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¿Qué tiene de bueno ser friki?

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Juan M. Otero - publicado el 02/06/19

En una sociedad cansada, individualista, previsible y algo aburrida, el friki –ilusionado, original, sociable y generoso - es un verdadero soplo de aire fresco.

El día 25 de mayo se celebró el Día Mundial del Orgullo Friki, magnífica ocasión para reflexionar sobre la muchas veces denostada figura del “friki”, a la que me gustaría rendir aquí un modesto tributo.

Veamos esquemáticamente cuáles son las características básicas que identifican el fenotipo “friki”, y que le convierten en un ser apasionante.

1. El friki es una persona con una ilusión enorme –casi desmedida- hacia algo. En efecto, ya sea un fan de Star Wars, de coger setas o de hacer punto de cruz, el friki es una persona verdaderamente apasionada, que disfruta con su afición como un niño pequeño. Cuando habla de “su tema”, al friki le brillan los ojos con la intensidad del avaro o del amante; se olvida de comer cuando está centrado en su afición. En un mundo algo rutinario y aburrido, esta capacidad para apasionarse y disfrutar es una verdadera bendición.

2. La afición del friki es inútil. En efecto, friki no es alguien que trabaja estupendamente, tiene el proficiency de Cambridge o saca dieces en matemáticas. La afición friki es, por definición, inútil, excesiva. El verdadero friki rebasa por arriba cualquier listón: sigue estudiando inglés por gusto; hace problemas de matemáticas que no entran en el examen; conoce los nombres de diez especies de hormigas. En su inutilidad, la afición libera al friki del utilitarismo y el pragmatismo gris que parece inundarlo todo en nuestra cultura hipercompetitiva.

3. La afición del friki no es mainstream. En principio, no hay frikis del fútbol o de la política. Para ser friki, tu afición tiene que ser original, curiosa, minoritaria. El friki desafía así los gustos del rebaño y el imperio de “lo que se lleva”. El friki se mueve, y quizá no sale en la foto… pero no lo importa. Él tiene su propia foto. El friki, por definición, es alguien curioso en su doble dimensión –se interesa y llama la atención-; es un valiente que no se deja estandarizar.

4. El friki ha dedicado muchas horas a su afición. Ser friki no se improvisa, sino que es el resultado de muchas horas de dedicación a un asunto. El friki sabe que para llegar a ser un experto tiene que recorrer un largo camino, que le llevará de aprendiz a maestro consumado, y no por ello renuncia a su afición. El primer día que sopla en su saxofón, recibe varias denuncias vecinales y amenazas de divorcio; tres años después, es invitado a aniversarios y comuniones para animar la fiesta. En este proceso de aprendizaje, el friki supera frustraciones y desarrolla capacidades. Se hace resiliente. Mejora. Frente a la cultura del “todoya” y el “todo a un click”, el friki nos recuerda que las cosas que valen la pena requieren esfuerzo, sudor, paciencia. Como un corredor de maratón, el friki sabe que el premio también está en el camino y en el esfuerzo, y no solo en la meta.

5. Los frikis forman comunidad, Dios los crea y ellos se juntan. Aunque lo sueltes en una aldea lapona, el friki sabrá rodearse de gente con la que compartir su afición. Además, estas comunidades frikis aglutinan personas de lo más heterogéneo, que quizá comparten una pasión por la pesca, la magia o el lenguaje élfico, pero que visten distinto, votan distinto, rezan distinto. El frikismo es así una oportunidad privilegiada para ensanchar el propio círculo de relaciones y tratar con gente de extracciones sociales de lo más variopinto. Ser friki amplía así los horizontes y enseña a relativizar las propias convicciones. Otras veces el frikismo se transmite de padres a hijos, lo que refuerza los vínculos familiares y es una oportunidad de oro para pasar tiempo juntos, con las personas que uno más quiere.

6. El friki intenta ganar gente para la causa. Una vez descubierta su pasión, el friki insiste a amigos y conocidos para que compartan con él su pasión por un hobby. Conseguido un adepto, el friki no escatima esfuerzos en enseñarle con paciencia y de modo desinteresado los arcanos secretos de su afición. Esta ilusión generosa por hacer llegar a todos la alegría que él siente pintando warhammers o disecando hurones es todo lo contrario al egoísmo individualista que tantas veces caracteriza las aficiones de otras personas.

Por todo lo anteriormente expuesto, creo que nuestra sociedad haría bien en reivindicar la figura del friki como uno de los prototipos humanos más atractivos y necesarios. En una sociedad cansada, individualista, previsible y algo aburrida, el friki –ilusionado, original, sociable y generoso – es un verdadero soplo de aire fresco.

Larga vida a los frikis.

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