Al asno, rival muy a su pesar del caballo, siempre se le ha comparado con el compañero más noble del hombre. Esta bestia de carga, destinada desde el principio de los tiempos en Occidente a las tareas ingratas, ha sido objeto de burlas hasta nuestros días. Ahora bien, en el Antiguo Oriente se tenía una visión completamente diferente de este animal, pues se le valoraba y se le asociaba incluso a los cultos de divinidades. El Nuevo Testamento beberá de esta tradición con la llegada triunfal de Cristo a lomos de un asno durante el Domingo de Ramos, sin olvidar el portal de Belén en el que ocupó un lugar destacado: ambos acontecimientos han inspirado a innumerables artistas
El asno no heredó realmente en Occidente una reputación de nobleza y distinción: es lo menos que puede decirse si se enumeran los apodos, las bromas y demás imágenes simplistas que le caracterizan; refranes como “y vuelta la burra al trigo”, “cuando el camino es corto, hasta los burros llegan”, “ignorante y burro, todo es uno”, sin olvidar las famosas orejas de burro de las escuelas de antaño… Y sin embargo, cuando se examina más de cerca la cultura oriental y mediterránea, desde los primeros tiempos, se tuvo en gran estima a este animal de largas orejas.
En Grecia se asoció al burro a Ceres y, más tarde, a Dioniso. Y si se le sacrificaba para algunos cultos, se hacía por honor y no por desgracia. De la misma manera, Roma otorgó un gran protagonismo a este animal con el culto a Vesta, en el que se le representa coronado de flores. No obstante, ese asno oriental –de elevado valor– fue sin lugar a dudas el que ennobleció a esta raza por su resistencia y su paso firme, siendo su primo europeo solo una vaga imagen de esta especie original, más robusta por los cuidados que recibía, a diferencia de los asnos sobreexplotados y maltratados en Europa, al menos hasta a mediados del siglo XX.
El asno según el Antiguo Testamento
Así pues, Palestina reservó desde muy pronto el mejor de los recibimientos a este animal bien cuidado y valioso, lo que explica que sea considerado en la Biblia como una cabalgadura principesca, como lo acredita Débora en el libro de los Jueces: “Ustedes, los que cabalgan en asnas blancas, montados sobre tapices, y los que marchan por el camino, ¡atiendan bien!”. El color blanco era el más preciado y las asnas se mostraban más dóciles que los machos.
Por otro lado, el episodio del asna de Balaam subraya cuán sordos pueden permanecer los humanos ante las llamadas divinas, a diferencia de los animales, como esta asna que supo oír las palabras del Ángel del Señor. No hay que olvidar que la introducción del caballo fue tardía y no llegó a Israel hasta la época del rey Salomón; hasta entonces, el burro era el único animal que servía en las guerras.
En la Biblia hay al menos 90 referencias a este animal, señal de su importancia en el día a día.
Cristo a lomos de un asno
Jesús, en vísperas de su Pasión, pidió a sus discípulos: “Vayan al pueblo que está enfrente, e inmediatamente encontrarán un asna atada, junto con su cría. Desátenla y tráiganmelos”, cumpliendo así la palabra del profeta: “Digan a la hija de Sión: Mira que tu rey viene hacia ti, humilde y montado sobre un asna, sobre la cría de un animal de carga”.
Apócrifos y tradiciones medievales subrayan la posible presencia del asno (o mula) en el pesebre, que habría transportado a la Virgen María y a su hijo durante la huida a Egipto; una dócil y reconfortante presencia que aún podemos encontrar en la actualidad en nuestros belenes de Navidad, en compañía del buey. Sin embargo, en esa famosa escena del Domingo de Ramos, el animal carga con el salvador del mundo, un Rey que no es de este mundo y que sacrificaría su vida unos días más tarde…