matinal del jueves en la Gruta del Vaticano, presidida por el cardenal Konrad Krajewski – salimos hacia los baños, que fueron construidos debajo de la columnata en la Plaza de San Pedro. El cardenal preguntó: «Sra. Iwona, ¿escribe usted para Aleteia?» – Sí, respondí y agregué que la oficina editorial es internacional y trabaja en ocho idiomas, entre otros en árabe.

Ante estas palabras, el cardenal Corrado, porque así le llaman todos sus protegidos, se detuvo y dijo: – «Aquí se inauguró recientemente una escultura dedicada a los refugiados. Este es un tema muy cercano e importante para el Santo Padre Francisco, quien bendijo esta escultura recientemente» (en el Día del Refugiado, 29 de septiembre) – continuó el p. Konrad. –

«La escultura no solo tiene una dimensión simbólica. Representa a refugiados y emigrantes a lo largo de los siglos, de diferentes nacionalidades e idiomas y su camino» – me explicó el cardenal.

Mientras caminamos, también hablamos del hecho de que la mayor pobreza en el mundo de hoy es la soledad y la falta de amor. Al acercarnos a la casa de los baños, vimos un gran grupo de personas. “Padre Corrado, necesito una maquinilla de afeitar, necesito afeitarme», explicó el hombre con impaciencia. “Y yo tengo mucha hambre desde la mañana”, se quejó un segundo hombre.

«Nos vemos en la Puerta de Santa Ana con un grupo de mis voluntarios, con quienes iremos a Tiburtina esta noche» – el cardenal se despidió de mí y comenzó a responder de inmediato a las necesidades de sus protegidos.

A pesar del nerviosismo de algunas personas sin hogar por los problemas matutinos de todos los días, noté su alegría y se podría decir, su alivio, porque su Padre se acercó a ellos, porque se sabe que resolverá todos los problemas. Los grandes y los pequeños.

Mis amigos en Roma me dijeron que Corrado ayudaba las 24 horas del día, a menudo siendo el proverbial “último recurso”. A menudo les recuerda a todos que Jesús también buscaba y ayudaba a los pobres. Les devolvía su dignidad.

Cena en la estación Tiburtina

Pasé con incertidumbre la Puerta de Santa Ana. Aparecí allí 10 minutos antes de partir hacia la estación de tren de Tiburtina. Un oficial de la Guardia Suiza adivinó a dónde iba y me dijo que el auto estaba esperando y que todos enseguida estarían allí. Todo lo que tenía que hacer era pasar más delante de donde estaban los agentes de policía, que también vigilaban la seguridad de los residentes del Vaticano en aquel momento.

En el camino, vi acercarse al sacerdote Konrad. Habiendo escuchado que no yo no quería ser solo una observadora que iba a “escribir el informe” y que también quería ayudar, me dijo: «pronto vendrá la hermana Hania y ella le explicará todo».

Y sí que apareció una sonriente hermana palotina, y con ella Magdalena, que acaba de comenzar a estudiar psicología en la famosa Universidad de Sapienza. Ambas voluntarias me explicaron “de qué va todo esto” y cuál será la tarea. Resultó que la hermana Hania ya ayuda por cuarto año, no solo yendo a las estaciones de ferrocarril, sino que también ayuda a las personas sin hogar en la casa de baños, porque no todos pueden lavarse y ponerse ropa limpia ellos mismos.

Nos acompañan tambien el p. Maksymilian y el p. Daniel con un sentido del humor verdaderamente italiano. Salimos por las calles de Roma. Y el padre Konrad dijo que a menudo los oficiales de la Guardia Suiza también son voluntarios. Cuando llegamos a la estación de Tiburtina y saltamos del auto, escuché desde lejos el grito entusiasta de los “habitantes” de este lugar: «¡Padre Corrado, Buona sera!»

Vi que el padre Konrad se ponía un simple chaleco amarillo y todos los demás hicieron lo mismo, incluida ya. Entre la multitud de personas que esperaban ayuda, vi a un hombre con traje y, muy sorprendida, pregunté a la Hermana Hania si este señor fue allí a pedir ayuda también? La hermana Hania sonrió y me dijo que no, que él era el subdirector de la Oficina de Correos del Vaticano y que no le dio tiempo de cambiarse, porque probablemente se llegó a la estación para ayudar justo después del trabajo.

Además de nosotros hubo más voluntarios, entre otros. Francesca y Mohamed, quienes al ver mi sorpresa por cómo reaccioné a su nombre, dijeron que él era musulmán y también quería ayudar a los pobres, porque “todos tenemos el mismo Dios amoroso”.

Había muchas personas que necesitaban ayuda. Entregando productos de limpieza vi que el p.Konrad él mismo ponía la comida caliente de la cena en platos desechables y se la servía a sus protegidos que se le acercan en una cola.

Todo esto duró dos horas. Después de servir la cena, así como la comida “para llevar” y productos de limpieza, limpiamos el área y partimos de regreso. Esta vez el automóvil fue conducido por el “cardenal de la calle”, porque el padre Konrad tiene ese apodo.

Al regresar por la puerta de Santa Ana, saludé al guardia que hacía guardia quien me había ayudado antes, pensando al mismo tiempo que no me respondería mientras estaba de servicio. Pero el oficial notó mi gesto espontáneo y saludó en respuesta.

Fue un gesto agradable. Volviendo a los hogares de mis hospitalarios amigos romanos, recordé la frase que el Padre Corrado me había dicho anteriormente: también tenemos pobres en nuestro entorno.

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