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¿Tienes un hogar espiritual?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 07/06/19

Ahí sientes amparo y seguridad...

Cuentan que Felipe Neri, ante el ofrecimiento de cargos eclesiásticos decía: prefiero el paraíso. Frente a las tentaciones del mundo que tanto atraen. Frente al aplauso y el seguimiento de muchos. Frente al deseo de tenerlo todo en mis manos aquí en la tierra. Frente a todo eso que me inquieta tan a menudo. Frente a todo, prefiero el paraíso.

Me veo preocupado e inquieto. Queriendo retener toda el agua del océano entre mis manos. Me frustro cuando no resulta. ¿Prefiero de verdad el paraíso? Lo dudo.

Me gusta el éxito, que hablen bien de mí, que me sigan, que me aplaudan. Que vean mis publicaciones en las redes sociales. Que les importe mi vida incluso más que las suyas. Vanidad, todo es vanidad.

Prefiero, o debería preferir el paraíso. Para no distraerme con la gloria de este mundo. Para no inquietarme cuando pierda la fama. Para no angustiarme cuando pierda lo que poseo.

Sé que mi corazón clama por un hogar. Es la necesidad de todo hombre. Decía el padre José Kentenich:

El hombre sin hogar es comparable a una hoja de otoño en la acera, pisoteada por los transeúntes”[1].

Antes de ver a Jesús resucitado los discípulos se ocultan en el cenáculo, pero no tienen hogar. Viven con angustia y sin raíces. No tienen nada. Cuando Jesús se aparece en medio de ellos todo cambia. El cenáculo se convierte en hogar. Continúa el Padre Kentenich:

Estar espiritualmente los unos en los otros. Eso es hogar; no es hogar el estar espiritualmente unos junto a otros ni en contra de los otros. Este concepto pone también de relieve los frutos del hogar: amparo y seguridad. El hombre que quiera tener un hogar en cuanto comunión espiritual con los demás, no sólo debe esperar recibir amparo y seguridad, sino que él mismo ha de brindar a otros amparo y seguridad”[2].

Sienten amparo y seguridad. Jesús les ha dado su corazón como un hogar seguro. Allí pueden descansar. Allí pueden encontrar la paz. Y ellos se han sentido seguros durante unos días. No demasiados.

Por eso ahora sufren. Jesús asciende ante sus ojos y tiemblan. Ya no hay seguridad en esta tierra. El reino con el que sueñan parece que tiene que esperar. Se aferran a Jesús con los brazos crispados. Quieren retenerlo.

Porque el amor es así. Posee. Pero el amor verdadero da libertad, no retiene. Los discípulos tienen que madurar en su amor para dejar ir a Jesús. Sólo entonces podrá suceder algo más grande en sus vidas.

Solamente cuando se liberen de su egoísmo, cuando dejen de pensar cuánto van a echar de menos la carne de Jesús, ahí podrán abrirse a su Espíritu.

Mientras no lo hagan su corazón permanecerá cerrado. No tendrán hogar espiritual hasta que se dejen tocar por el amor del Espíritu Santo. Tienen que mirar más alto, como san Felipe Neri. Tienen que preferir el paraíso.

Estoy de paso en esta vida. Todo es vanidad. Mis días, mis angustias, mis quejas, mis miedos. Todo es vanidad porque pasa y no pesa lo que una pluma. ¿Cuánto cuentan para Dios mis días? En su presencia me siento pequeño.

Miro al cielo mientras asciende Jesús ante mis ojos. Se lleva mis seguridades, mi abrigo, mi hogar. Se lleva todas mis raíces y pretensiones. Se lleva mis sueños en esta tierra. Todo es demasiado poco profundo. Todo es finito.

Hoy es y mañana ya habrá sido. Y me inquieto en ese segundo eterno en el que pienso que se juega mi vida. Me angustio y pierdo la esperanza.

Miro al cielo y veo a Jesús que asciende ante mis ojos. Prefiero el paraíso que voy a compartir a su lado para siempre. Prefiero toda mi vida con Él en ese cielo que será una continuación preciosa de lo que aquí he comenzado a amar.

Será un hogar hondo para siempre en el que no habrá término. Allí no habrá un después. Será una alegría permanente. Un estar los unos en los otros de forma ininterrumpida. Sin esperas, sin agobios.

Todo será pleno, sin carencias, sin fracasos. Allí no habrá pecado, ni infidelidad. En Dios todo es amor. Y lo que no es amor será purificado.

Miro al cielo en este día en el que también yo deseo retener a Jesús. En lo humano de mis sueños y pretensiones. Lo quiero retener en mis manos heridas. Para no estar solo. Para que sea ya el tiempo de su reino.Me abro a su Espíritu.

[1] Herbert King, Nº 3 El mundo de los vínculos personales

[2] Herbert King, Nº 3 El mundo de los vínculos personales

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