Un animal fabuloso que se remonta a tiempos antiguos. Contrariamente a lo que se podría creer, el unicornio está lejos de ser un animal nacido del imaginario medieval cristiano. El arte caldeo y mesopotámico, sin olvidar China y Oriente, también han proporcionado testimonios de este ser fabuloso con cuerpo de caballo, cabeza de ciervo y visiblemente dotado de un único cuerno, que caracteriza definitivamente al unicornio tal y como lo describiría Plinio el Viejo en su famosa Historia natural.
En el siglo II de nuestra era, Filóstrato lo presenta como un animal extraordinario que vive al borde de las marismas del río Fasis y cuyo ardor en combate no tiene igual.
El Antiguo Testamento y el unicornio
La Biblia hace mención varias veces al unicornio, aunque, bien es cierto, lo encontramos más o menos dependiendo de las traducciones. Es probable, en efecto, que este animal místico se confundiera también con un toro salvaje o un búfalo, cosa que explicaría las múltiples ambigüedades de las traducciones, que van desde el narval al rinoceronte pasando por el órix u otros antílopes.
La Septuaginta hace referencia a este animal con el término monoceros, “de un solo cuerno”, expresión que retomaría san Jerónimo para la Vulgata con la expresión unicornis y que derivaría luego en la palabra que conocemos.
El libro de los Números hace un paralelismo entre su poder y el de Dios, una fuerza que también subraya el Deuteronomio destacando sus temibles cuernos. Deberíamos añadir a estos textos las numerosas referencias que ofrecen los Salmos y el libro de Job.
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