Todo empezó como una relación normal entre vecinos de casa. Pero pronto para Jen y otros niños del barrio, la vida se volvió una pesadilla.
Todos los días, en la casa del vecino, era vendida por sexo a otros adultos. «Era desnudada, en una esquina, mientras esperaba lo que estaba por suceder». Durante dos años y medio, todos los días. Jen intentó suicidarse tres veces.
Y cuando todo termina, de repente, hay heridas que curar. Las del cuerpo y las del espíritu. La violencia no le robó solo la infancia, sino también la posibilidad de tener hijos. Se enfrenta a muchas cirugías, y un largo camino psicológico.
Pero Dios la cura profundamente, le devuelve la confianza en las personas y la fuerza de luchar por los demás. «La pequeña semilla de esperanza que me ha mantenido con vida todos estos años fue la certeza de que Dios tenía un plan y un objetivo y hoy vivo ese destino».
Hoy es ella quien ayuda a otras víctimas y también a los adultos, médicos y la policía a reconocer y prevenir el tráfico sexual. Porque «para cada niño hay una esperanza, cualquiera que sea el drama que haya vivido. Puedo decirlo porque esa niña era yo».
Por Marinella Bandini y Anna Raisa Favale
Hoy celebramos a...
