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¿Por qué nuestro mundo es cada vez más violento?

BARCELONA

Fotomovimiento-(CC BY-NC-ND 2.0)

Marcelo López Cambronero - publicado el 21/10/19

No hay diálogo. Se intenta imponer el propio criterio, ocuparse en la réplica aguda, en la broma que silencie al otro y, si esto no es suficiente, en el ladrillazo en la cabeza

Viernes por la noche en la preciosa Vía Layetana de Barcelona. Un grupo de policías intenta obedecer las órdenes que les mandan sus superiores sin sufrir bajas. Frente a ellos ven a pandas de exaltados provocando incendios, disparando pirotecnia contra los helicópteros, lanzando adoquines con tirachinas de combate (un arma tan peligrosa como una escopeta).

De repente, I. A. F., un policía gallego al que han enviado allí para controlar los disturbios, cae al suelo: un objeto contundente lanzado desde uno de esos tirachinas le ha destrozado el casco, los huesos del cráneo y le ha desplazado una vértebra. Se está muriendo. Sus compañeros lo trasladan al hospital a toda prisa.

BARCELONA
LLUIS GENE | AFP

Escuchamos constantemente hablar de un mundo sometido al cambio acelerado, al ingente crecimiento de la tecnología, a irremediables y veloces transformaciones tecnológicas, pero pocas veces caemos en la cuenta de que esa velocidad que nos imponen en la vida tiene como consecuencia inmediata la falta de reflexión, la falta de comunicación, de diálogo, y así se abre las puertas a la expansión desproporcionada de la violencia.

La estructura misma de la vida democrática exige el diálogo. Conversar, antes que nada, es estar dispuesto a escuchar, a entender al otro, a modificar los pensamientos personales gracias a los argumentos que nos presentan y, también, a expresarnos con claridad y respeto.

Hablamos porque confiamos en el carácter significativo de las palabras, es decir, en que se refieren a algo real, a algo permanente que todos los interlocutores pueden reconocer y que nos acerca al bien, a la justicia, a la verdad y, de esta manera, al acuerdo.

Cuando afirmamos que todo es cambiante, que esa verdad estable no existe, que todo son opiniones diversas y que lo único que hay son puntos de vista subjetivos sin posibilidad de referentes comunes… cuando caemos en el relativismo, el diálogo se hace imposible y es sustituido por la violencia.

¿De qué vamos a hablar si no reconocemos un horizonte posible en el que encontrar algo permanente y compartido? Como decía ya el viejo Heráclito, si todo fluye, si la realidad es inestable, si el cambio es la naturaleza de lo real y no hay más verdad que mi opinión temporal, todo se convierte en polémos, es decir, en guerra.

Pero hay algo más, algo importante: tampoco somos capaces de pensar sin el concurso de los demás. Encerrados en nosotros mismos, ni siquiera aunque fuésemos los mayores genios del planeta nos daríamos cuenta de todos los matices que anidan en cada idea, de las perspectivas posibles y, así, nos volveríamos incapaces de descubrir la verdad a la que apuntan las palabras.

Solo quien es capaz de explicar sus pensamientos a los demás es capaz de pensar bien. Solo quien es capaz de expresar sus emociones tiene la posibilidad de comprenderlas.

Quien no dialoga, pues, no piensa. Al menos no piensa bien, no consigue entenderse a sí mismo, a los demás y al mundo y tiende a creer que en este nuestro universo mudable no existen más que opiniones, no existe la verdad.

Y si la verdad no existe no tiene sentido buscarla, por lo que solo queda intentar imponer el propio criterio, aquello que conviene, ocuparse en la réplica aguda, en la broma que silencie al otro y, si esto no es suficiente, en el ladrillazo en la cabeza.




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De esta manera nuestras democracias dejan de ser los sistemas políticos del diálogo y el entendimiento y, bajo el teatro cada vez más ineficaz de los Parlamentos —en los que se expresan opiniones prefabricadas, manipuladas, que solo obedecen a los intereses de partido—vemos esconderse el imperativo de la fuerza, justo lo contrario de la verdadera política. El relativismo nos arrastra a una democracia de jácara.

Los policías que acuden a Barcelona, decíamos, solo cumplen órdenes, y podemos afirmar con toda claridad que, además de intentar mantener el orden, son tantas veces utilizados por políticos que quieren crear discursos que les otorguen beneficios.

Los jóvenes que les lanzan piedras y botellas incendiarias son otros peleles en manos de otro tipo de poder, más violento y radical, que intenta que prevalezca su prédica y que solo tiene como objetivo su propio provecho.

¿Será posible el diálogo? ¿Será posible la búsqueda de una verdad común, es decir, real… o todo serán discursos falseados y violencia, es decir, relativismo?

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