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¿Es ético o no? Aquí un GPS fiable para orientarte al decidir

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Hanna Kuprevich I Shutterstock

Focolares - publicado el 24/07/19

Así enseñó una profesora a sus estudiantes de ciencia, medicina y ética a tomar decisiones más allá de los sentimientos y los clichés

Hace un tiempo impartí una materia en un curso de de Ciencia, Medicina y Ética en el Colegio Marista de Poughkeepsie, en el estado de Nueva York, que tiene raíces católicas pero hoy es laico.

Nos ocupábamos de temas como la experimentación, la investigación, la manipulación genética, la ciencia reproductiva, el aborto, los bebés discapacitados, el suicidio asistido y la eutanasia, solo por mencionar algunos.

Allí sentí la intervención del Espíritu Santo…

Al comienzo les presenté las principales teorías éticas tradicionales que ellos podían adoptar para sus puntos de vista y elecciones, lo que llamé un GPS para guiarlos.

La mayoría de los alumnos estaban imbuidos del punto de vista utilitario para el cual la elección moral es la que se ajusta a la mayoría, o de acuerdo con sus sentimientos y puntos de vista personales.

Primero quise escuchar profundamente a cada uno, dejarles decir lo que pensaban, para poder recibir sus pensamientos, por muy extraños que fueran.

Después les dije que los sentimientos o lo que sentían estaban prohibidos en nuestras conversaciones; solo se les permitía pensar.

Y la tercera idea era que nunca les haría saber mis ideas sobre estos temas. Quería que fueran libres para expresar sus pensamientos sin verse influidos por la maestra. Solo les pedía respeto absoluto a las ideas de cada persona y les hablé sobre el arte de amar en términos seculares.

Pero les hice preguntas muy provocativas, como cuál era el propósito de sus vidas, dónde querían pasar la eternidad y cuál era el valor del sufrimiento en sus vidas siendo que ingresaban en una profesión donde el sufrimiento tiene un lugar predominante.

Jugué al defensor del diablo, y les puse a cada uno en una crisis que les mostró cómo sus opciones no se mantendrían, sin importar lo que me dijieran.

Así pasaron algunos semestres y los resultados fueron asombrosos. Les encantaron las clases, fueron como un comité ético de hospital, donde tuvieron que responsabilizarse de sus decisiones, sabiendo que eventualmente impactarían en las vidas de las personas y las familias.

Estaban aprendiendo a tomar decisiones solo después de haber pasado por un proceso de pensamiento desafiante en lugar de por sus sentimientos.

Pero algo dentro de mí no me dejaba en paz. Quería darles más, quería compartir mi manera de ver el mundo, incluso en el campo ético, incluso a un grupo nada religioso como ese.

Pedí la asistencia del Espíritu Santo. Solo Él podía ayudarme, y la idea surgió cuando estaba lavando los platos. Pensé que mi visión, mis lentes a través de las que veo todo, es la vida de la Trinidad, el amor mutuo entre todos, la raíz; el corazón de mi visión del mundo es la vida de dar y recibir que es vivida por la Trinidad.

Pero, ¿cómo podría hacerlo en un mundo científico muy secular sin mencionar a Dios?

La idea que me vino fue de tomar el ejemplo de la naturaleza del ADN: todo el mundo se mueve con la ley de reciprocidad.

Si la célula no comparte su ADN, en lugar de la vida, trae la muerte. Y si el sol decide moverse, causa destrucción en lugar de mantener la vida en todas sus formas.

Elaboré la teoría de la reciprocidad como una teoría ética que podría ser adoptada como un GPS para guiarnos en todas las situaciones éticas.

Estaban fascinados; muchos estudiantes lo adoptaron como su propio GPS. Uno de ellos dijo: “es la pieza del rompecabezas que faltaba en mi vida, ahora todo tiene sentido”.

Al final del semestre, uno de ellos me preguntó si podía volver a hacer todas las tareas porque la reciprocidad le había hecho cambiar su visión, desde el aborto hasta la eutanasia.

Pero tal vez el efecto más sorprendente provino de una estudiante que, ordenando las sillas, compartió con todos los presentes que había sentido la necesidad de volver a la Iglesia y a la Eucaristía, y casi se sorprendió a sí misma diciendo que “fue por esta clase … ¡y ni siquiera es una clase de teología!

Otro, uno o dos años más tarde vino a verme. “Lo tengo todo en la vida”, me dijo, “pero me falta la reciprocidad que nos transmitió”. Tres semanas más tarde, se fue tres meses de trabajo voluntario a la escuela de fútbol de la ONG Café con Leche a Santo Domingo, donde tuvo una experiencia muy positiva.

Otra se sintió alentada a ir a ayudar a los huérfanos en Haití; está a punto de graduarse como pediatra y emprender su séptimo viaje allí.

Muchos de ellos ahora son médicos, enfermeras y otros trabajan en el campo médico y aún me escriben sobre cómo la teoría ética de la reciprocidad los guía en sus elecciones éticas médicas.

Solo podría ser el Espíritu Santo con sus dones quien me ayudó a compartir con ellos la luz para ver las cosas con los ojos de Dios. Mi parte fue solo escuchar su voz -a veces fuerte, otras veces un susurro- y seguirla.

Por Maria Luce Ronconi

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