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¿Qué hacer si cumples 40 años y no has logrado tus objetivos?

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Dolors Massot - publicado el 09/05/19

La crisis de los 40 es una situación bastante común. Si a ella se suma la sensación de no haber cumplido los objetivos vitales, parece que todo se viene abajo. ¿Qué puedes hacer entonces?

La crisis de los 40 es un terremoto de grandes proporciones. Sabemos que existe y estamos avisados, pero aún así, cuando uno alcanza la cifra redonda de 40, hace balance y por lo general el resultado nos deja con cierto desasosiego.

  • Uno ve que pasa el tiempo y los buenos resultados de su trabajo no llegan al ritmo previsto.
  • Creía que a los 40 ya habría logrado la estabilidad personal pero, por los motivos que sea, todavía hay ciertos obstáculos en el horizonte.
  • Contaba con la ayuda de personas que fallaron.
  • Y lo que es peor, necesitaría al menos 10 años más para lograr aquello que parecía una meta asequible.

En torno a los 40 años solemos caer en la cuenta de que el tiempo es algo inherente a la condición humana y que no podemos ir contra él o prescindir de su paso inexorable. No queda alternativa: hay que hacerse a la idea.

Por lo que la Medicina nos dice hasta el momento, ha transcurrido en torno a la mitad de nuestra vida. Ya no somos los jóvenes de antes. Y en cuanto a la salud, es posible que ya no tengamos la misma que hasta ahora. Habrá que poner más medios para mantenerse bien.

Pero, ¿por qué esa crisis? ¿Por qué esa sensación de fracaso y de estar ante algo inalcanzable?

Cada uno responde a esos interrogantes de distinta manera, pero la crisis de los 40 presenta algunos rasgos comunes. El más importante es que para muchos es la primera toma de contacto con la condición mortal, finita y precaria del ser humano. Nos creíamos Superman y un despido nos dejó fuera del circuito laboral. Éramos imbatibles hasta que un accidente o la enfermedad nos postró en la cama. Presumíamos de vida feliz hasta que él o ella un buen día nos abandonó sin darnos siquiera una explicación razonable.

O no hace falta que ocurran situaciones tan fuertes. Sencillamente vamos viendo que el ritmo de nuestra vida no es el que esperábamos.

¿Qué hacer entonces?

Lo primero, darse un baño de humildad. La humildad es la verdad, dejó escrito Santa Teresa de Jesús. Ponte en la realidad de tu vida sin engaños y sin paños calientes. Si eres creyente, haz oración o incluso haz un retiro espiritual para que Dios te dé luces acerca de cómo te ve Él.

Revisa las expectativas que tenías acerca de ti en los diversos ámbitos: profesional, familiar, social… Concreta cuál es la situación real.

Pregúntate por tu propósito. ¿Para qué o quién vives? En última instancia, ¿qué es lo que te mueve en la vida? Y examina si es acertado ese propósito. Puede ser que fuera demasiado egoísta, pragmático o idealista. O todo junto.

A partir de ahí, pide ayuda. Pide ayuda en la oración, de un psicólogo, de un amigo o familiar, de alguien con experiencia de vida en lo que a ti te ha fallado…

Reelabora tu propósito. Haz como el GPS y recalcula la ruta. Lo importante, en el fondo, es llegar.  Nadie preguntará luego cuánto tiempo tardaste, como nadie pregunta cuánto tarda un árbol en hacer sombra.

Comparte tu propósito con los seres más queridos. Te ayudará a hacerlo más sólido y a que los demás te ayuden a conseguirlo a partir de entonces.

Celebra el comienzo de los segundos 40. Sé positivo y piensa en la experiencia que acumulas, lo mucho que has recibido hasta el momento y todo lo que esperas descubrir. Eso merece un brindis, aunque solo sea en lo más íntimo, para dar gracias.

Mantén a partir de ahora esa actitud de dar gracias. Da gracias a Dios, a las personas que has ido encontrando en la vida, a tus maestros, a cada persona de un pequeño encuentro… Así no esperarás a llegar a los 80 para darte un susto, porque cada día irás viendo cómo va tu andadura y todo lo que puedes valorar de ella.


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