El dragón, animal fabuloso heredado de los tiempos más antiguos, ostenta un importante lugar en el bestiario bíblico. Su quimérica existencia, mostrada desde los primeros tiempos bíblicos, está presente hasta el Apocalipsis de san Juan. Emblema de Satán y de las fuerzas del mal, el dragón poblará con la riqueza que ya conocemos el imaginario medieval y las órdenes de caballería
En la actualidad es bien sabido que los dragones no existen. ¡Quién lo diría! No obstante, incluso hoy día en algunas regiones de Malasia, Sumatra o Java existen curiosas bestias que tienen un aire a pariente lejano de la bestia mitológica.
Clasificadas dentro de la clase de los reptiles, los saurios –que así es como se llaman– tienen por primos a las serpientes, los lagartos y otras bestias escamadas. Casi como recién salidos de la prehistoria, su aspecto extraño evoca enormemente al dragón de la antigüedad y de la Edad Media.
¿Podríamos encontrar en estas criaturas el origen de la inspiración de autores cristianos como Orígenes, Arnobio, san Jerónimo o incluso san Agustín, que mencionaron al terrorífico dragón de las Escrituras?
La primera vez que encontramos en las Escrituras a este monstruo llamado dragón tiene lugar en la famosa visión de Isaías en la que Dios castiga al Leviatán: “Aquel día, el Señor castigará con su espada bien templada, grande y fuerte, a Leviatán, la Serpiente huidiza, a Leviatán, la Serpiente tortuosa, y matará al Dragón que está en el mar”.
En la lucha de Dios contra las fuerzas del Mal, estas últimos estarán, a partir de este episodio, vinculadas a Leviatán, y por lo tanto serán encarnadas por este animal monstruoso que se llamará más generalmente “dragón”. El artista Gustave Doré ilustró admirablemente la primera aparición de este monstruo aterrador irremediablemente vinculado al mal, punto de partida de una larga historia…
El dragón del Apocalipsis
Sin duda, san Juan proporcionó el testimonio más impresionante sobre esta bestia pavorosa en su famoso Apocalipsis. El texto del Apocalipsis se refiere, en efecto, al animal monstruoso, el dragón, en estos términos: “Y apareció en el cielo otro signo: un enorme Dragón rojo como el fuego, con siete cabezas y diez cuernos, y en cada cabeza tenía una diadema”.
Hay que confesar que esta es, ciertamente, una descripción que causa espanto… El evangelista vincula sin equívoco al dragón a “la antigua Serpiente, llamada Diablo o Satanás”, con la misión de matar al niño que nacerá para salvar al mundo.
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