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Señor de la Piedra de Sopó, una devoción de 266 años

SEÑOR DE LA PIEDRA

Vicente Silva Vargas - Aleteia

Vicente Silva Vargas - Aleteia Colombia - publicado el 27/08/19

Una pequeña lámina de piedra hallada por una mujer en un riachuelo es venerada en esta pintoresca población, a solo 37 kilómetros de Bogotá

No es una pintura, tampoco una escultura y mucho menos un grabado elaborado por artista alguno. Apenas es una piedra amarillenta de solo quince centímetros de alta por doce de ancho y ocho de espesor que desde 1753 es admirada y defendida por los habitantes de Sopó, un pueblo de Cundinamarca, en el centro de Colombia.

Documentos firmados por sacerdotes y testimonios de indígenas y campesinos de la época dan cuenta del hallazgo de la inusual figurilla, una historia con elementos y protagonistas muy similares a otras apariciones de Jesús y la Virgen María en distintos lugares del mundo. En este caso, se trata de una campesina que lavaba ropas de la parroquia en la quebrada La Moya en donde, un día cualquiera, observó que en el fondo de un pozo brillaba una luz que al salir a la superficie se convertía en “una claridad muy hermosa, casi indefinible”.

SEÑOR DE LA PIEDRA
Vicente Silva Vargas - Aleteia

Presa de la curiosidad, la lavandera metió un brazo en el pozo, tomó “una piedrecita que resplandecía” y al observarla con cuidado “le pareció que tenía estampado el rostro de Nuestro Señor”. Rosa Nieto, como se llamaba la señora, llevó el objeto hasta su casa y luego de que en la noche lo viera destellar tal como había ocurrido en el riachuelo, decidió llevarlo al párroco Raymundo Forero de Chávez, un español que no le creyó ni vio nada y la devolvió a casa acusándola de “visionaria y supersticiosa”.

No obstante, el cura —con serias dificultades visuales— le sugirió que continuara venerando la piedrecita y que, si en realidad se trataba de una manifestación divina, pidiera a Dios por la mejoría de sus ojos.  Antes de despedirla le dijo que “Dios es admirable e inescrutable en sus obras y se vale de la gente sencilla para hacer resaltar su gloria”.

Dos semanas después Rosa regresó a la parroquia, le entregó la lámina al padre Raymundo que al palparla y observarla con cuidado notó que se trataba del Eccehomo. Al mismo tiempo, al mirar y acariciar esa imagen tan vívida, se dio cuenta que él era el bendecido con la primera “manifestación divina” del Señor de la caña ya que había recuperado su visión. Al poco tiempo el párroco y familias reconocidas en el poblado empezaron a venerarlo.

La devoción se expandió con tanta rapidez en las aldeas cercanas a Sopó que en 1754 el padre Raymundo autorizó su ubicación en una capilla especial de la iglesia del Divino Salvador y permitió que “le pusieran luces”, es decir, dejó que los feligreses ubicaran velas en su altar.

Por su parte, Rosa lo siguió llamando tal como lo identificó tan pronto lo encontró en las aguas de La Moya: ‘Mi Padre Jesús de la Piedra’, una denominación que, según Rafael Puentes Peralta, actual párroco del santuario, “no es teológicamente correcta”, aunque muchos fieles la dan por cierta.

Más imágenes aquí (hacer click en galería): 

Crecimiento y reconocimiento

La imagen del Señor de la Caña o Señor de la Piedra —como también lo han llamado los devotos— corresponde a los mismos rasgos del Eccehomo que aparece en múltiples expresiones iconográficas de diferentes lugares del mundo. En el mismo santuario se le describe como un Jesucristo humillado después de la flagelación, liberado de las sogas que lo amarraban a una columna, cayendo desfallecido entre su propia sangre, coronado de espinas, con una caña en su manos y medio cubierta su desnudez con una túnica ensangrentada.

En entrevista con Aleteia el párroco Puentes Peralta recalcó que “no es una pintura o escultura ni nada parecido”. Así lo confirmaron en diferentes épocas expertos de la Iglesia e investigadores del Vaticano para quienes no hay evidencia alguna de intervención de la piedra o la imagen. De igual manera, prestigiosos artistas como Epifanio Garay (1849-1903) —el más importante retratista colombiano— inspeccionaron la piedra y concluyeron que “ningún pincel humano ha tenido participación en esta admirable renovación”.

Antes de que se cumpliera un siglo de esta manifestación sobrenatural, el papa Pio IX (Pío Nono), autorizó en 1848 la veneración de la imagen y permitió que se le erigiera un altar. También ese año el arzobispo de Bogotá, Manuel José Mosquera, aprobó la Cofradía del Señor de la Caña. Estas dos decisiones contribuyeron al fortalecimiento del culto y a la propagación de la tradición entre fieles de otras regiones colombianas.

En 1909 el Cristo fue trasladado de la parroquia local a una ermita ubicada en el bosque, pero solo fue en 1953 cuando se erigió su propio santuario en las faldas de un cerro, cerca al pozo donde Rosa Nieto encontró la piedra. Por esa razón, en agradecimiento al pontífice que le dio el más alto aval eclesiástico a la veneración, el pueblo de Sopó bautizó al cerro con el nombre de Pionono. Hace pocos años el cerro, que en su parte más alta tiene 2.800 metros sobre el nivel del mar, fue declarado parque ecológico.

Aparte del atractivo de fe y religiosidad que entraña la diminuta imagen, llaman la atención el magnífico santuario de estilo greco-romano, con elementos dóricos en piedra, ladrillos nativos y un conjunto de arcos que dan la sensación de amplitud. En su interior, aparte de réplicas de la época Colonial, permanece cerrada dentro de gruesos vidrios blindados y sensibles alarmas, la diminuta imagen del Señor de la Piedra de Sopó. Es necesario que los peregrinos se acerquen al altar mayor para poder verla con precisión. A su lado, un cuadro de gran tamaño pintado por un artista local con base en la figura de piedra permite conocer cómo es este Jesús lacerado que causa tanta admiración.

La razón para que la admirable piedra permanezca en ese nicho de alta seguridad se remonta a 1976 cuando dos ladrones se apoderaron de una cruz de madera forrada en plata y en la que estaba incrustada la piedra. En realidad, los delincuentes estaban tras la plata y no por la figura, pero para el pueblo de Sopó —nombre indígena que significa piedra— lo importante no era el sentido comercial sino su valor espiritual. Por ello durante varias semanas hubo decenas de rosarios, penitencias y eucaristías que cesaron seis meses después cuando la Policía encontró el Cristo en una casa de Bogotá y lo devolvió al lugar de donde nunca ha vuelto a salir.

Para el padre Puentes Peralta el santuario ‘Mi Padre Jesús de la Piedra’ es un lugar de paz, ideal para el encuentro con Cristo. Y lo dice porque la leyenda, el templo y su entorno —repleto de árboles nativos, flores, aves y agua fresca que baja del cerro Pionono— reconcilian al hombre con Dios y la naturaleza. Él asegura que allí ha sido testigo de múltiples milagros y conversiones, especialmente de “gente tan humilde y sencilla como la piedra luminosa hallada hace 266 años”.


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