La comparación es a menudo la forma en la que juzgamos las cosas con respecto a nosotros mismos o a los demás. Nos comparamos con los estándares, los promedios, las normas sociales, los demás y, a veces, dolorosamente, con nuestro pasado.
Esta forma de ver la realidad nos puede traer muchos problemas en la vida interior. Comparar nuestra oración con la de los demás, especialmente cuando se disfraza como una forma de mejorar la relación con Dios, se convierte en una pendiente particularmente resbaladiza.
Las redes sociales se convierten en un obstáculo común que nos empujan a compararnos con los demás. En ellas compartimos los mejores momentos, y esto también se aplica a nuestra vida de oración.
Imágenes, oraciones y publicaciones pueden ser una forma creativa de compartir tus partes favoritas de la fe y, por supuesto, pueden alentar a otros al encuentro con Jesús, pero no si miras lo que otros hacen con mejores ojos que lo que tú haces y comienzas a sentir que es menos.
Puede que tus amigos vayan a retiros, participen de momentos comunitarios de oración o de distintas actividades espirituales. Puede suceder que te compares y digas: ¿por qué no siento lo mismo que ellos?
Puede que tus oraciones te parezcan ordinarias porque ves las cosas “increíbles” que otros hacen. Pero porque parezca normal, no significa que lo que tú tienes sea menos que suficiente. Un pequeño acto de amor puede significar una gran oración, dependiendo del momento en el que te encuentres.
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