Si tu educación estuvo condicionada por el temor, quizás aprendiste a reprimir emociones y a ocultar cosasEn un incidente de tránsito, un hombre de edad madura y carácter ordinariamente mesurado entró en cólera, insultó soezmente, y fuera de sí se lió a golpes con otro conductor. Un hecho absurdo que bien pudo ser una tragedia que diera al traste con toda una vida arduamente conquistada.
En el consultorio, apesadumbrado y arrepentido, contaba: —Fui un estúpido y lo cierto es que suele sucederme, solo que esta vez fui demasiado lejos.
— ¿Cree usted tener emociones reprimidas? —Le pregunté.
—La verdad, sí… y a veces brotan como lava ardiendo, tal que en ocasiones siento que me derrumbo por la inseguridad que me causan.
Luego salió a flote el hecho de haber tenido un padre brutalmente irascible y de imprevisibles reacciones, que lo había educado en el temor.
Y partimos de una verdad:
Las actitudes de temor deterioran la hechura de la personalidad humana y, en ocasiones de forma irreversible, pues engendran perturbadores problemas psicológicos arraigados las más de las veces en lo más oscuro del subconsciente.
—Es posible —le expliqué— que en una etapa de su desarrollo infantil se haya usted quedado varado emocionalmente. Todos tenemos en nuestra personalidad algo de nuestro niño que habremos de reconocer y superar, sobre todo si nos está causando daño.
Luego, una explicación:
Inculcar el temor en un niño es muy grave, porque el estado natural del hombre para crecer y desarrollarse como es debido es la natural espontaneidad, sin miedo y sin vergüenza, lo que solo acontece cuando se experimenta que se es amado. Cuando se enfrenta la vida con temor, casi siempre se crece acosado por fantasmas interiores.
Dicho de otra manera, como la confianza es el estado natural en el que la personalidad se desarrolla, esta resulta imprescindible, por lo que puede que haya todavía en usted algo de ese niño miedoso que pervive al paso del tiempo, y que quiera resolver ese sentimiento a través de la misma violencia que experimentó.
—Cierto —respondió—, crecí medroso e inseguro, e igual reconozco que adquirí ciertas cualidades que luego hicieron contrapeso, mejorando en mucho mi autoestima y autocontrol.
—Sin embargo, ¿reconoce usted que tales cualidades desaparecieron en aquel incidente de tráfico?
—Sí, lo admito —contestó—. Tengo un problema latente y peligroso que debo atender antes de que suceda algo irremediable en un asalto emocional.
Luego, para ayudarlo a identificar aún más su problema de inseguridad, le pregunté: — En lo ordinario… ¿vive usted la veracidad?
—Bueno —contestó aclarándose la garganta—, me cuesta trabajo ser íntegramente sincero contando las cosas como son, sin tergiversarlas, y la más de las veces son nimiedades. Me molesta reconocer que eso se traduce en una manifestación de inseguridad. ¿Por qué su pregunta?
—Porque eso nos ubica en otra verdad:
Cuando la educación de un hijo es condicionada por el temor, se vuelve temeroso y oculta las cosas a sus padres; es insincero, no se abre, lo que manifiesta que la comunicación entre ellos está rota o, al menos gravemente deteriorada.
—Eso explica que ante los temas que le suscitan temor, el niño engaña, miente, recurre a la fábula. De aquí que su comunicación llegue a ser patológica ante la angustia de salvarse de lo que considera un grave peligro, y esto además de confundirse erróneamente con la malicia o la pusilanimidad, puede quedar como un mal hábito.
Cómo mejorar
Con todo, en el presente, usted puede modificar positivamente la relación que existe entre su yo de niño y su yo de adulto.
Significa que, si en la etapa de niño no supo añadir contenidos convenientes para su desarrollo porque hubo impedimentos, su yo de adulto puede resolverlo aportando nuevos contenidos supliendo la falta de experiencia positivas infantiles con el razonamiento de adulto.
De niño se tiene miedo a la oscuridad y sus sombras, a lo incomprensible del dolor y del misterio y a muchas otras cosas; luego, al crecer el niño aprende que todo eso estaba en su imaginación y va dejando atrás los fantasmas.
Por haber sido educado en el miedo quizá a usted le fue difícil dejar atrás otros fantasmas que de su imaginación pasaron a su subconsciente y aún lo acompañan.
Fantasmas como:
- Temor a fracasar.
- A no ser feliz.
- A no tener el domino de la propia vida.
- Sentirse estigmatizado.
- El necesitar demostrarse a sí mismo que no tiene miedo.
Fantasmas que puede hacer desaparecer desde la realidad de su yo de adulto:
- Aprovechando la experiencia del sufrimiento cuando se ha dejado arrastrar por la ira.
- Retomando conciencia de su propia valía.
- Admitiendo su responsabilidad en deberse a su familia y lo mucho que la dañaría si cometiera una falta irreparable.
- La seguridad de seguir conquistando un futuro promisorio.
Mi consultante va tomando conciencia de sus emociones negativas y aplicando su inteligencia y voluntad en superarlas.
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