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¿Y si dejo de tener automóvil? ¿Realmente lo necesito?

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Zoriana Zaitseva - Shutterstock

César Nebot - publicado el 19/10/19

Frente a la crisis económica, es un buen momento para preguntarme por mi estilo de movilidad (Tercera parte)

De cara a hacer frente a la crisis venidera, incidíamos en el artículo anterior en la necesidad de una responsabilidad individual más allá de la social o exigencia política que indague nuestras necesidades personales. Para ello planteamos un modelo diferente al homo economicus en el que la elección económica, a la luz de la neurociencia, sucede a niveles previos a nuestra voluntad consciente, en niveles de más profundos de nuestro ser, y que por lo tanto tendemos a racionalizar en lugar de razonar.

Pero ¿qué patrones de consumo podemos detectar en nosotros mismos que hayamos racionalizado en lugar de razonado económicamente? Propongo al lector que realice la introspección de qué le rodea en su día a día cuya publicidad sea fomentar un estilo de vida. El primero de ellos consiste en cómo satisfacemos las necesidades de movilidad.

La publicidad propia de la industria automovilística es de las que más han avanzado en divulgar estilos de vida. En nuestro ideario habitan eslóganes consagrados como el de “¿Te gusta conducir?” de BMW o “¿Quieres o necesitas?” de Volkswagen. No son pocos los anunciantes de vehículos que apelan a la identificación con un statu social y económico o con estilos de vida deportivos o familiares.

Evidentemente, cada empresa es libre de comunicar como desee su propio producto, pero tal vez el consumidor no haya reparado en cómo le influye en sus decisiones aparentemente racionales este tipo de publicidad.

Una elección económicamente racional entrañaría que un consumidor con una necesidad de movilidad se plantee cómo solucionarla y entre todas las opciones elija aquella que cumpla su función de acuerdo con sus preferencias y sin desperdiciar recursos.

Pero actualmente es común que una persona no plantee su necesidad de movilidad, sino que exprese directamente que necesita comprar un coche. De hecho, ya tendrá en mente qué marca y modelo o un abanico muy limitado de ellos. Es raro que se evalúe qué costes de mantenimiento más allá de los de adquisición comporta adquirir un vehículo.

Y es normal cuando resulta constante el bombardeo de anuncios de automóviles que nos ofrece la identificación con un estilo de vida de libertad de movimientos e independencia que precisa vehículo en propiedad y para ello activa todas las facilidades financieras posibles.

Pero estos costes de mantenimiento son cuantiosos tal y como demostramos en el artículo ¿Cuánto cuesta tener un auto?. A lo largo de una vida útil de 10 años con una movilidad de 2000 kms al mes, los costes de operación que comprenden seguros, impuestos de circulación y revisiones exigidas por la administración oscilaban (en España) entre 50 dólares mensuales para un turismo utilitario hasta los 95 dólares de un todoterreno.

A esto hay que añadir, los costes de mantenimiento relacionados con el desgaste como revisiones periódicas, recambios, neumáticos, reparaciones a lo largo de todo ese periodo daba un coste mensual en un rango entre 130 dólares del utilitario a 190 dólares del todoterreno. 

Por lo tanto, al margen del coste del combustible y del coste de adquisición del vehículo, tenerlo implica un coste en el que es raro que reparemos cegados por el estilo de vida que hemos adquirido casi sin darnos cuenta. Este coste mensual es de casi 160 dólares al mes para un utilitario, de más de 200 en un familiar y de unos 260 dólares en un Todo Terreno. Si añadimos el coste del combustible para los consumos medios nos moveremos desde los 300 a los 460 dólares al mes.

No son pocas las personas que conozco que cuando están sopesando qué vehículo comprar se sorprenden de estas cifras. Sólo después cuando echan cuentas de verdad se dan cuentan de la realidad económica a la que están sometiendo a sus familias.

Cuando unos amigos se plantean adquirir un segundo coche utilitario, la pregunta que les formulo es siempre la misma: ¿estáis dispuestos a asumir un coste económico familiar de unos 460 dólares al mes, cuota incluida del préstamo, para satisfacer esa necesidad de movilidad? (En el caso de un monovolumen familiar unos 640 dólares al mes y en el de un Todoterreno unos 760 dólares al mes).

Acto seguido les hago replantear qué necesidad tienen en lugar de que se queden atados a la pregunta qué coche quiero tener. Es sorprendente la cantidad de personas que creyéndose plenamente racionales en este tema se muestran absolutamente emocionales hasta el punto de no calibrar con mesura sus propias necesidades reales ni los costes que están soportando para satisfacerlas.

Cuando han hecho estas reflexiones a lo mejor se dan cuenta que su necesidad real de movilidad puede ser cubierta contratando servicios de taxi o transporte público por valor de hasta 15 dólares diarios o de 25 dólares diarios en el caso de ser un todoterreno.

Tras esta evaluación de circunstancias, necesidades y preferencias, es posible que sigan deseando adquirir un vehículo, pero al menos conocen lo que camuflado con un estilo de vida no suele a darse a conocer: cuánto cuesta realmente satisfacer la necesidad dando curso a sus preferencias.Es decir, una elección más meditada y con perspectiva.

Encima existe la paradoja que quienes impulsan estos estilos de vida de gran movilidad, a la par venden estilos de vida de movilidad sostenible o bajas emisiones contaminantes. Evidentemente, se obvia la cantidad de chatarra que este estilo de vida acaba generando por el exceso de vehículos con obsolescencia programada. El automóvil que menos contamina es el que no se compra porque en el fondo no se necesita realmente.

Así pues, frente a la crisis, tal vez debamos reflexionar sobre el coste de nuestra movilidad y qué estrategias debemos emprender que racionalicen los costes que acosan a nuestra economía familiar en lugar de abandonarnos a que nuestras necesidades queden definidas de forma externa por un estilo de vida que lejos de otorgarnos libertad, nos condena.

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