Cómo la máxima belleza se me reveló un día como 223 hostias comunes guardadas en un ostensorioComúnmente, la belleza proviene de manifestaciones como la forma, el aspecto visual, el movimiento y el sonido. Para la cultura griega, la belleza provenía de una idea de perfección. Ellos miraban al mundo y como veían que este no se correspondía a esta idea, entonces se tomaban la libertad de corregirlo o perfeccionarlo.
En el presente, la idea de belleza se ha diluido. Algo bello, en la actualidad, se corresponde a la interpretación del sujeto. Para el mundo de hoy, la belleza está en el ojo del observador.
Sin embargo, en el otro extremo de esta afirmación, no podemos negar que existen objetos y seres que dan la impresión de belleza ya desde su objetividad natural.
Y así como podemos explicar la belleza desde estos conceptos, podemos afirmar también que la belleza no se puede describir tan fácilmente, que su figura le queda un poco grande a estos conceptos. Que la belleza no se puede perfeccionar.
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El Milagro Eucarístico permanente de Siena se manifiesta en la prodigiosa conservación contra toda ley física, química o biológica de 223 hostias consagradas el 14 de agosto de 1730, y en la misma noche, profanadas por ladrones desconocidos ávidos del vaso de plata que las guardaba.
Si tú estás un buen rato delante de esas 223 hostias expuestas te das cuenta que probablemente es lo más bello que has visto jamás. Pero, ¿cómo es esto posible?, ¿en dónde reside entonces la belleza?
Delante de estas hostias te das cuenta de que la belleza no puede ser simplemente la forma que corresponde a una idea, ni tampoco un concepto que depende de tu interpretación, es decir, que no hay nada en este mundo, ni siquiera tus sentidos, que pueda explicarla.
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En nuestra cultura latina, la belleza, como dije antes, se ha originado desde la forma. En los tiempos antiguos, bello, hermoso, se decía “formoso” (parte de la forma).
Para otras culturas, como la rusa, la palabra belleza (krasatá, krasidi) proviene de “krasna” (rojo). Este es un dato interesante, pues para ellos la belleza no proviene de la forma sino del color.
Esta idea, unida al concepto de belleza de una persona que tiene fe, completó para mí lo que vi en Siena. Si para nosotros lo más bello, en su sentido literal, es el Logos (idea), pero una que tiene un rostro y que se hizo carne, se entiende por qué la máxima belleza se me reveló, aquel día, como 223 hostias comunes guardadas en un ostensorio.
Voy a apoyar esto que digo en 3 ideas:
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La belleza es luz
¿A qué está vinculado el color? A la luz. Los colores son los primeros testigos de la luz. Si no hay luz no hay ningún color.
Marko Rupnik, un escritor y artista, usa un buen ejemplo: ¿qué es lo que resplandece cuando participo de una liturgia en una iglesia oscura, en la que solamente hay algunas velas prendidas? Las cosas que tienen color, que proyectan la luz, como los vitrales o los mosaicos que tienen oro o colores dorados y que se ven bellos porque parece que su luz viniera desde dentro. Es una luz que abre las puertas a un misterio que parece estar escondido.
Puedo decir que es la misma luz que brotó ese día de esas 223 hostias donde está escondida la Belleza misma.
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No hay belleza sin unidad
Una palabra que está asociada a la belleza es unidad. Yo experimento la belleza real de una persona porque me encuentro unido a ella.
La belleza se manifiesta como unidad con lo que consideramos bello, unidad porque en algo nos identificamos, porque hay algo que nos agrada, porque hay algo que nos llama la atención, algo que nos atrae y que nos invita a unirnos con fuerza a esa persona o cosa que es bella.
La misma atracción que brotó ese día de esas 223 hostias donde está escondida la Belleza misma.
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Somos encendidos
La otra experiencia que distinguimos cuando reconocemos algo como bello es que nos entusiasma. Sentimos cómo somos iluminados desde dentro por una fuerza desbordante de alegría que no proviene de nosotros sino de lo que vemos o percibimos con nuestros sentidos.
Literalmente sentimos que algo se enciende en nuestro interior. Puede ser una pequeña o una gran llama, pero algo nace. ¡Y pensar que toda la vida tratamos de encendernos con nuestros propios medios!, pero esto no es posible, necesitamos que alguien alimente constantemente nuestra esperanza, una presencia, una persona real.
Entonces, la belleza es luz desde dentro porque es luz que nos une, que nos abre al misterio del otro. Es comunión. Y ¿por qué es comunión? Porque no le basta que la admiremos, necesita que la experimentemos desde dentro como unidad.
Por eso, Cristo, la Belleza misma, se esconde en ese pedazo de pan, porque quiere unirse a nosotros, porque quiere hacernos partícipes de su belleza y de su amor.
Parafraseando a Rupnik él nos dice:
“La belleza para nosotros los cristianos es cuando dentro de las cosas veo un rostro, cuando las cosas se vuelven sutiles, se vuelven transparentes y yo veo a través. Es una luz que viene desde dentro, es una luz cálida, que te envuelve y te hace enamorar. La belleza es la comunión. La belleza naturalmente te conduce al amor”.
Por eso la belleza es un gran misterio pascual. El Amor, que es el mismo Dios, se queda con nosotros, se une y busca realizarse en nosotros.
Y, ¿cómo se realiza? A través del sacrificio de sí mismo. La forma del amor de Dios es esa.
Por eso los cristianos no podemos tomar la idea perfecta de la belleza, porque primero la buscamos en la forma perfecta, la confundimos con la cosmética, con lo romántico, con lo idealista… pero finalmente descubrimos el sacramento, donde dentro de una cosa hay otra, donde dentro de una cosa (aparentemente no bella) se esconde un misterio, el misterio de la Belleza misma: una luz capaz de transformar, de encender desde dentro y de hacerte caer enamorada a sus pies.
Eso fue para mí el Milagro Eucarístico de Siena.