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¿Por qué tenemos envidia y cómo se supera?

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Orfa Astorga - publicado el 16/04/19
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La clave de la envidia insana está en la comparación con los demás y la falsa autoestima

Suele decirse que existe envidia de la buena, cuando ante el bien ajeno, aun cuando se pudiera desear para sí, se experimenta alegría y no tristeza, por lo que no se pierde la paz.

También es cierto que en un momento,  todos podemos sentir envidia propiamente indebida, pero una sana actitud es reconocerlo y no admitirla, esforzándonos por corregir la intención apelando a sentimientos positivos sobre el envidiado. Sentir envidia sin consentirla conscientemente nos vuelve virtuosos.

Diferente es cuando nos instalamos en el ser envidiosos. Una enfermedad que aísla en una forma de existencia enfermiza, destructora y auto aniquiladora, hasta el punto de no experimentar la menor vacilación en dañarnos a nosotros mismos, si con ello se puede proporcionar un cierto daño al envidiado. La envidia lleva en si su propio tormento, porque devorándose a sí misma su propia vida se prolonga.

Esto último era mi caso:

En una etapa de mi vida hacia comentarios negativos que me ponían en evidencia como una mujer tóxica, casi siempre por motivos de envidia y tratando de demeritar al envidiado.

No, no era insegura, tímida, y dependiente, sino más bien tenía un espíritu posesivo e inmaduro casi de adolescente; que si bien luchaba por lograr las cosas con esfuerzo, constantemente me medía y comparaba con otros.  Un defecto que trataba de disimular.


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Así, mi reacción cuando una de amigas con su esfuerzo obtenía un logro, era decirle con emotividad: — ¡felicidades, cuánto me alegro! …lo que no era cierto. No solo no me alegraba, sino que sentía que se me había echado a perder el día.

Había desarrollado una falsa autoestima, por la que para mí lo importante de tener y saber para sentirme superior a los demás, lo que me había creado la absurda necesidad de ser reconocida, admirada, lo que me llevo a los celos por el éxito ajeno y a la misma envidia.

Por ello tuve algunos noviazgos que se frustraron, y comencé a sentirme muy mal.

Por fortuna comencé una relación con alguien que no solo fue fue capaz de edificarme con sus virtudes, sino que logro que en mi intimidad me confrontara con mi defecto. Sucedió así cuando me descubrí admirándolo y no envidiándolo, dándome cuenta de que en el más íntimo de mi ser había una libertad y una paz interior que no lograba alcanzar.


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El amor obra milagros, y de pronto,  me vi pidiendo ayuda para lograr un cambio que me reconciliara conmigo misma,  y la vez con las personas que de algún modo había agredido o lesionado.

Se me aplico un test para recibir terapia, el cual respondí haciendo acopio de sinceridad. Fueron preguntas que me quedaron como una tarea de vida, para admitir con sinceridad y valentía, lo mismo adelantos que retrocesos, en un humilde comenzar y recomenzar.

Al responderlas cada persona se puede ver reflejada de distintas formas, o en mayor o menor grado de afectación, por lo que se debe contestar con la sola aproximación que da el propio conocimiento.

Tales preguntas son:

  • ¿Experimenta el deseo de llegar a tener precisamente lo que otros tienen, lo que llega a causar no solo sentimientos de tristeza o frustración, sino hasta de una perdida real?
  • ¿Piensa que por no tener las cosas disminuirá su propia excelencia y felicidad?
  • ¿Considera el bien del otro como un mal propio?
  • ¿La envidia le hace tener sentimientos negativos como lo pueden ser la indignación, la hostilidad, la agresividad, él resentimiento y la colera?
  • ¿Por envidia ha llegado a incurrir en la difamación, la calumnia o la alegría ante los males que puede sufrir el envidiado?
  • ¿Tiene dificultades de adaptación y  desenvolvimiento en grupos, para no tener que convivir con quienes considera en una posición superior, por poca o nula tolerancia al éxito de los demás?
  • ¿Se valora por si misma  por ser quien es, o solo en función de que satisfaga o no la meta que a si misma se propuesto  para superar al envidiado?

La terapia ha funcionado, y he dejado las comparaciones para centrarme en ser agradecida por los dones que en lo personal he recibido, voy dejando de ser toxica en mis relaciones conmigo misma y con los demás.

Mi noviazgo se ha consolidado.

Hoy entiendo, que en los momentos de fracaso, o cuando la distancia entre nuestra vida y los modelos que nos presenta el mundo en que vivimos, nos lleven a tener una baja consideración de nosotros mismos, debemos recordar que no aceptarse, vivir descontento y pensar en negativo, es dar la espalda a un Dios amoroso que esta siempre pendiente de nosotros.

Un Dios que nos ama tal como somos, sin que nuestros pecados, defectos, o errores le hagan cambiar sus sentimientos, mientras nos invita y ayuda a superarnos.

Testimonio cedido a Despacho Pro familia, con el propósito de ayudar a otros.

Redactado por Orfa Astorga de L.

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