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Previviendo el dolor unos días antes de que ocurra

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Antoine Mekary | | ALETEIA | I.Media

Carlos Padilla Esteban - publicado el 14/04/19

Acaba la Cuaresma y empieza la Semana Santa

Llega el final de la Cuaresma de repente. Cuarenta días de camino quedan debajo de mis pies. ¿Llego con el corazón renovado? ¿Con la esperanza dibujada en el alma? ¿Ha aumentado mi fe? Eso pretendo, eso deseo. Más fe, más paz, más alegría, más vida. Es todo lo que busco.

Recuerdo las palabras del papa Francisco al comenzar la Cuaresma:

“El camino hacia la Pascua nos llama precisamente a restaurar nuestro rostro y nuestro corazón de cristianos, mediante el arrepentimiento, la conversión y el perdón, para poder vivir toda la riqueza de la gracia del misterio pascual. Cuando se abandona la ley de Dios, la ley del amor, acaba triunfando la ley del más fuerte sobre el más débil”.

Me siento pecador. Necesito una mirada de misericordia. Una fuente en la que saciar mi sed. Un abrazo en el que calmar mi hambre. Una mano que devuelva la luz a mis ojos.

Quisiera tener el rostro renovado al acabar la Cuaresma. Quisiera tener el corazón converso. ¡Está tan enfermo mi corazón! Tan herido por los avatares de la vida.

El amor y el desamor. El encuentro y el desencuentro. Es duro el ritmo que marcan mis pasos. No llego a hacer todo lo que deseo. No alcanzo la meta que dibujan mis manos.

Quisiera tener el alma más llena de la presencia de Dios. Tener a Dios muy dentro. Quisiera ser más libre para amar y estar así más vacío de esclavitudes. Más lleno de amor y esperanza en medio del polvo de mi camino.

¿Nadie me condena? Jesús no lo hace. Me mira con misericordia. Y logra así que yo viva más lleno de alegría y de vida.

Me he arrepentido tantas veces… He pedido perdón humillado. He recibido la misericordia en forma de abrazo. Y así llego a las puertas de Jerusalén, en la semana de la Pascua.

Asomo mis ojos en el domingo de ramos. Aguardo en la puerta por la que Jesús entra comenzando así estos días de Semana Santa. La semana más santa del año. Las más dolorosa, la más llena de vida.

Acaban los cuarenta días y el corazón desea más tiempo. Necesita más tiempo para poder cambiar. Sigo siendo débil y superficial.

¿Qué me sucede que se me olvida lo importante en estos días? Me fijo en lo intrascendente, en lo que no me da la vida.

Miro a Jesús que llega a Betania en estos días. Se adentra en el huerto de los olivos. Vuelve una y otra vez al templo. Allí predica, exhorta, sana.

Y sueña en medio del temor que invade a los suyos. Siento ese dolor tan humano al previvir lo que va a suceder en estos días antes de que ocurra.

Tengo el corazón pendiente de cosas poco importantes. Me fijo en la superficie de las cosas, en lo aparente.

Vivo con miedos absurdos que no me dejan amar. Con el corazón no reconciliado con el mundo, con mis hermanos.

Comienzo el camino a la cruz que conduce a la vida. El via crucis que será via lucis, camino de luz. Paso de la muerte a la esperanza. De la traición a la resurrección. Del abandono a la plenitud.

Se abre ante mis ojos la puerta inmensa de la Pascua. Pero antes no dejo de mirar cada día como un nuevo presente. Una oportunidad para dar la vida, para entregarme por entero.

Jesús me invita a seguir sus pasos. No quiere que me llene de dolor. Al contrario. Desea que me convierta y viva. Desea que deje atrás mis temores y egoísmos. Que entre libre en la Semana Santa. Libre de apegos innecesarios. De desamores que me llenan de amargura.

Quiere que entre alegre con el corazón tranquilo. Deseo poder sujetar a Jesús como el Cireneo. Voy a limpiar su rostro como la Verónica. Voy a poder correr hacia Él como María para levantar sus pasos heridos.

Él hace nuevas todas las cosas y yo no lo entiendo. Porque me cuesta creer en la victoria después de sufrir el fracaso. Y entender la novedad de un amor crucificado.

Por eso huyo del sufrimiento como un niño temeroso. Y detesto la muerte de mis sueños cuando creía poder alcanzarlos. Me abro al presente, a la vida.

Hoy no comienzo una Semana Santa más en medio de mis días. Es la misma Semana Santa de entonces que ahora cobra un peso nuevo. La revivo en mi alma, en mi carne.

La revivo y quiero ser uno esos discípulos con miedo al lado del Maestro. Voy a Betania, al huerto. Amo a su lado.

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