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Frente abierto por Juan Pablo II contra relativismo y teoría de género

VERITATIS SPLENDOR

Unknown-(CC BY-SA 2.5 ES)

Ary Waldir Ramos Díaz - publicado el 07/08/19

XXVI aniversario de la Carta Encíclica del Santo Juan Pablo II “Veritatis Splendor” (6 agosto 1993) y legado para los pontificados de Benedicto XVI y Francisco 

“Una doctrina que separe el acto moral de las dimensiones corpóreas de su ejercicio es contraria a las enseñanzas de la sagrada Escritura y de la Tradición”, dice Juan Pablo II, casi anticipando de varios años, o mejor, a manera de un andamio doctrinal sólido, la denuncia del papa Francisco contra “la dictadura de la ideología de género”. 

Este 6 de agosto se cumple el XXVI aniversario de la Carta Encíclica del Santo Juan Pablo II “Veritatis Splendor” (1993), dedicada a “algunas cuestiones fundamentales de la enseñanza moral de la Iglesia”. El corazón de la encíclica es la reflexión del Papa Wojtyla sobre el “relativismo”, argumento actual y que ha entrado en el debate cultural y religioso de nuestros días como puente entre los pontificados de Benedicto XVI y Francisco, quienes han rechazado en varias ocasiones por ejemplo, la deriva relativista y la “dictadura de la ideología de género” que incluso recata ‘ayuda humanitaria’, en cambio de abrazar políticas contrarias a la familia ya la vida por parte de países emergentes, gobiernos y comunidades en América Latina, África y Asia.

Leer a Juan Pablo II hoy es escuchar dentro de su voz el destello de la sólida construcción doctrinal- teológica además influenciada por la cercanía del cardenal Joseph Ratzinger, entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe (desde 1981), y es también una clave de lectura que sirve para entender los gestos de Francisco y muchos de sus mensajes en los cuales asegura que Jesús es la verdadera luz que ilumina a todo hombre ante la falsa libertad del mundo.

Una búsqueda de la verdad común que pasa por tres pontificados de estilos distintos, pero que persiguen el mismo fuego. Juan Pablo II denunció la “instigación de Satanás”, que es «mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8, 44)” y – si cerráramos los ojos – nos parecería escuchar una homilía en Santa Marta. Se trata de un coro único a favor del matrimonio como cimiento de la sociedad, que denuncia la “cultura del descarte”, llamada de esta forma por Francisco, y la defensa de Benedicto XVI por el asentimiento de las enseñanzas de la Iglesia no como algo acrítico, sino desde el equilibrio entre “fe y razón”.

Libertad ilusoria 

De igual forma, Benedicto XVI denunció a menudo el relativismo que busca una libertad ilusoria fuera de la verdad misma del orden moral. Allí encontramos por el camino la buena muerte y el suicidio asistido. El cuerpo humano tratado sin algún significado y fuera de valores morales, como explica Juan Pablo II. Francisco lleva estos valores al plano social y asegura que la libertad es también respetar la vida desde el inicio hasta el final, en donde se incluye el niño por nacer y no termina allí, sino que se extiende a la dignidad del hombre hasta el final de sus días y es la luz que aclara la defensa de la Iglesia de la protección de la vida del migrante que se ahoga en el mar Mediterráneo.

Juan Pablo II anticipó que la naturaleza humana y el cuerpo no pueden salirse del “orden de la moralidad” pues eso sería dividir la naturaleza del hombre y reducirla al “fisicismo” o el “biologismo”. Es el discurso que alimenta la defensa de la vida contra la eutanasia, la selección de embriones o la manipulación genética. El alma es “el principio de unidad del ser humano, es aquello por lo cual éste existe como un todo —«corpore et anima unus» 87— en cuanto persona” (p.48).

En este sentido, el papa Ratzinger exploró en sus discursos el vínculo de la razón y de la libre voluntad, pues consideró la “unidad de alma y cuerpo” la intrínseca relación con los “actos morales”. Juan Pablo II indicó que la libertad no puede ir en contra de la luz de la dignidad de la persona humana que no significa reducirse “a una libertad que se autoproyecta”, sino que comporta amar y respetar a la persona “como un fin y nunca como un simple medio”.

Escepticismo vs discernimiento

Juan Pablo II denuncia el relativismo que imprime en el pensamiento del hombre desconfianza “en la sabiduría de Dios, que guía al hombre con la ley moral”. Exhorta al discernimiento, palabra clave en el pontificado de Francisco, para evitar caer en “teorías éticas” que contradicen el amor y las “decisiones según verdad” y para eso invita “a tener la ‘mirada’ fija en el Señor Jesús. “La Iglesia cada día mira con incansable amor a Cristo, plenamente consciente de que sólo en él está la respuesta verdadera y definitiva al problema moral”.

Relativismo, democracia y relativismo ético

Juan Pablo II ilumina el pensamiento de Benedicto XVI y de Francisco cuando denuncia el riesgo “de la alianza entre democracia y relativismo ético” desconociendo la moral. “Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia»”. De hecho es la denuncia del papa Francisco cuando asegura que el populismo vive del miedo del pueblo.

Así, advierte el Papa santo, “en cualquier campo de la vida personal, familiar, social y política, la moral —que se basa en la verdad y que a través de ella se abre a la auténtica libertad— ofrece un servicio original, insustituible y de enorme valor no sólo para cada persona y para su crecimiento en el bien, sino también para la sociedad y su verdadero desarrollo”.

Juan Pablo II no habla del “relativismo” como un espantapájaros que hace del mundo un lugar inhóspito para el alma, sino que traduce la sabiduría del Evangelio en autoridad moral que guía a la humanidad. Por eso, Papa Wojtyla amaba decir que la Iglesia es “experta en humanidad” y no una iglesia rígida y con el dedo siempre alzado contra los demás.

Benedicto XVI y Francisco han seguido este legado para luchar contra la deriva relativista de la “dictadura de la ideología de género” que intenta borrar la diferencia sexual entre hombre y mujer, argumento que promueve una “colonización ideológica” que denuncian varios obispos en América Latina, África y algunos países de Asia, y que destruye el fundamento antropológico de la familia.

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