Ser puntual es algo con lo que nos cuesta lidiar. Parece sencillo, sí. Dicen que solo consiste en estar atento al reloj y marcarse el tiempo determinado para ir haciendo las cosas. Qué gusto da llegar al trabajo a su hora con el paso tranquilo, desayunar con tranquilidad y que te sobren unos minutos para salir de casa, quedar para ir al cine y que vayamos acercándonos a la cola de la taquilla con paz…
Pero no. Nos suele ocurrir a la mayoría que encontramos tráfico y llegamos raspando al trabajo, que el desayuno acaba siendo un deglutir rápido el café y la tostada, y que mejor que no nos pregunten sobre los 5 primeros minutos de la película porque todavía no estábamos en la sala.
¡Ojalá que el otro llegue más tarde aún!
¿Esa imagen de pintarse los ojos en el espejo del coche o de rezar para que el otro llegue más tarde que nosotros te resulta familiar?
Si es así, nosotras somos las primeras en detectar que algo va mal y que hay que cambiar.
Queremos ser puntuales porque el estrés engorda, porque es una obligación profesional, porque no nos gusta ser la burla de los amigos ni mucho menos que se enfaden con nosotros cuando todo el grupo fija una hora para encontrarse. Entonces, ¿qué podemos hacer?
Aquí tienes cuatro sugerencias:
Hazlo por el bien del grupo
Ser puntual ayuda a que todos aprovechemos el tiempo, a que los demás sientan que respetamos el suyo y a que todos sepan que sacrificarse por llegar puntual ha tenido sentido.
Hazlo por el bien de tu pareja
Llegar puntual a las citas o a las tareas que vais a hacer juntos es un modo efectivo de demostrar el cariño. Ya no es contemporáneo aquello de “hacerse esperar”. Llegar puntual es señal de que has pensado en el otro y has organizado tu tiempo para estar con la otra persona desde el minuto cero.