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Tus pensamientos pueden transformar tus sentimientos

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By vientocuatroestudio/Shutterstock

Carlos Padilla Esteban - publicado el 03/07/19

Por ejemplo, dejar de pensar que soy más digno que otros o merezco un trato especial puede evitar rabia y odio

Siempre me impresionan los fracasos de Jesús. O las ofensas que recibe cuando sólo quiere amar. Hoy quiere alojarse en una aldea y no lo acogen.

¡Cuánta gente en su vida pública no quiso recibir a Jesús! Lo rechazan porque es judío, y no samaritano. Es de los otros.

Y yo me extraño cuando a mí me rechazan, me juzgan, me condenan. Me sorprende recibir afrentas, la mayoría justas. Puede que algunas sean injustas.

A mí me sorprende. A Jesús, que pasó haciendo el bien, lo rechazaron con odio. Y Él mantuvo la paz.

Yo ante la injusticia quiero también el odio. Busco la venganza. No me quedo tranquilo hasta que el otro paga su mal.

Porque es justo, me digo. Porque es lo que corresponde, lo que cualquiera haría. Y me lleno de odio.

Quiero mirar el corazón de Jesús. ¿Qué sentía? Ante las afrentas, ante las injusticias, ante el odio que busca la muerte, ante los gritos que buscan el mal. ¿Qué sentimientos anidaban en lo más profundo de su alma?

Me conmuevo. Miro el corazón herido de Jesús. Su corazón abierto. “Sus heridas nos han curado”1 Pe 2, 25. Eso lo tengo claro.

Pero no soy capaz de reaccionar como Él. Yo reacciono con violencia. Clamo por justicia. Intento ser mejor, pero me lleno de rencor:

“Cuando en nuestros intentos por ser piadosos nos guardamos nuestros sentimientos de rabia y no los dejamos aflorar, se pone en marcha el resentimiento”..

Me siento herido y el resentimiento, esa ira fría, anida en mi alma. Me rebelo contra la injusticia de este mundo. Yo, que soy injusto tantas veces.

La mansedumbre de Jesús me impresiona. No soy manso y humilde de corazón. Acumulo resentimiento y rencor. No perdono tan fácilmente como Él.

Hoy perdona a ese pueblo hostil y poco acogedor. Perdona el desprecio y las heridas. Su corazón abierto es un corazón lleno de misericordia.

Hoy lo contemplo. Quisiera introducirme en su interior para sentir como Él, para amar como ama Él. Para ser misericordioso como Él.

Quisiera vivir en su corazón para experimentar cada día su misericordia. ¿No es esa mirada de Dios la que más deseo?

Decía el padre José Kentenich: “Hay que transformar nuestro sentimiento ante la vida”. Es lo que quiero. Cambiar mis sentimientos. Cambiar mi forma de amar y mirar a los demás.

En lugar de ira cultivar la paz. En lugar de rencor que anide en mí la mansedumbre. Que no me altere tanto por el mal que me hacen. Que no viva sin perdonar la ofensa recibida.

Miro el corazón de Jesús. Quiero ser uno en Cristo. Unirme a Él para sentir como Él. Es el milagro que sólo Él puede hacer en mí.

Lo que quiero hoy es poner mis sentimientos en su corazón. Los sentimientos que anidan en mi interior y me quitan la paz.

El corazón no está endurecido. Siente con profundidad. Ser sensible es un don, no una cruz. Aunque a veces me sienta abrumado por mis sentimientos.

El sentir es un don que me permite estar cerca del que sufre y ser compasivo. Llorar con el que llora y reír con el que ríe.

No quiero reprimir mis sentimientos. Quiero ser consciente de lo que siento, de lo que amo. Libre, no esclavo.

Le pido a Jesús que cambie esos sentimientos que me quitan la paz y me llenan de odio. Que mire como mira Él hoy al que le rechaza.

No es tan grave que alguien me trate injustamente, me insulte, me rechace. Puedo llegar a amar a mis enemigos si Jesús lo hace posible en mí.

Por eso consagro mi vida a su corazón herido. Dejo en su llaga abierta lo que hoy me duele y me hace sufrir.

Quiero cambiar mi forma de sentir. Para que no me pase lo que leía el otro día: “Al fin y al cabo somos lo que pensamos. Los sentimientos son esclavos de los pensamientos y uno es esclavo de sus sentimientos”.

Mis pensamientos pueden cambiar mis sentimientos. Por eso deseo pensar de otra manera.

Aparto de mí esos pensamientos que me hacen daño. El pensar que soy más digno que otros o merezco un trato especial.

Cuando cambio mi forma de pensar y mirar las cosas, cambia mi corazón. Jesús puede hacerlo en mí. Para que no viva bajo el rencor, ni el odio. Para poder tener más paz en el alma y ser así manso y humilde.

Me adentro con mis heridas en el corazón de Jesús. Él conoce todo lo que me duele. Sabe lo que sufro.

Me quiere como soy, en mi pobreza. No me rechaza. Me ama en mi debilidad. Se conmueve. No despierto en Jesús ni ira, ni rabia.

Siempre me mira con mansedumbre. Me mira, me sostiene para que pueda tocar con mis manos la misericordia que brota de su corazón.

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