Nació en las costas del Brasil (Santa Catalina) en el año 1813 durante el viaje que su familia -proveniente de Islas Canarias- emprendió a tierras americanas y fue bautizado en la localidad brasileña de Florianópolis durante una pausa del barco.
Una vez en tierra firme, en lo que actualmente es Uruguay, su familia se radicó en una localidad del actual departamento de Maldonado (campo del Abra del Mallorquín, Laguna del Sauce).
Desde ahí su familia emprendió viaje a Toledo (actual Canelones), departamento que lo tuvo como párroco (Villa Guadalupe) antes de ser nombrado vicario apostólico del Uruguay (asumió el 14 de diciembre de 1859).
“Gaucho y misionero”
Pero la vida de Jacinto merece ser contada y recordada. En ese sentido, además de ser el primer obispo que tuvo Montevideo (fue consagrado con el título de Megara el 16 de julio de 1865), por ende, Uruguay, se trató de un hombre que recorrió todos los rincones del país, siendo un cura “gaucho y misionero” (al mejor estilo Brochero en Argentina).
Lo hizo a través de tres giras en diversos años y meses. Durante las mismas, además de dejar una cruz como marca indeleble, se ponía en contacto con las personas del medio rural, compartía su día a día, impartía los sacramentos y brindaba consejos.
Un hombre que ha venciendo todos los obstáculos geográficos y de comunicación de la época, de caminatas infatigables y sublimes anécdotas.
Antes de comenzar la Misa de la #DivinaMisericordia, se presenta el busto de #JacintoVera, traído de la Parroquia de la Ayuda, que quedará en el santuario que se construirá en el Cerro de #Montevideo para esta devoción. pic.twitter.com/8741ksoT5j
— IglesiaCatólicaMdeo (@ICM_uy) April 28, 2019
Seminario nacional
Gracias a Jacinto, “el catolicismo en Uruguay se organizó, se renovó y consolidó” (Desde La Matriz. 400 años de presencia y servicio de la Iglesia en el Uruguay). Y el desafío no era menor, pues sobres sus espaldas cargaba un lugar con un clero pobre y desorganizado (también era notoria la preocupación de Vera por los abandonados feligreses de la campaña).
Debido a todo esto era necesario que alguien abandonara las comodidades, se montara a un caballo y comenzara a recorrer los curatos abandonados en el territorio nacional.
No en vano, durante el tiempo de Vera, fue posible la creación de un seminario nacional para la formación de sacerdotes (también fue impulsor de los ejercicios espirituales del clero), además de un ímpetu evangelizador con la fundación de escuelas, periódicos, instituciones, además de la llegada de nuevas familias religiosas a estas tierras (capuchinos, salesianos, betharramitas, entre otros).