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¿Estará vivo de verdad?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 23/04/19

Cuando una única certeza da sentido a todo

La tumba vacía es signo de esperanza. Ante una tumba vacía desaparece el miedo y brota la fe:

“Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le hablan cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó”.

Pedro y Juan creen con solo ver el sepulcro vacío. Eso basta para creer, para cambiar de vida.

No ven a Jesús y ya creen. No se aparece ante sus ojos y presienten su presencia. Notan la ausencia de su cuerpo y se alegran. Eso es suficiente.

Creen antes de tocar sus llagas. Antes de escuchar su voz. Antes de que Jesús los llame por su nombre y les pida de comer sembrando su paz.

María Magdalena va por la mañana temprano con prisa. Ella ama a Jesús profundamente. Lleva perfumes porque lo ama. Ve la tumba abierta y no sabe qué ha pasado. Corre a contarlo:

“El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: – Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”.

No sabe qué han hecho con el cuerpo de Jesús. ¿Lo habrán robado? ¿Lo habrán escondido en otra parte? Más tarde Jesús la llamará por su nombre. Ahora simplemente corre a contarlo.


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Pedro y Juan no piensan en nada, sólo corren. Corren porque quieren saber:

“Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró”.

Corren y llegan. Primero Juan y espera a Pedro antes de entrar. Corren porque quieren saber. Una mujer los ha sobresaltado. ¿Qué habrá sucedido? Al verlo todo vacío, creen.

Ven la tumba vacía y al entrar en ella, creen y surge la alegría: “Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo”.

Una única certeza

El corazón deja atrás las tristezas del viernes al ver el sepulcro vacío. Con eso basta. Todo cambia. No está el cuerpo porque Jesús está vivo. Es su única certeza. Todo cobra sentido. Recuerdan las palabras de Jesús. Han visto que no está su cuerpo muerto y creen en sus promesas.

Me impresiona esa fe tan sencilla después de muchas dudas y miedos. Se mezclan el temor humano y una alegría desbordante. ¿Será posible lo imposible? ¿Estará vivo de verdad? Luego lo verán en su carne. Hoy sólo contemplan su tumba vacía y creen.

Siempre que entro en el santo sepulcro me conmuevo. Miro el vacío. La piedra lisa. El silencio. No está Jesús en su cuerpo. Es su Espíritu el que convierte ese lugar en un espacio sagrado.

Me conmuevo. Me hace falta más fe. Le pido a Jesús que aumente mi fe esta Pascua. Jesús ha triunfado.




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Me cuesta creer cuando veo tanto dolor y tantas muertes. Cuando veo la desesperanza y la tristeza en tantos rostros. ¿Dónde ha resucitado Jesús?

Lo veo vivo en medio de la amargura. Vivo en medio de las traiciones. Vivo en medio de la guerra. En las llamas de una Iglesia que arde conmocionando al mundo.

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Veo a Jesús vivo surgir de sus cenizas. ¿Cómo no va a ser posible ese milagro que me ha prometido? De las cenizas de una catedral quemada surge Jesús resucitado.

De ese fuego que todo lo destruye surge la vida en una corona de espinas salvada. ¿Cómo es posible que el amor venza al odio? Me parece imposible.




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Veo actuar al mal en los hombres y me cuesta pensar que la última palabra la tengan el amor y la vida eterna.

Dios vence amándome. Me cuesta creer que todo acabará bien. ¿No parece el mal mucho más fuerte? ¿No es el lado oscuro más poderoso? ¿No es el poder de la muerte, de los muertos, un poder que no tiene fin?

Parece invencible la muerte. Pero hoy corro con Juan y Pedro para ver la tumba vacía. Está vivo. Me dicen. Él está vivo.

No lo he visto. Pero creo en su amor. Me escondo en la hendidura de la roca esperando a que pase. Veré su espalda, no veré su rostro.

Jesús está vivo. En medio del mal, del dolor, de la muerte. En medio del fuego que todo lo devora sin poder hacer yo nada para evitarlo. Mientras un grupo de hombres reza con esperanza. Como ese viernes santo ante la cruz helada llena de muerte.

Rezan con esperanza, como yo cuando me arrodillo para pedirle a Jesús que venga, que venza en mí todos mis temores, que se aparezca en mi vida para aumentar mi fe.

Es tan fuerte el miedo que me deja helado. El miedo cuando presencio una catedral que arde y amenaza con derrumbarse.

Le pido a Jesús que me dé su esperanza. Que apague las llamas de mi miedo, de mi odio, de mi muerte. Que me haga resurgir de mis cenizas. Yo resucitado en medio de mi sangre, de mis sombras, de mi noche.

Abrazo a Jesús que viene hasta mí vivo, lleno de luz. Feliz y conmovido. Jesús me ama y me eleva por encima de mi muerte.

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