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Aguantar sí, limitar también

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 28/06/19

Autoedúcate en la reciedumbre, la firmeza y la libertad

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El otro día leía sobre la importancia de saber aguantar. Decía Toni Nadal:

«Intenté fomentar también su capacidad de aguante porque creo que es muy importante en la vida. Durante años le hice entrenar con bolas en malas condiciones, en pistas con malas condiciones y le alargaba los entrenamientos indefinidamente porque me interesaba que aprendiera a aguantarse y a fortalecer el carácter. El carácter se forma con la dificultad».

No es tan fácil educar el carácter para resistir, para aguantar en medio de las dificultades. Temo acostumbrarme rápidamente a lo fácil, a lo bueno, a lo cómodo. No quiero aburguesarme.

Con frecuencia me encuentro buscando estar bien, en paz, tranquilo conmigo mismo, libre de tensiones. Protejo mis horas de sueño, mi descanso, mi soledad, mi espacio seguro.

Como un guardián celoso de mi tiempo me alejo de los compromisos. Huyo de las dificultades por miedo a tener que sufrir. No me gusta trabajar mucho para lograr lo que deseo, prefiero el éxito fácil.

Quiero una recompensa inmediata, sin lucha, sin esfuerzo. Elijo, si es posible, las condiciones favorables. No sé cómo educarme para ser fuerte si no es enfrentándome a la batalla para allí dejarme pulir por Dios.

El padre José Kentenich habla de educar la personalidad en la reciedumbre. En 1912 les decía a los jóvenes a los que acompañaba: «Bajo la protección de María queremos autoeducarnos para ser personalidades recias, libres y sacerdotales».

Les quería mostrar que los santos eran siempre hombres autoeducados, hombres fuertes, firmes y sólidos. Fieles en las decisiones que tomaban. Y resaltaba lo importante que era educar bien el corazón para cuando vengan tiempos difíciles en la vida:

«Entonces las prácticas de devoción ya no podrán ayudarnos más. Sólo una cosa podrá ayudarnos: los principios firmes, inexorablemente claros, el esfuerzo serio por formar personalidades vigorosas e independientes».

En un mundo tan líquido y cambiante como este en el que vivimos, creo que encontrar personas firmes, sólidas, recias, es casi un milagro.

Yo quiero ser así. Quiero ser un hombre de una pieza. Firme como una roca. Con las ideas claras y los principios sólidos. Un hombre capaz de resistir las tormentas y los vientos. Acostumbrado a la lucha y a la entrega en todos los momentos de mi vida.

¿Cómo se educa el carácter para resistir con una sonrisa en medio de las adversidades?




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Necesito un corazón fuerte. Capaz de mirar la vida sin temer nada. Aguantar es una gracia que le pido a Dios. Para saber enfrentar los contratiempos y las contrariedades. Aguantar mi vida como es, sin quejarme.

No quiero vivir soñando con la vida que no tengo. Veo que tengo muy poca capacidad para superar los golpes de la vida. Reacciono de forma infantil cuando no se dan las cosas como espero, cuando no me resultan los planes, cuando no logro el éxito. Poca tolerancia ante las contrariedades.

Veo que estallo, me derrumbo y dejo de sonreír. ¿Dónde queda mi corazón firme y fiel? Me rebelo contra la suerte adversa. Quisiera tener más madurez para enfrentar la vida. Más fortaleza para mirar firme desde la roca de mi fe. Firmeza, entereza, solidez. Quisiera ser así.

Al mismo tiempo, al mirar mi vida, me pregunto: ¿Siempre tengo que aguantar? ¿Tengo que aguantar todo lo que me sucede? ¿Tengo que soportar siempre todo lo que me piden? ¿Dónde está el límite para que no me rompa?

No todo tengo que aguantarlo. Saber decir que no es parte de la sabiduría del cristiano, del hijo de Dios. Aprender a dejar a un lado lo que no tengo que cargar en esta vida.

No tengo que soportarlo todo. Ser sólido es un ideal, una meta que despierta mis fuerzas. Pero aguantar todo, lo que es excesivo, es algo que tengo que discernir en el corazón de Dios. Saber cuándo tengo que decir basta y seguir otro camino.

Quiero aprender a decir que ya es suficiente. Tener la fuerza para tomar otro rumbo y hacer algo diferente. Está en mi mano la decisión de cambiar mi vida. No consiste en aguantar por aguantar.

Sólo le pido a Dios fortaleza para cargar con lo mío, con mi vida y su peso. Y libertad para decidir sabiamente cuándo tengo que dejar de hacer lo que me exigen.

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