La Antigüedad no tardó en conceder al ciervo una representación privilegiada. La nobleza de su porte y la valentía que demuestra en combate inspiraron particularmente a los hititas y su arte, antes de ocupar un lugar destacado en Grecia, Roma y también la Galia. Presente en el Antiguo Testamento, su sed por la Palabra lo ha hecho un animal común en el bestiario bíblico, mientras que en el Nuevo Testamento llega a asociarse al mismo Cristo. Una representación fértil, fuente de numerosas evocaciones, entre ellas cazas legendarias como la de san Huberto
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Chauvet, Lascaux, Altamira… allá donde observemos arte rupestre y los primeros balbuceos de la cultura, el ciervo está omnipresente en el bestiario primitivo. Elemento central de la caza y objeto de culto, nunca dejó indiferente a ninguna de las primeras civilizaciones que sucedieron a la prehistoria.
Basta para convencerse visitar la hermosa exposición Reinos olvidados: del Imperio hitita a los arameos, actualmente en el Museo del Louvre, donde se constata la importancia del cérvido en las numerosas representaciones que se le dedican.
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