Cuando todavía me estaba adaptando a la vida como esposa y madre, mi suegra me regaló un libro titulado The Quotidian Mysteries.
Comienza con una anécdota de la autora, una presbiteriana de toda la vida que describe el deleite qué sintió cuando asistió a una misa católica por primera vez y vio al sacerdote limpiando el cáliz después de la comunión.
Estaba encantada de que en una ceremonia tan sagrada hubiera un lugar para lo cotidiano: tareas diarias que todos hacemos, como lavar los platos.
Ese libro se ha quedado conmigo a lo largo de los años y me ha ayudado a darme cuenta de que hay oportunidades perfectas para rezar y meditar directamente en las tareas diarias de la limpieza.
No tiene que ser un trabajo pesado, incluso las tareas que no nos gustan pueden elevarse al encontrar el tipo correcto de oración para ellas.
Entonces, para aquellos que luchan por equilibrar lo aparentemente ordinario con lo sagrado, aquí hay cinco de mis tareas favoritas que son momentos perfectos para la oración.
1. Hacer la cama
Yo solía ser contraria a hacer las camas. «¿Por qué hacer una cama cuando vas a volver a estropearla en unas pocas horas?», me burlaba.
Pero luego comencé a hacer las camas de mi familia y descubrí que hacer una cama era, a su manera, una pequeña oración.
Me consolé alisando las sábanas y los suaves edredones pensando en la noche en que mis hijos volverían a pasar a salvo en la cama.
A menudo me encontraba rezando pequeñas oraciones de protección sobre ellos y pidiendo la gracia y la sabiduría para guiarlos durante el día.
Descubrí que hay algo profundamente reconfortante al meterse en una cama bien hecha al final del día: que mi familia sepa que alguien se preocupa por ellos y que todo se restaurará cada día y se renovará.
2. Amasar
Amasar es una tarea físicamente intensa, pero también tiene un ritmo que naturalmente se presta a la oración.
Hace unos años, hacía pan todos los días e intentaba rezar el Rosario todos los días. Descubrí que los dos encajaban maravillosamente juntos.
Podía hacer coincidir mi Rosario con el ritmo del amasado, y como el amasado no requiere mucha atención, tenía la libertad de reflexionar sobre los misterios del Rosario mientras trabajaba la masa, alimento para mi familia. Era un hábito pacífico y restaurador que se trasladó a la vida diaria de mi familia.
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