Seamos honestos: ¿en algún momento nos hemos avergonzado de hacer la señal de la cruz?Quizás no es un problema hacerla durante la misa o en el grupo juvenil, pero una vez que te encuentras en cualquier tipo de entorno público la cosa es distinta.
Hacer el signo de la cruz no es solo un gesto. No es solo un amuleto de buena suerte antes de una gran jugada en un partido. No es solo una señal visible (como una marca con ceniza en tu frente para señalar a todos que eres católico). Es una oración. Y es una de las oraciones más poderosas que puedes hacer.
Al tocar mi frente le pido a Dios que ocupe todos mis pensamientos. Tocando mi boca, le pido que cuide mis palabras. Al tocar mi pecho consagro a Él todos los sentimientos de mi corazón. Cuando toco mi hombro izquierdo, le ofrezco todas mis penas y preocupaciones. Al tocar mi hombro derecho, le consagro todas mis acciones.
El mundo que nos rodea, y tal vez, nuestra propia mente, nos envía muchos mensajes: cosas como "no vale la pena amar", "no eres lo suficientemente bueno", "nunca pertenecerás realmente", y la lista sigue y sigue.
No sé qué mentiras luchas por no creer, pero sí sé que en esta sencilla oración recuerdas, día a día, cómo la cruz combate todas estas limitaciones. A través del signo de la cruz reafirmas que no estás solo en esta batalla. Reafirmas tu identidad y valor.
Cuando hacemos esta señal tomamos conciencia de que nuestro valor se encuentra en que Cristo dio la vida por nosotros en una cruz.
San Juan María Vianney justifica esto cuando dice: "La Iglesia desea que tengamos [la señal de la cruz] continuamente en nuestras mentes para recordarnos lo que valen nuestras almas y lo que le cuestan a Jesucristo".
Hacer constantemente este gesto nos recuerda no solo quiénes somos, sino lo más importante, de quién somos. Reconocemos que pertenecemos a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
El signo de la cruz es un llamado a la acción
Al hacerlo dedicamos nuestra oración, nuestras acciones, e incluso nuestras vidas a Dios, simbolizando que estamos dispuestos a morir a nosotros mismos a través de nuestras cruces diarias. Lo que sea que estemos por hacer se consagra a través de la señal de la cruz.
Imagina cuán diferentes serían nuestras vidas si tomáramos este gesto en serio, si verdaderamente nos esforzáramos por vivir en su nombre. Todo cambiaría.
San Cirilo de Jerusalén decía: “No nos avergoncemos de la cruz de Cristo; pero aunque otro lo oculte, ciérralo abiertamente en tu frente, para que los demonios vean el signo real y huyan temblando lejos. Haga entonces esta señal al comer y beber, al sentarse, al acostarse, al levantarse, al hablar, al caminar: en una palabra, en cada acto".
Podemos obtener muchas gracias para combatir la tentación con solo hacer la señal de la cruz. San Juan María Vianney también decía: "sobre todo [debemos hacer la señal de la cruz] cuando somos tentados".
Tomémonos más en serio la señal de la cruz. Oremos con reverencia y con todo nuestro corazón, no solo a través de los gestos, sino más bien, pensando en lo que realmente estamos haciendo y proclamando. Oremos con audacia y sin vergüenza, sin preocuparnos por quién ve.
Lo que verdaderamente importa es que nuestras acciones testimonien a quién pertenecemos.
"Hacer la señal de la cruz significa decirnos a nosotros mismos y a los demás a quién pertenecemos y quiénes queremos ser" (Papa Francisco).