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¿Estás haciendo «gaslight» a tus hijos sin darte cuenta?

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Calah Alexander - publicado el 23/08/19

Enseñar a los niños la verdadera resiliencia comienza con la aceptación de su dolor físico y emocional

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Durante años, nuestro lema familiar en lo que respecta a las lesiones fue «¡si no hay sangre, no hay problema!». Queríamos enseñar a nuestros hijos que los rasguños y golpes menores eran parte de la vida, y ayudarlos a desarrollar la perspectiva y la resistencia necesarias para superarlos.

Pero esto terminó dando a nuestros hijos una comprensión desproporcionada del papel de la sangre en cualquier lesión, de modo que nuestros hijos de 5 y 8 años responden a una rodilla raspada que sangra con aullidos de lamentación, y sin embargo, nuestra hija de 11 años intentó «ocultar» un tobillo roto durante dos días hasta que finalmente admitió cuánto le dolía.

No fue hasta el incidente del tobillo roto cuando me di cuenta de que necesitaba tratar cada lesión individualmente, respondiendo de manera apropiada y enseñando a mis hijos a responder adecuadamente. Pensé que había despreciado demasiado su dolor, pero lo que estaba haciendo realmente era peor.Este artículo en Scary Mommy me hizo darme cuenta de que estaba haciendo gaslight  a mis hijos, y que lo había estado durante años.

Les hacemos gaslight porque tememos que si no lo hacemos, crecerán incapaces de lidiar con las desgracias desagradables que la vida les arroja, y su falta de mecanismos de afrontamiento será nuestra culpa. Pero por mucho que hayamos escuchado esta «verdad» no significa que sea cierta, porque cuando minusvaloramos sus emociones, en realidad las estamos invalidando. En lugar de empatía y comprensión, les estamos diciendo que su experiencia, sus sentimientos naturales ante una situación, están equivocados. Nuestros hijos nos miran, somos las figuras de autoridad más influyentes en sus vidas, para enseñarles cómo funciona el mundo, y luego usamos ese poder para decirles que no saben nada. Tal vez no estamos de acuerdo en que se se sientan de determinada manera por algo, pero aquí está la cosa: no depende de nosotros. Sus sentimientos no los dictamos nosotros.

Hacer gaslight, en caso de que no estés familiarizado con el término, es cuando «una persona trata de persuadir a otra de que sus sentimientos y experiencias son inexactos o equivocados». El término proviene de una obra de 1938 llamada Gas Light, en la que un esposo trata de convencer su esposa (y otros) que ella está loca manipulando elementos de su hogar, especialmente atenuando las luces de gas, y alegando que está delirando o equivocada cuando lo señala.


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Sin embargo, ¿deberíamos hacer una distinción entre el gaslight intencional y malicioso y el gaslight no intencional? Es sorprendentemente fácil manipular a alguien de esta manera, particularmente a la pareja o a un niño. En realidad, es una línea roja que los consejeros buscan en casos de abuso emocional. Pero ese tipo de manipulación es obviamente distinto de la estrategia de «padres duros» ampliamente utilizada durante décadas … ¿verdad?

Si y no. Nuestra intención puede marcar una diferencia para nosotros, pero no cambia la experiencia de nuestros hijos. Por ejemplo, mi hija de 11 años: no quería «quejarse» o «ser un bebé» por la fractura de tobillo, porque a lo largo de los años internalizó el mensaje de que admitir dolor es un signo de debilidad y / o causa, en sus padres, irritación.

Obviamente, esto no es lo que buscábamos, pero es lo que logramos. Esa es la diferencia entre el gaslight intencional y el gaslight no intencional: una está dañando a alguien a propósito y otra está dañando a alguien por accidente. Sin embargo, esta diferencia solo es importante para quien lo hace. La persona que sufre el gaslight está dañada igualmente.

Sin embargo, nuestra intención es importante en la medida en que podamos dar un paso atrás, reconocernos a nosotros mismos y a nuestros hijos que estábamos equivocados y que les hemos lastimado, y cambiar. Nunca es algo fácil para un padre, pero es vital si vamos a criar niños que sean realmente resistentes.

Después de todo, la resiliencia no es ignorar o negar el dolor emocional o físico. Es reconocer el dolor y hacer lo que sea necesario para trabajarlo, sanarlo tanto como sea posible, y seguir adelante. El primer paso para enseñar a nuestros hijos la resiliencia no es la negación, es la aceptación… por su parte y por la nuestra.

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