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Cuando Wendy plantó a Peter Pan… Y Peter ni se enteró

PETER PAN

Diana Kelly-(CC BY 2.0)

Manuel Ballester - publicado el 28/09/19

Un juego sobre fantasía-realidad, infancia-madurez y femenino-masculino

James Barrie (1860-1937) creó el personaje de Peter Pan, que fue evolucionando hasta alcanzar su forma “definitiva” en la novela Peter y Wendy (1911).

Peter ha tenido bastante éxito. Ha dado incluso nombre a un síndrome. Ha saltado al cine donde ha conocido secuelas célebres (como Hook); lo mismo puede decirse de alguno de sus personajes secundarios. Wendy Darling, sin embargo, no ha tenido tanta suerte.

Y es una pena ya que la encantadora Wendy es, al menos, la mitad de la obra. Si no más. Decididamente: es mucho más. De hecho, toda la historia gira en torno a Wendy.

La obra se mueve con agilidad estableciendo un campo de juego entre fantasía-realidad, infancia-madurez y femenino-masculino. Y es Wendy quien “resuelve” todas las tensiones.

Comienza así: “Todos los niños crecen, excepto uno. No tardan en saber que van a crecer y Wendy lo supo de la siguiente manera…”. El principio se centra en Wendy, en cómo ella supo que crecería. Es más, la cuestión es que Wendy va a crecer.

Todos los niños crecen, pero antes de crecer pasan sus mejores momentos en las tierras de Neverland, el país de Nunca Jamás. Todos hemos estado allí, “aún podemos oír el ruido del oleaje, aunque ya no desembarcaremos jamás”.

La madre de Wendy, al “ordenar la imaginación de sus hijos” descubre en sus cabecitas a Peter Pan. Como no podía ser de otra manera, la señora Darling indaga y pregunta a su hija por ese descarado muchacho: “Es Peter Pan, mamá, ¿no lo sabes?”.

La señora Darling no lo sabía… al principio “pero después de hacer memoria y recordar su infancia se acordó de un tal Peter Pan”. Siendo niña, creía en Peter “pero ahora que era una mujer casada y llena de sentido común dudaba seriamente que tal persona existiera”.

Está claro, por tanto, que Peter Pan es una fantasía de los niños. Nada real. Nada de que preocuparse, sentencia el señor Darling.

Pero un día aparecen en el cuarto de los niños unas hojas de un árbol que no existe en Inglaterra. Para Wendy es obvio que las hojas son cosa de Peter. La cuestión es que si Peter es pura fantasía, ¿cómo explicar las hojas? Porque las hojas están ahí, son reales.

Poco después Peter pierde su sombra. ¿Cómo es posible perder la sombra? ¿qué puede significar eso? La sombra es la huella que dejamos al pasar por el mundo; no separarse de la sombra significa asumir la responsabilidad de nuestras acciones, lo cual permite madurar. La señora Darling guarda la sombra de Peter porque los mayores son los responsables de las acciones de los niños. Mientras no maduran, los niños no son responsables y serán los adultos quienes responderán por ellos, vigilando su sombra.

Más adelante Wendy será testigo del reencuentro de Peter con su sombra. Peter intentará pegarla con jabón. Típico de un chico ignorante, se burla Wendy, quien procede a coserla. Al coserla, funde no tanto la ficción con la realidad cuanto la acción con las consecuencias (la responsabilidad, antesala de la madurez).

En el ser humano, madurar no depende de fases necesarias sino de una decisión de la voluntad que mira la realidad, lo que realmente somos, y acepta llevarse a sí mismo a la propia plenitud como tarea vital. Y Peter no quiere. Quiere seguir siendo niño, jugar siempre; sin responsabilidades, por supuesto; centrado en sus cosas, fanfarrón e insolente; sin madre, claro. Peter vive gozosamente el instante. Por eso olvida rápidamente las cosas: no tiene memoria del pasado ni proyecto de futuro; por eso espía a la madre de Wendy cuando cuenta historias a sus hijos.

Peter no lo sabe pero los cuentos son unidades de sentido, nos permiten comprender lo que hacemos, lo que nos pasa; los relatos nos permiten entendernos y decidir ser lo que somos. Por eso los niños anhelan y necesitan cuentos.

Frente al niño inmaduro que es Peter, Wendy es “una mujer por los cuatro costados”. Cuando Peter manifiesta desdén respecto a las madres, “Wendy sintió inmediatamente que se hallaba en presencia de una tragedia”: un niño sin alguien que lo ame incondicionalmente y cuide su sombra… es un niño perdido. Un niño que no tendrá quien le narre historias y le haga comprender y afrontar su vida: una tragedia.

Wendy vive en el mundo real de su madre; y en el fantástico de Peter y su sombra perdida. Y sabe que para que no se pierda nada, no basta un esfuerzo infantil que quiere unirlos con jabón; se requiere el trabajo de coser. Wendy es mujer y desde esa óptica trata a Peter, sus hermanos y los niños perdidos acogiéndolos, contándoles cuentos y brindándoles la opción de madurar. Wendy se da cuenta de que esa trayectoria que ella ha ido recorriendo la pone frente a un nuevo reto: tiene que decidir si se queda con Peter en Neverland o, por el contrario, decide madurar y hacerse una mujer.

Peter ya ha decidido. Será siempre niño. Si Wendy opta por madurar, Peter no podrá ser su compañero: necesitará un hombre que también haya madurado. ¿Qué será entonces de Peter? ¿La recordará, volverá a visitarla? ¿Qué será entonces de Wendy? ¿Olvidará a Peter?

Ni uno de estos interrogantes queda sin ser satisfecho en la obra de Barrie. Háganme caso: léanla o reléanla (que todos hemos vivido en Neverland, aunque algunos no lo recuerden). Mejor aún: si todavía hay tiempo, léanla con sus hijos.

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